"La clase dirigente vuelve a salir de los colegios privados"
María Isabel Cintas Guillén
A la vez que daba clases en el Instituto Bécquer se convirtió en la artífice del descubrimiento y recuperación de la vida y la obra de Manuel Chaves Nogales, de quien acabar de escribir su biografía
TIENE pasión por el periodismo, pero su padre la indujo a estudiar Filosofía y Letras. Rogelio Reyes, destacado profesor en la Facultad de Filología, cambió de rumbo su vida cuando le recomendó, para hacer la tesis,que leyera La ciudad, de Manuel Chaves Nogales, e indagara sobre ese autor sevillano, de quien no había oído hablar. Desde comienzos de los años ochenta, Maribel Cintas, ha hecho, sin ejercer el periodismo, una investigación extraordinaria: recuperar los textos dispersos y desvelar a las generaciones actuales quien ahora, una vez leído con admiración, es considerado por muchos como el mejor periodista español del siglo XX. Gracias a ella, Chaves Nogales (1897-1944) es hoy patrimonio de la cultura sevillana y española.
Maribel Cintas, de 65 años, forma parte de la España de los catedráticos de bachillerato de institutos públicos, capaces de ser buenos profesores y de realizar investigaciones de mérito sacando horas extra en casa cuando los hijos te dan un respiro. Ella nació en Badajoz. Su padre era funcionario del Instituto Nacional de Previsión, y su madre ama de casa. Es la mayor de tres hermanos, maestra y pintor son las ocupaciones de los otros. Tiene tres hijas, la mayor es escultora y vive casada en Argentina; la segunda hace Bellas Artes, y la tercera trabaja en el gabinete pedagógico del Museo de Artes y Costumbres Populares.
-¿De dónde le viene esa querencia por el periodismo?
-Cuando mis amigas del colegio llevaban en sus carpetas las fotos de los futbolistas, con 14 y 15 años yo llevaba las cabeceras de los periódicos que podía conseguir. Además, siempre iba con una libretita y una cámara de fotos, reporteando siempre, que es lo mismo que sigo haciendo ahora. Recuerdo lo que me gustó el olor a tinta y a papel cuando vi los talleres del periódico Hoy de Badajoz. Ahora que lo pienso, no era propio de una chica, en esos años.
-¿A quién localizó primero de la familia de Chaves Nogales?
-Un chico que vivía en Triana, al lado del Instituto Bécquer, donde yo daba clases. Se llamaba Salvador Villalba Díaz de Mayorga y era nieto de una hermana de Chaves Nogales, de Eleonor. Este chico era el único de la familia que confiaba en el talento de Chaves. Por desgracia, estaba enfermo y murió joven. Me dejó algunos papeles, y me remitió a Pilar, la hija mayor de Chaves, que vivía en Marbella. Y así conocí a Pablo y a Juncal, los otros hijos, que vivían en Madrid. Entablé amistad con ellos. Casi no sabían nada de su padre. Juncal ni siquiera le conoció. Nació cuando la familia entraba en España por Navarra, dejando atrás el exilio. No tenían apenas datos que darme. Aparte de pequeños detalles familiares: "Un día mi padre me trajo un muñequito de plomo", o "Un día me dijo tal cosa" …
-Después de 'La ciudad', ¿qué textos fue descubriendo?
-El Belmonte, que era lo único editado en España hace 30 años. Cuando encontré, y fue muy difícil, El maestro Juan Martínez estaba allí, y Lo que ha quedado del imperio de los zares, ya me di cuenta de la verdadera dimensión de Chaves Nogales, muy por encima de La ciudad, precioso, pero de sus inicios. Rogelio Reyes tuvo que dejarme un poco a mi bola para la tesis, pues hacía falta viajar por varios países para encontrar todo lo que estaba perdido por falta de referencias en hemerotecas y editoriales. Y en los manuales de periodismo en España no se hablaba de él para nada. Le preguntaba a escritores, a periodistas, y nadie sabía darme pistas. Era encontrar una aguja en un pajar y acabar exhausta. Y pagándomelo de mi bolsillo. El editor y librero Abelardo Linares sí me ayudó facilitándome algunas primeras ediciones de libros.
-¿De qué otros temas ha investigado y escrito?
-Por ejemplo, de un personaje curiosísimo: Antonio Alonso Vital. Mi hermano le había comprado una finca en Alájar, y era una especie de ermitaño, como guardián espiritual de la Peña de Arias Montano. Infundía paz. Era un masón condenado por el franquismo a estar recluido en esa finca, donde murió en 1984. Y supo ser feliz en ese exilio interior. Hallé su proceso en el Archivo Militar. A partir de ahí, empecé a estudiar a masones y teósofos. Estos últimos fueron muy activos en Sevilla, en el primer tercio del siglo XX, en el desarrollo del libre pensamiento, el laicismo, del republicanismo. En esos grupos estaban Diego Martínez Barrio, Blas Infante, Hermenegildo Casas, el médico Manuel de Brioude, el astrónomo Mario Roso de Luna.
