Cierra el bar Goma, lugar para suavizar el último viaje

calle rioja

La noticia debería ser el cierre del Vacie, pero el que cerró fue el bar Goma

11728525 2025-04-05
Cierra el bar Goma, lugar para suavizar el último viaje

El bar Goma le daba mucha vida al cementerio. Choca encontrárselo literalmente empalado, como temiendo la entrada por la noche de espectrales okupas. Dicen las estadísticas que Sevilla contaba con 3.754 bares (y cafés). Pues resten uno a esa cantidad, porque el bar Goma ha muerto con las botas puestas. Era una cita obligada al final de cada sepelio, de cada incineración. En noviembre será el primer día de los Difuntos con este abrevadero y descansadero cerrado desde que abriera sus puertas en 1951. Por un año no ha llegado a los tres cuartos de siglo de existencia. Como tantos otros bares de Sevilla (Laredo, Flor de Toranzo, Duque, El Sardinero…) lo abrieron cántabros que llegaban desde la Montaña.

Varias generaciones de sevillanos han hecho el duelo inmediato, la prórroga de las exequias en este bar modesto, sencillo, con un encargado diligente con los cafés y las reparadoras tostadas. Siempre es una tradición un trago para que el finado llegue más rápido a su destino. Un trayecto que no figura en el Dante.

El Goma borrado y a su lado siguen Mármoles Herrera y un centro de peritaciones y vehículos de ocasión. 10 es la matrícula de honor, el número del interior izquierdo en el fútbol de antaño (Velázquez, Cardeñosa o Luis Aragonés) y el número del autobús de Tussam que tiene su parada junto al bar Goma. Si veías el autobús detenerse en la parada junto al hospital de San Lázaro camino de San Jerónimo, calculabas que te daba tiempo a un café o una cerveza, según la hora. La parada está junto al carril-bici. Enfrente, la trilogía del dolor y el duelo: el hospital, el tanatorio de la SE-30 y el cementerio de San Fernando, una de las visitas obligadas para todo el que llega a Sevilla por su notable valor artístico y el interés de muchas de las personas allí enterradas, desde Antonio Machín a Aníbal González, pasando por Diego Martínez Barrio, Juanita Reina o Joselito el Gallo en el conjunto funerario de Mariano Benlliure. Con un paseo que tiene como eje el Cristo de las Mieles bajo el que dicen que está enterrado su autor, el escultor Antonio Susillo.

En la misma acera del bar Goma ahora cerrado a cal y canto hay una estación de servicio que tiene el mismo nombre del hospital, San Lázaro, el primero que abrió Fernando III cuando entró en Sevilla para atender a los soldados leprosos. Hay también un Lidl gigantesco y la SE-30, que es como una ronda periurbana que separa la ciudad de los vivos de la de los difuntos. Es el final de la Avenida Doctor Fedriani.

Los cementerios cuentan con una amplísima bibliografía. George Bernanos, el novelista que fue aviador durante la guerra civil española, escribió la novela Los cementerios bajo la luna, una historia ambientada en la contienda española. José Jiménez Lozano, el periodista que ganó el premio Cervantes y fue colaborador de Miguel Delibes en el periódico El Norte de Castilla publicó un estudio sensacional sobre los cementerios civiles y la heterodoxia española.

Mauricio Wiesenthal cuenta en Libro de réquiems historias de los lugares donde enterraron a personajes célebres: Karl Marx, Nietzsche, Manuel de Falla, Coco Chanel, Rilke, Goethe, Federico Chopin, Balzac, Beethoven, Shakespeare, Napoleón, Tosltoi, Walter Scott, Lord Byron o Calderón de la Barca. Empieza el libro con una cita del cementerio protestante de Capri: “No existe la muerte, sino sólo el olvido”. El cierre del bar Goma le gana un pulso a la muerte en beneficio del olvido. Tomar algo por quien se ha ido es mantenerlo con más fuerza en la memoria.

