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Al ruedo. Como todos los años, el último miércoles de noviembre los toreros celebraron misa en el Baratillo por los ausentes, desde Antoñete a Diego Puerta.

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Francisco Correal, Sevilla

01 de diciembre 2011 - 05:03

EL cura que oficiaba la misa, José Luis García Benítez, director espiritual de Jesús Despojado, antes que nada leyó el cartel de la empresa Pagés, a saber: Antonio Chenel Antoñete, Antonio Fernández Almensilla, Luis González, Manolo Carmona, Curro Chávez, Pepín Martín Vázquez, Alfonso Guardiola, Juan Pedro Domecq y Diego Puerta, que firmó a última hora su contrato para este festival en los cielos de Sevilla.

Es la nómina de los toreros que han fallecido en el último ejercicio. "Ha sido un año especialmente duro", diría después José Ignacio Arce, hermano mayor del Baratillo, que invitó a estos singulares feligreses, la inmensa mayoría vinculados con el arte de Cúchares, a fotografiarse junto al altar preparado por los priostes para el besamanos. Con la Virgen de la Piedad escoltada por un San José que donó Pepe Hillo.

El último miércoles de noviembre se celebra esta misa en la que el colectivo taurino da las gracias a Dios por el final de la temporada. Que en realidad nunca termina. Manuel Jesús El Cid, que se sentó en la misma fila que Curro Romero, separados ambos maestros por Fernando Vázquez, viaja hoy mismo hacia México y después de las Navidades empezará en Colombia el ciclo americano.

Ha sido un año duro para el toreo. Un Guardiola y un Domecq en la nómina de bajas. El réquiem taurino es un género literario con obras maestras como el Llanto de Lorca a la muerte de Ignacio Sánchez Mejías o el poema de Alberti parza llevar a Joselito desde la puerta de la Macarena al paraíso de los tocados por la gloria.

"Esta misa la instituyó Manuel Álvarez El Andaluz", dice Claudio Rodríguez, que es abogado y nunca falta a esta misa. "De chico quería ser torero, mi padre se crió en la calle Toneleros, junto a la plaza de toros. No llegué a torero, pero soy baratillero. Los nazarenos del Baratillo salen a la calle con los pies manchados de albero maestrante, porque hacemos el paseíllo desde el patio de caballos de la plaza hasta la capilla".

Era la festividad de San Andrés, al que la lectura del día situaba como pescador en el lago de Galilea antes de convertirse en pescador de hombres. "El torero qué vigilante tiene que estar en la plaza", decía el cura oficiante como verbigracia de la vigilancia necesaria del cristiano. En la liturgia, un asistente de lujo: el ex hermano mayor Otto Moeckel.

El Cid se abrazó primero con Curro y después con Espartaco. Qué terna para una película de Samuel Bronston. El Faraón, El Cid, Espartaco. Tres gladiadores, cada uno con sus vivencias impresas de lo que les dejó el amigo Diego Puerta. "Tardes maravillosas, imborrables", dice emocionado, parco en palabras, Curro Romero. Manuel Jesús El Cid recuerda los toros de la ganadería de Puerta que mató en el campo. "Era muy amigo de mi padre, que en paz descanse. Me abrió las puertas de su casa y de su finca, La Resnera, cuando más falta me hacía". Juan Antonio Ruiz Espartaco, la generación intermedia, compartió con el diestro del Cerro muchos festivales taurinos.

Año duro, muy duro. "Las dos últimas veces que he ido a Madrid ha sido a dos entierros", dice José Luis del Serranito, "primero al del banderillero Adrián Gómez, después al del maestro Antoñete, compañero en las tertulias de la Ser". José Luis es autor de la sintonía del programa de Manolo Moles.

Todos hablarán de ellos cuando hayan muerto. Hablaban ayer de estos maestros, del Antoñete que se probó a sí mismo como actor en la película del muy taurino Agustín Díaz Yanes. El hermano mayor, elegido en junio, de la quinta electoral de Zoido, invitó a tan nutrida cuadrilla a disfrutar de la charla y compartir las vivencias en la casa-hermandad. "Hermanos toreros hay muchos", dice Arce, "no sólo matadores, también banderilleros, picadores".

En la misa, toreros de la quinta de los ausentes, Curro Puya, y nombres de posteriores cosechas, como Rafael Torres. A todos los inmortalizó en su cámara Rafemo, fotógrafo taurino presente en la misa de un gremio que habla con la muerte sin intérpretes.

También había cualificados críticos taurinos: Carlos Crivell, José Enrique Moreno o Rafael Moreno, que se cortó la coleta de la crítica para ser apoderado de Espartaco y de Pepín Liria y dedicarse ahora a la literatura. Su primera novela, La soledad del triunfo, la ha llevado al cine la productora de Rogelio Delgado. "Diego eran un grandísimo torero, como persona es desconocido. Era muy generoso. Yo iba casi todos los días a su oficina en la plaza de Cuba. Lo único que no le gustaba era que lo engañaran".

Cierran la puerta de la capilla del Baratillo y por allí camina Antonio Rodrigo Torrijos, ex teniente de alcalde. Va por Adriano con sus memorias de Trajano, cuando era virrey de la Alameda de Hércules. La que tomó el testigo de luces y sombras cuando le llegó la decadencia al Arenal. Nueve toreros, tres paseíllos. La muerte no entiende de subalternos. Los toreros tampoco. Su radical igualdad se percibe en la forma de saludarse sin prevalencias.

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