"Las chirigotas de los carnavales son herederas de los epigramas clásicos"

El rastro de la fama. juan fernández valverde, catedrático de la upo

Traductor del moralista Tito Livio y del jocoso Marcial, lo mismo habla de la sexualidad romana que reivindica el carácter fundacional del 'Sermón de la Montaña'. Roma sigue viva en Sevilla

Juan Fernández Valverde junto a las columnas romanas de la calle Mármoles.
Luis Sánchez-Moliní

20 de enero 2013 - 05:03

-Ha sido traductor de Tito Livio, un historiador especialmente crítico con la corrupción de la Roma de su tiempo... ¿Nos sirve hoy su lectura?

-Tanto Tito Livio como Tácito han influido mucho en el pensamiento político posterior... Hasta los momentos actuales, en los que ya no influye nada que no sea la inmediatez, la cercanía y esa estupidez que llaman las redes sociales. Ya no se tiene sentido de las raíces y eso es lo peor que ha podido pasar en la cultura española. Cada vez leo más a los clásicos y me doy cuenta de que van a los problemas reales del ser humano y que los expresan con una claridad que nosotros hemos perdido.

-¿Cuáles son, a su entender, esos problemas?

-La vida, el amor y la muerte. No hay más. Los clásicos grecolatinos trataron estos problemas en todos sus aspectos y la literatura posterior no es más que una reelaboración. Los clásicos nos hacen ir a lo esencial de los conflictos del ser humano. Ellos no se plantean cuestiones superficiales. Desde la Ilíada hasta ahora, el ser humano no ha cambiado nada, absolutamente nada. Somos exactamente igual: los mismos sentimientos, los mismos problemas, las mismas cosas...

-De estas tres grandes cuestiones, ¿hay alguna que le llame especialmente la atención?

-El amor. Sabemos ya mucho del por qué de la vida y de la muerte, pero no del por qué nos enamoramos de una persona y no de otra... Lo que dice Safo en su famoso poema que luego adaptó Catulo, "Un instante te veo, y se apaga mi voz, la lengua se me rompe, un calorcito..." es exactamente igual que ahora, 2.600 años después.

-Otro autor al que le ha prestado mucha atención es Marcial, incluso ha editado sus epigramas en la colección en la Biblioteca Clásica Gredos, la de la tapa azul, una de las grandes colecciones de la historia editorial española.

-La Biblioteca Clásica Gredos es uno de los mayores logros culturales de España. Ha permitido leer traducidos a los grandes clásicos, un empeño que, quitando algunos flecos, está prácticamente culminado. Además paga bien, a tocateja.

-Marcial es un autor que, para la sensibilidad contemporánea, que presume de liberada, puede resultar demasiado crudo, de una procacidad casi punkie en algunos de sus epigramas.

-Sí, tiene auténticas guarrerías. Lo que pasa es que en los Romanos no existen los conceptos de culpa y pecado, pero sí el de pudor. Esas series televisivas sobre Roma que se han emitido recientemente y nos muestran a un señor y una señora dale que te pego en público... Eso no era así, también tenían su moral. La práctica sexual de Roma en tiempos de Marcial era muy clara: está admitido todo lo que es ser parte activa en el sexo y está mal visto ser parte pasiva.

-¿Tanto en el amor heterosexual como en el homosexual?

-Con una diferencia: está bien visto la relación de un adulto con un joven, pero no entre dos adultos. La mayoría de la iniciación sexual clásica es homosexual.

-Sin embargo, su derecho es un gran defensor del matrimonio.

-Sí. El matrimonio es un contrato en el que no suele existir el amor y que sirve para salvaguardar la sangre y la herencia. De ahí la necesidad de la fidelidad de la mujer, para que la transmisión de la sangre y los bienes sea la correcta.

-Marcial usó con destreza un arma mortífera intelectualmente hablando: el epigrama.

