Coronavirus Sevilla: Testigos de Goya y Galdós

Información en la pandemia

Si un cartel es un grito en la pared, los diarios gritan ahora con las fotos que los reporteros gráficos hacen de calles vacías y gente con mascarillas

Una vendedora de prensa prepara un ejemplar de 'Diario de Sevilla' para un cliente.
Una vendedora de prensa prepara un ejemplar de 'Diario de Sevilla' para un cliente. / Juan Carlos Vázquez

Veo sus nombres firmando sus fotografías en el periódico. Juan Carlos Vázquez, Antonio Pizarro, Juan Carlos Muñoz, José Ángel García. Cuántas historias he compartido con ellos, el cuatro ojos del periodismo de la calle. Los fotógrafos no saben lo que es el teletrabajo. La suya sí que es una profesión de riesgo y esta historia del coronavirus lo ha dejado bien claro por si alguien tenía dudas. Los hechos son sagrados, las opiniones son libres, dice un aserto del periodismo. Pero la verdad de esa historia sagrada, el timbre de su autenticidad está en la imagen captada por el fotógrafo, la secuencia de los que son auténticos directores de cine de unas películas cuyo guión a salto de piruetas escribe la propia realidad.

Expuestos al contagio, libres del confinamiento por exigencia del guión, forman parte de la primera línea de fuego, como esos gaiteros escoceses que eran los primeros en caer en las películas. Son la carne de cañón. Aquel grito en la pared que se decía del cartel es la foto de portada de los diarios. Diario de Sevilla, periódico fundado en 1999, bisnieto fundacional del Diario de Cádiz, que es de 1867, le había cogido a su bisabuelo ese clásico del Diario del Carnaval, pero en una variante dramática. Casi todos los personajes que aparecen en sus páginas vienen con sus mascarillas. No son disfraces, son herramientas de precaución y supervivencia contra el contagio.

Disfraces profilácticos para enfermeros y médicos, también para bomberos, policías, jueces, conductores de ambulancia y de autobuses urbanos, repartidores del butano, panaderos, cajeras de supermercado, abogados, estanqueros, carteros, locutores, boticarios, basureros, taxistas, monjas de clausura. No hay una sola sección del periódico que se libre del coronavirus, una pandemia transversal: la fábrica canaria de ron Areuca se dedica a producir gel desinfectante; la factoría de Seat en Martorell fabrica respiradores. Una nueva vida cotidiana captada por los fotógrafos.

Un enemigo invisible

Se habla de una guerra contra un enemigo invisible, endemoniado y escurridizo; se habla de una economía de guerra por las múltiples facturas y fracturas sociales que abrirá la pandemia. Los fotógrafos no necesitan salir de la ciudad en busca de confines lejanos para ser corresponsales de guerra; les basta con salir de la casa, la patria de los héroes que sólo tienen que quedarse dentro para reducir los índices de mortalidad.

El otro día vi desde el balcón a Antonio Pizarro con su mascarilla, guantes y la cámara de fotos. El mismo objetivo que ha inmortalizado triunfos electorales, éxitos deportivos, desmanes urbanísticos, linces en cautiverio iba buscando su trinchera particular en la ciudad sin gente, que es el mayor contrasentido en el quehacer de un periodista. Me recordaba a Denis Hopper en su papel de fotógrafo de la guerra del Vietnam en Apocalypse Now.

Al siglo XX le llamó Wodrow Wilson, presidente de los Estados Unidos, el siglo del hombre de la calle. Calles sin gente en este siglo del hombre, que ha vuelto a una caverna nada platónica, a un iglú multimedia que además de hogar es bufete, redacción de periódico, pasantía de notaría, consultorio psicológico, estudio de arquitectura, taller de costura, mesa de d.j. que a las ocho en punto de la tarde llena los balcones de aplausos y durante todo el día las terrazas de gente como en la perspectiva del diablo cojuelo.

Despedida a Eduardo Abad

Luz del Zaudín. El tanatorio de Mairena del Aljarafe tiene nombre de laboratorio fotográfico. Allí despedimos horas antes de la Cabalgata de Reyes a Eduardo Abad. Debía haber casi un centenar de fotógrafos en ese momento dándole el pésame a la viuda y a los hijos del maestro del reporterismo gráfico. Vi a fotógrafos de la ciudad y trotamundos como Emilio Morenatti o Sergio Caro, que después de haber trabajado en 58 países, en muchos jugándose el tipo, me dijo que la vocación del periodismo la descubrió cruzando conmigo en una barcaza de Coria a Dos Hermanas para descubrir en el bar Machango el realismo mágico sin ir a Macondo.

Eduardo Abad estará orgulloso de quienes son sus discípulos, repartidores de imágenes, unas dramáticas, otras aleccionadoras de este nuevo 2 de mayo protagonizado por el pueblo español para un Goya y un Galdós redivivos, imágenes tan necesarias como las frutas y hortalizas, el pan nuestro de cada día, el aceite, el papel higiénico, las legumbres y una cervecita en el destierro de los bares ahora trasladados al hogar dulce hogar de estas estancias cistercienses.

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