-¿Aún queda mucho por descubrir de Chaves Nogales?
-Queda mucho por averiguar de él. He acabado de escribir su biografía. Difícil de elaborar porque casi nada escribió sobre sí mismo. Sí sé todos los lugares en los que estuvo, pero casi nada de su vivencia personal. Ni siquiera su familia lo sabía, porque no estaba con él. Estaba dedicado al periodismo, iba a su casa cuando acababa de hacer un reportaje en el que había estado empleado tres meses. Volvía a su casa, estaba dos días y se iba otra vez. Durante el último año he estado varias veces en Londres. En la agencia Reuters, donde han encontrado algunas cosas. En los archivos nacionales. No ha aparecido nada en Scotland Yard, ni en las embajadas suramericanas en Londres, me falta mirar en los archivos militares de la II Guerra Mundial.
-¿Ha localizado a personas que lo trataron?
-Sí, a Teresa Magal, que estuvo en la agencia Pacific Press que creó Chaves en Londres. También estaba en esa agencia Luis Portillo, que era un profesor de la universidad de Salamanca exiliado. Es el padre de Michael Portillo, el político británico. He tenido mucha relación con su madre, Cora Blyth, me llevó a la casa donde vivía ella, encima del piso de la familia de Chaves.
-¿Cómo han digerido a Chaves Nogales quienes impulsan el concepto de la memoria histórica?
-Ha costado porque él era un republicano liberal (no un liberal como lo entiende Espeanza Aguirre), europeísta, que defendía el parlamentarismo y que criticaba tanto a las derechas como a las izquierdas. Fui al Alcázar a dar una conferencia, al Aula de la Recuperación de la Memoria, y había comunistas recalcitrantes a los que no gustó oír al Chaves que decía: "En Andalucía todos critican al señorito pero todos quieren ser el señorito", o "Me parece tan pernicioso un fascista como un revolucionario". Piensen que él, ya a finales de los años veinte y comienzos de los treinta, dice que Lenin y Stalin habían sido dos personajes nefastos. Incluso en los peores momentos de la guerra civil española, a comienzos de 1939, pide una y otra vez el diálogo entre los dos bandos.
-¿Qué Sevilla lleva él a flor de piel?
-La Ciudad es un libro muy bueno. Y lo escribió sólo con 19 años. No tiene nada que ver con lo que se decía por entonces. Después fue aún más crítico con Sevilla. "Sevilla se está mirando el ombligo continuamente", "Los andaluces son muy frugales en todas sus necesidades. Se conforman con muy poca cosa", son frases habituales en él. No hacía alarde de sevillanismo y quería mucho a la ciudad, escribiendo de ella siempre con espíritu crítico.
-¿Qué balance de tantos años dando clases de bachilllerato?
-Jamás he tenido problema de disciplina con mis alumnos. Me prejubilé porque me gustaba más la investigación. El mal de la Enseñanza Secundaria está en los padres de los alumnos, que los consienten excesivamente y delegan en manos de los profesores funciones que son de padres. Los chavales son buenos, pero llegan totalmente estropeados por la sociedad. Sólo quieren ser modelos o futbolistas porque les dicen que se gana mucho dinero. Se nota mucho cuáles son los chicos de familias que se preocupan por inculcarles el estudio, el esfuerzo, el trabajo, el aprendizaje. Son alumnos que sufren como un calvario el ambiente en las clases por parte de los que no tienen interés alguno por aprender. Los jóvenes se entusiasman con el conocimiento cuando no se les ha lavado el cerebro previamente.
-¿Le parecen correctas las políticas educativas?
-Los alumnos a los que di clases en los años ochenta, en Coria del Río y en Triana, eran la mayoría de clase media o media baja, y la mayor parte de ellos hizo carrera universitaria, son ingenieros, abogados, periodistas, médicos, arquitectos,... Ahora, en cambio, la mayoría de los que entran en esos centros no consiguen trabajar en profesiones que les promocionen socialmente. Son poquísimos los que estudian un bachillerato, abundan las secretarias, los auxiliares administrativos, y los que consiguen un oficio a través de la FP. De donde salen las élites dirigentes es de los colegios privados, por ejemplo de barrios como Los Remedios. La Junta se le ha hecho un favor a la enseñanza privada. La sociedad se está equivocando. Los técnicos superiores tienen que salir de todas las clases sociales, no sólo de unas muy determinadas, porque entonces se perpetúa una forma muy restrictiva de ser y de estar en el mundo.
-Haga autocrítica.
-Hemos sido muy duros a la hora de calificar a los alumnos para la selectividad. Los mejores llegaban con un 6 o un 7. Los de los Padres Blancos llegaban casi todos con un 10 o un 9, una media disparatada. Los nuestros hacían mejor la selectividad, pero quedaban por detrás en la nota media, así como en la lucha por conseguir entrar en las facultades más exigentes. No era justo.
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