-La idea principal del epigrama es atacar la hipocresía en la vida profesional, familiar, sexual... Y Marcial es el epigramista por excelencia. Suelen ser muy breves y con un remate con muy mala leche. Hoy en día, las chirigotas de los carnavales son herederas de los epigramas clásicos, también lo fueron las antiguas murgas sevillanas, como reseño en la introducción que hice a Marcial para la Biblioteca Básica Gredos, una idea que saqué del libro sobre la materia del periodista sevillano Pepe Aguilar. Eso sí, ahora son más sutiles. Marcial era, a veces, demasiado bestia, tanto que ha vuelto loco a los estudiosos anglosajones, quienes piensan que detrás de esa procacidad tiene que haber algo más.

-Ahora mismo no hay una herramienta tan eficaz para la sátira social y política.

-Tan fina no. Eso ha pasado a los artículos diarios y, desgraciadamente, a las tertulias, que carecen completamente de ironía. En el periodismo se nota también una pérdida de cierta cultura que responde a la tónica general de nuestra sociedad.

-¿Y en qué se ha fallado para que los clásicos ya no sean atractivos para el gran público?

-El otro día se representó en la Olavide una obra realizada por los alumnos de humanidades: La asamblea de las mujeres, de Aristófanes. El paraninfo estaba abarrotado. Es una obra muy divertida en la que las mujeres toman el poder e imponen sus condiciones. El público, entre el que había muchos alumnos de Bachillerato, se lo pasó en grande. Insisto en que uno de los mayores dramas de nuestra cultura es la pérdida de nuestras raíces, tanto las grecolatinas como las judeocristianas.

-¿La crisis de las humanidades hará que las futuras generaciones sean más manipulables?

-Absolutamente. A ningún poder, sea del signo que sea, le interesa que la gente piense.

-Ha citado las raíces judeocristianas. ¿Cómo se explica que, por ejemplo, un texto fundacional de nuestra cultura como es el Sermón de la Montaña no sea estudiado junto a la Odisea Homero o El espíritu de las leyes de Montesquieu?

-El Sermón de la Montaña es un texto fundador de los Derechos Humanos desde una aspiración esperanzada. Hoy es más válido que nunca: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán saciados... Es un auténtico decálogo del buen comportamiento, aunque no estoy muy de acuerdo con la trampa que hacen las religiones de prometer el cielo a cambio. Hoy ya no se estudia la Historia Sagrada y eso nos impide interpretar correctamente muchas cuestiones, como gran parte de la historia del arte hasta el siglo XIX.

-Quizás el problema de este texto es la maraña especulativa que se ha levantado a su alrededor, la Teología. La idea la expone José Antonio Marina en ¿Por qué soy cristiano?, donde reivindica la necesidad de volver a la desnudez de los textos originales. ¿En el caso de los clásicos grecolatinos el problema puede ser un exceso de erudición?

-Esa erudición y ese fijarse exclusivamente en lo accesorio es una de las causas de la desaparición del Latín y el Griego en España. Nosotros, los que nos dedicamos a su enseñanza, somos muy responsables de eso. Le hemos dado demasiada importancia a cuestiones de lengua y gramática y nos hemos olvidado de la obra de arte que subyace. No se puede hacer odioso un texto de Horacio, de Catulo, pero lo hemos hecho y lo seguimos haciendo. Nunca he escuchado la más mínima autocrítica. Durante la época en la que el Latín era obligatorio en todas partes conseguimos espantar a todo el mundo.

-¿El Latín está definitivamente muerto?

-En España, le queda poco tiempo de vida como estudio general. No así en el resto del mundo. En Harvard siguen haciendo una competición de discursos en griego y latín que componen los alumnos, y ellos no tienen nuestra tradición detrás. En Alemania también lo siguen estudiando porque consideran que es parte de la formación de la mente de un ciudadano, que es para lo que tiene que estar el bachillerato. España ha adelantado a Italia en muchas cosas: infraestructuras, sanidad, administración pública... pero ellos siguen teniendo un sistema educativo mucho mejor que el nuestro.

-¿Está fallando nuestro sistema educativo?

-Completamente. En Andalucía llevamos ya dos generaciones perdidas. Lo mejor que ha hecho el gobierno socialista en Andalucía es el sistema sanitario, lo peor la educación.

-¿Y cuál es el principal problema?

