Cartel imaginario y guadianesco para Virginia Saldaña

Calle Rioja

Cuaresma. La elección de la pintora para la Fiesta Mayor me traslada a un Miércoles Santo que la lluvia dejó Sevilla sin cofradías en la calle y las vimos todas en Ayamonte, cuna de la artista

Virginia Saldaña posa junto a una de sus pinturas.
Virginia Saldaña posa junto a una de sus pinturas.

La noticia de que la pintora ayamontina Virginia Saldaña hará el cartel de la Semana Santa de Sevilla de 2025 además de producirme una enorme satisfacción me traslada a mi particular cartel de la Semana Santa de Ayamonte. Cuento la anécdota en la historia de la hermandad del Carmen Doloroso, un encargo que me hizo el entonces hermano mayor de esta cofradía que sale el Miércoles Santo de Ómnium Sanctórum (por obras en la iglesia, está en la iglesia de Santa Marina, conviviendo con el Resucitado). Era hermano mayor Antonio Saldaña, natural de Ayamonte, la patria chica de la pintora.

El 23 de marzo de 2005 era Miércoles Santo. Ese día la lluvia impidió que saliera ninguna cofradía en Sevilla. Las crónicas contaban que hacía 34 años que no se daba esa circunstancia. Regía la diócesis todavía Bueno Monreal. Ni el Carmen Doloroso, ni el Cristo de Burgos, ni la Lanzada, ni los Panaderos, ni San Bernardo, ni la Sed, ni el Buen Fin, ni el Baratillo, ni las Siete Palabras… Nada de nada. Y ese mismo día nos fuimos a pasar unos días de asueto a Ayamonte, a Isla Canela. Las dos familias, la mía y la de mis cuñados Pilar y Víctor. El Miércoles Santo en Ayamonte fue esplendoroso. Recuerdo salir de un café en la plaza de la Ribera para ver el paso de una de las cofradías. Tampoco se me olvida que vivimos casi en directo la agonía de Juan Pablo II, que murió una semana después (2 de abril de 2005).

La elección de Virginia Saldaña por el Consejo de Cofradías para hacer el cartel de la Semana Santa de Sevilla me ha regalado este recuerdo. Mi hija Andrea tenía 13 años y Carmen, 10. Faltaba un año para que naciera Paco, el varón, que en unos días cumplirá los 18. Mi relación con Virginia Saldaña ha sido guadianesca. Nos une cierto paisanaje. En su villa natal desemboca el Guadiana, que es el Río Grande de la Mancha, el que nace en las Lagunas de Ruidera y navega bajo tierra por Villarrubia de los Ojos, pueblo que siempre asocio con Marilyn Monroe. El río que tiene unos tintes mitológicos en las páginas del Quijote.

Pienso en la alegría que se llevaría su tío Isaías al conocer la noticia. Isaías Pérez Saldaña fue alcalde de Ayamonte y después consejero de la Junta de Andalucía. Lo conocí antes que a su sobrina. Cuando recorrí toda Andalucía en la campaña de las municipales de 1995, me entrevisté con un centenar de candidatos (el único plantón me lo dio Jesús Gil en el Centro Financiero Inmobiliario de Marbella, donde yo esperaba leyendo Berlin Alexanderplatz, de Alfred Doblïn, el mismo día que murió Lola Flores). La primera entrevista se la hice a Isaías, que renovaría su mandato como alcalde de Ayamonte. Fue por teléfono, pero después tuvimos numerosos encuentros en persona. Más de un verano, con su amigo Guillermo Fernández Vara, ex presidente de la Junta de Extremadura, asiduo a Ayamonte.

El imaginario cartel de la Semana Santa de Ayamonte tiene aires marineros. La hermandad del Carmen Doloroso la fundan una serie de jóvenes que coincidieron haciendo el servicio militar en la comandancia de San Fernando. Una versión cofrade de Botón de ancla. Me contaban que allí mismo los reclutas se repartieron las primeras papeletas de sitio. Y Ayamonte es río que se convierte en océano, es frontera de dos países, España y Portugal, que se repartieron el mundo en el Renacimiento y que emprendieron las mayores gestas transoceánicas.