De todos los cementerios, uno de los que mejor se han retratado en la literatura es el de Dublín, donde los amigos de Leopold Bloom acuden a enterrar al “pobre Paddy Dignam”. Ese cementerio es el escenario en el que transcurre Hades, el sexto capítulo del Ulises de James Joyce. Leopold Bloom sugiere “tener tranvías funerarios municipales como tienen en Milán”. Siempre hay un bar junto a un cementerio. En el Ulises también. “Carrozas fúnebres estacionadas, ahogando su dolor. Una pausa en el camino. Lugar magnífico para una taberna. Me figuro que pararemos aquí a la vuelta para brindar a su salud. Una ronda de alivio. Elixir de la vida”.

Mr. Bloom, con el sombrero en la mano, empieza a contar cabezas descubiertas en el entierro de su amigo. “Doce. Conmigo trece. El número de la muerte”. Con reflexiones muy curiosas. “Sólo el hombre entierra. No, también las hormigas. Lo primero que le choca a cualquiera. Enterrar a los muertos. Digamos que Robinson Crusoe existió de verdad. Bien entonces Viernes lo enterró. Todo viernes entierra su jueves si te pones a pensarlo”.

Borges tiene en común con Joyce que ambos murieron y están enterrados en Suiza. Les une también el bellísimo poema Invocación a Joyce que el argentino dedicó al irlandés. “Qué importa nuestra cobardía si hay en la tierra / un solo hombre valiente, / qué importa la tristeza si hubo en el tiempo / alguien que se dijo feliz, / qué importa mi perdida generación, / ese vago espejo, / si tus libros la justifican”.

En sus Páginas Escogidas (Casa de las Américas) hay poemas, ensayos y relatos. De éstos, el antepenúltimo se titula Historia de Rosendo Juárez. Un episodio de Borges que fue llevado al cine con Antonio Banderas en el equipo de actores. Chacarita es el nombre de uno de los cementerios de Buenos Aires y el de un equipo de fútbol de esa ciudad, el Chacarita Juniors, fundado en 1906, un año después que el Sevilla, un año antes que el Betis. La unión con el cementerio es tan evidente que a los aficionados del equipo los conocen como funebreros.

En la Historia de Rosendo Juárez se mezclan ambos conceptos. “Todavía no nos había ganado el fútbol, que era cosa de los ingleses”, le dice Rosendo a un hombre al que ha conocido en un bar que antes fue un almacén. Hay una historia de celos y una sentencia terminal: “Ya sé que no le tenés miedo, pero pensalo bien. Una de dos: o lo matás y vas a la sombra, o él te mata y vas a la Chacarita”.

El cementerio de Sevilla lleva el nombre de San Fernando, rey que aparece en el escudo del mosaico central del Sevilla pintado por Santiago del Campo y también en la épica popular del Betis en la canción de Silvio: “Cuando el rey don San Fernando llegó a Sevilla, él se preguntó: ¿dónde está mi Betis?”. El pintor que vivía en Triana y el cantante vecino del barrio de Los Remedios están enterrados los dos en el cementerio sevillano.

La gran noticia que todos esperamos, que muchos quisieran dar, es el cierre definitivo del Vacie, el establecimiento chabolista con el que no acabaron ni Franco, ni la UCD, ni los socialistas. Unas fuentes sitúan su nacimiento en 1932, en plena República; otras, en 1954. En este segundo caso, el bar Goma ya había abierto sus puertas. Pero la noticia no es el final del Vacie, sino el del bar Goma y sus tostadas familiares y sanadoras.

El cementerio es uno de los tres espacios cultuales del cristiano, junto al baptisterio y el confesionario. En el primero se administra el sacramento del bautismo; en el segundo, el de la penitencia. Antes de la pila bautismal, existía una piscina simbólica. Los primeros baptisterios son del siglo II y el confesionario existe como tal desde el siglo XIV, difundiéndose su uso a partir del Concilio de Trento. Frente a los cementerios civiles que estudió Jiménez Lozano, el cementerio cristiano recibe por esa connotación el nombre de camposanto. En cualquier caso, son anteriores al baptisterio y al confesionario. Porque morirse, aunque sea el último acto en el drama de la vida, es algo que ocurre desde el inicio de los tiempos.

stats