Un centenario en la causa de la santidad
Calle Rioja
El retablo de la Caridad, un encargo que Mañara, amigo de Murillo y Valdés Leal, hace a Pedro Roldán, es el mejor decorado para poner en su contexto al escultor en su cuarto centenario
Todos los días 9 de cada mes, los hermanos de la Caridad se dan cita en la iglesia de San Jorge para rezar por el alma de Miguel Mañara (1627-1679). La iglesia está comunicada por una puerta y una escalera con el hospital de la Caridad que fundó este caballero veinticuatro para darle asilo y cuidados a los que menos tenían en una época de la ciudad en la que no tener nada era el denominador común. Plenitud del Barroco, sí, y también de las penurias, las hambrunas, la ceguera del sueño del Dorado y una peste a mediados del siglo XVII. En la actualidad son ochenta los beneficiarios de este hospital de la Caridad. La principal obra de arte de Mañara. De las restantes trata esta crónica.
El 9 de mayo de 1679 fallecía Miguel Mañara Vicentelo de Leca, perteneciente a una de las familias más pudientes de Sevilla. Un buen día se desclasó a sí mismo, se convirtió en alfombra de los pobres y pidió el más humilde de los nichos. Su muerte fue un acontecimiento en la ciudad. La gente solicitó “el santo súbito”, en palabras de José Ignacio del Rey, hermano de la Caridad, que el jueves compartió con Fernando Gabardón de la Banda en la iglesia de san Jorge una conferencia compartida sobre un tándem irrepetible de la ciudad, Mañara y Pedro Roldán. Al año de la muerte de Mañara, el arzobispo de Sevilla, Ambrosio Spínola y Guzmán, inició el proceso para elevarlo a los altares. Tres siglos y medio después, la causa sigue esperando. En 1985 fue declarado Venerable por la Sagrada Congregación de las Causas de los Santos.
De las doce luminarias que Antonio Susillo esculpió por encargo del duque de Montpensier y figuran en una de las entradas del Palacio de San Telmo, sólo uno sujeta a un niño con las manos. Es Miguel Mañara. Una estatua que tiene su réplica en el jardín de la calle Temprado, entre el teatro de la Maestranza y el Hospital de la Caridad. Murillo nace en 1618; Valdés Leal en 1622; Pedro Roldán el 14 de enero de 1624; y Miguel Mañara el 3 de marzo de 1627. El año que mueren Góngora y… Juan de Mesa. “A Juan de Mesa y a Martínez Montañés los hemos endiosado y Sevilla se ha olvidado de Pedro Roldán. No le ha dedicado ni una estatua”, dice Gabardón.
Concitó en torno a él primero como mecenas y después como pobre de solemnidad (entendía la pobreza como algo solemne) a la primera generación del 27 que conoció Sevilla. La obra cumbre de ese grupo de artistas preside la iglesia de san Jorge. El entierro de Jesucristo es el tema central de un retablo que para sí quisieran las mejores catedrales del orbe cristiano. La parte arquitectónica se le encargó a Bernardo Simón de Pineda, la escultórica a Pedro Roldán, que dio lo mejor de sí. “Murillo y Valdés Leal son maravillosos pintores, pero Roldán es el gran escenógrafo”, dice Gabardón. “Si se fijan, la obra está concebida como una de las representaciones teatrales que se hacían en las plazas públicas de los pueblos, cuando se hacían obras de Lope y Calderón”.
Obra cumbre del Barroco, hay un diálogo entre arquitectura, escultura y pintura. Entierran a Cristo, que ya no está en una de las tres cruces. En las otras dos están el Buen y el Mal Ladrón. La causa de santidad del primero fue mucho más rápida que la de Mañara. La temática del retablo está clara, conecta con la génesis de la hermandad. “En los orígenes de la Caridad estaba darle sepultura a los desvalidos, y Jesucristo era el más desvalido de todos”.
La tarde era desapacible. La calle estaba desierta y la iglesia llena. La megafonía sacaba al exterior la voz del historiador. Un grupo de turistas se quedaban a escuchar las historias de unos seres excepcionales. “Es difícil encontrar en un sitio concreto tanto arte y talentos juntos”. Roldán y Pineda entregaron el retablo antes del tiempo pactado. Entre los fiadores, aparecía el pintor Juan Valdés. Junto al retablo colocaron un retrato de Miguel Mañara, a quien Gabardón se lo imagina entrando en la iglesia antes de su terminación diciéndole a Murillo “aquí falta algo… que no sé cómo se lo tomaría Murillo”. Faltaba esta obra maestra, que es la mejor síntesis del centenario de Pedro Roldán, que acompañó el trabajo con sendas estatuas de San Jorge, titular de la iglesia, y de San Roque, patrono de los pobres, que según Gabardón introduce el realismo en la escultura de la ciudad.
Este retablo de la Caridad no es el único trabajo que hicieron juntos el triángulo Roldán-Pineda-Valdés Leal. “Suyo es un retablo lateral de la iglesia de Santa Cruz”. Y el de la iglesia de la Misericordia, en la calle del mismo nombre (continuación de Amparo y Aposentadores), que ahora ven cada domingo quienes participan en las celebraciones por el rito ortodoxo. Enumeró algunos precedentes de esta maravilla de retablo, como el de Alonso Cano en Lebrija o el de Roque Balduque, nieto de Roldán, en la Colegiata de Osuna.
Mañara fue nombrado síndico del Consulado de Mercaderes de Sevilla antes del proceso de su nueva vida que inicia con un retiro ascético tras la muerte de su esposa, Jerónima Carrillo de Mendoza. En ese contexto comercial y de profesional de los negocios, la iglesia de san Jorge iba a ocupar algunas de las naves de las antiguas Atarazanas que ahora, con un proyecto arquitectónico de Guillermo Vázquez Consuegra, se están rehabilitando como contenedor cultural e histórico. Una vecindad siempre problemática que es como una metáfora de los dos mundos por los que anduvo el caballero veinticuatro nacido en un lujoso palacio y enterrado sin lujos de panteón.
La iglesia de las Postrimerías de Valdés Leal y el retablo de Pineda y Pedro Roldán. El mejor escenario para conmemorar al escultor y alentar la causa de santidad de su protector. Hay obras de Roldán que se han perdido. Gabardón citó una Piedad de San Juan de la Palma que fue pasto de las llamas en la Sevilla de 1931. Los Prado, feligreses de san Juan de la Palma y hermanos de la Amargura, acudieron a la conferencia y les sonaba la historia. “Un día antes alguien dio el aviso en el bar La Viña: mañana van a quemar la iglesia. Esa noche sacaron el misterio, el San Juan y la Virgen, que la ocultaron en una fábrica de jabones de Marqués de Paradas”. La Virgen de las Maravillas de Pedro Roldán estaba en un lateral y no la vieron. Un inédito en este centenario de uno de los nombres más brillantes del Barroco sevillano y de los más injustamente olvidados. Dos causas en una: una causa de santidad para un mecenas despojado de todo, una causa de reparación para el artista que sería como el futbolista que hubiera coincidido con Messi y Cristiano.
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