El callejero de Ayamonte podría completarse íntegramente con nombres de sus pintores. Los nacidos allí y los adoptivos. De éstos ocuparía un lugar estelar Joaquín Sorolla, que inmortalizó la pesca del atún que es como un icono de la localidad. Virginia Saldaña es heredera de este patrimonio pictórico que dará la luz de sus atardeceres o el encaje geométrico de cielos y mares, que en el horizonte son la misma cosa.

Aunque entrevisté a Antonio López y tengo buenos amigos pintores (lo fue Manuel Salinas), sería una osadía por mi parte dármelas de crítico de arte. Una materia en la que me considero un absoluto profano, pese a que en el bachiller me hice adicto a los impresionistas, un estilo que después se solidificó cuando me adentré en las páginas de Marcel Proust. La pintura de Virginia Saldaña la he ido descubriendo poco a poco. Cuando veraneábamos en Ayamonte, en el Edificio Estadio (antiguo campo de fútbol de la localidad) nos invitó a la inauguración de una antológica en la Sala Rosa Cabalga. Es el nombre de una pintora, esposa de Florencio Aguilera (Ayamonte, 1947), pintor que recorrió medio mundo con una exposición de tres generaciones que completaban su padre, Rafael Aguilera (1908-1993) y su hijo Chencho (Ayamonte, 1975). En Ayamonte abundan las galerías de arte y hay un día en el que los cuadros se cuelgan en los balcones como saetas ilustradas. La villa con sus torres, sus bares de marineros, la estación de autobuses con la impronta arquitectónica del regionalismo, un monumento al Aguador que de noche se convierte en un espectro y mis hijas decían que era Michael Jackson.

Sevilla es llana y Ayamonte tiene sus cuestas. Una de las más pronunciadas es la que hay que subir para entrar en la iglesia de las Angustias, la patrona de la ciudad. El Ayamonte bajó de categoría, pero el Edificio Estadio seguirá siendo lugar de tan buenos recuerdos y lecturas inolvidables. El sitio donde celebramos el gol de Iniesta que le dio a España el Mundial de Sudáfrica. Yo me fui a celebrarlo al bar Estadio de Cayetano. Uno de sus tres hijos varones se dedicaba a la pintura. Igual que en tiempos en las familias había una plaza reservada para la milicia, otra para el clero y una más para la hacienda, en casi todas las familias de Ayamonte hay alguien que apunta maneras con la pintura. Es como un gremio local que como en el caso de Virginia Saldaña rompe en genialidad, en estilo, en manera distinta de ver las cosas.

Hemos visto sus obras en el Alcázar y también en la Casa de la Provincia. Era una noche que se fallaba en el Alcázar el premio Fernando Lara de Novela y empezaba la campaña de las elecciones municipales. Dos de los candidatos, Antonio Muñoz, alcalde saliente, y José Luis Sanz, alcalde entrante, estaban entre los comensales. Algunos de los periodistas llegamos un poco antes y entramos en la antigua sede de la Diputación Provincial donde inauguraba Virginia Saldaña. Los árboles de la gente no dejaban ver el bosque de los cuadros. Sevilla vivía su consagración de la primavera, que es la estación que le ha tocado retratar a Virginia, esa expectación que nacerá con el Miércoles de Ceniza. El alborear de un tiempo nuevo que marcará el primer cuarto de siglo de este XXI tan problemático y febril como el siglo XX del tango Cambalache. Miércoles de ceniza al que llegaremos desde un Miércoles Santo de veinte años atrás en el que no salió ninguna cofradía de Sevilla, salieron todas las de Ayamonte, el Guadiana le ganó la partida al Guadalquivir y después del Domingo de Resurrección la Cristiandad asistió a la muerte del representante de Cristo en la tierra. Empezaba el tiempo del papa Benedicto XVI.

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