-Está fallando especialmente la enseñanza básica. La Logse se basaba en las ideas pedagógicas de Luis Gómez Llorente, que, en manos de determinados psicólogos y determinados pedagogos se basa en dos principios: que el niño no se vaya a herniar y que todo tiene que ser divertido. Se pierde lo fundamental en la enseñanza, que es el esfuerzo, la exigencia y la disciplina. De esos polvos llegaron estos barros. El problema no son si dos años o tres de bachillerato, ni la educación para la ciudadanía, el problema es cómo recuperar la exigencia. Después mandamos a los niños a un mercado laboral que no es más que esfuerzo y competencia. Las dos principales deficiencias con la que llegan los niños a la Universidad son las matemáticas y el latín, porque son disciplinas que requieren un trabajo diario, sostenido, no se pueden estudiar de una vez.

-¿Los sevillanos somos romanos antes que nada?

-Seguimos siendo romanos en la lengua, en el derecho y en muchas otras cosas. Evidentemente tenemos otros añadidos que llegaron después, como la carga alemana que dan los godos al español o el añadido árabe que nos llega gracias a los mozárabes, pero lo árabe nunca ha sido base de la cultura andaluza. Muchas cosas de las que se entienden hoy como árabes eran ya romanas o, mejor dicho, mediterráneas. También es muy importante nuestra carga judía, que está todavía poco valorada pese a don Américo Castro. Acabo de estar en Israel y uno siente que hay algo que ya conoce...

-La condición de latinista debe ser un plus para disfrutar más de Sevilla, una ciudad muy aficionada a los latinajos...

-Sí, pero ya nadie sabe lo que significan esas inscripciones de los monumentos o los estandartes de la Semana Santa. Por cierto, hablando de latinajos, se usan mucho tanto en el periodismo como en las novelas, pero se comenten muchos errores, ¿qué trabajo costará consultar al que sabe si lo que se ha escrito está bien o no?

-¿Qué recuerdos guarda de su estancia en Harvard?

-Estuve en el curso 87-88 haciendo un año de investigación. Es un mundo extraordinario que no tiene nada que ver con nuestra universidad. El mundo pasa por Harvard Square, lo único que hay que hacer es sentarse allí a tomarse un café y contemplarlo. El presupuesto de libros que tenía esta universidad en el 88 era superior al presupuesto en general de todas las universidades andaluzas... La biblioteca, entonces, tenía once millones de volúmenes. Volví en verano de 2001 con una beca, el 11 de Septiembre me sorprendió allí. Pese a lo grande que es ese país, me dio cierta claustrofobia, porque no se podía salir. Cuando el 27 de septiembre conseguimos mi mujer y yo coger un avión, el aeropuerto de Boston estaba desierto. Fue duro ver cómo los norteamericanos perdieron el norte, cómo se quedaron confusos, sobre todo en el momento que atacaron el Pentágono... Se creían inmunes.

-La Universidad de Sevilla le dio un premio a su labor docente a petición de los estudiantes. ¿Cuál es la fórmula para ser un buen profesor?

-Creerse lo que uno hace, creerse lo que uno cuenta y llevarlo a la práctica. No hay otra fórmula. Prescindir de recetas pedagógicas y del power point. La enseñanza es palabra, no otra cosa. Ir siempre con el convencimiento de que uno está haciendo un trabajo en beneficio de la comunidad; tratar a los alumnos con cariño y respeto, como a los hijos.

-¿Y a qué cree que se debe el histórico ninguneo que existe en España hacia la figura del profesor? Ahí esta esa terrible frase de "tiene más hambre que un maestro de escuela".

-Esa es una frase que debería avergonzar profundamente al país. Quizás durante una época de la historia se les exigió a los maestros poca formación y eso no redundó en su sueldo e imagen, pero la situación ya es distinta.

-Usted dejó la Universidad de Sevilla para integrarse en la Olavide como catedrático. Hay voces que ponen en cuestión la existencia de esta universidad.

-El PSOE tuvo colgado un anteproyecto de ley que suponía la desaparición de la Olavide. Nuestro problema es que somos mocitos y no tenemos una provincia detrás que nos respalda... A ver si tienen narices de cerrar Huelva o Almería. Eliminar hoy esta universidad es absurdo, porque el ahorro sería mínimo, despreciable.

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