Una carpa circense en la Alameda

El final del verano. Fakires, acróbatas, saltimbanquis. Una troupe abigarrada sorprendió a niños y padres en el primer fin de semana de septiembre en el centro.

Una carpa circense en la Alameda

05 de septiembre 2011 - 05:03

SEVILLA es una ciudad-matria donde funciona el matriarcado. Un caso muy notable lo descubrí hace bastantes años: en el Tiro de Línea, en las calles perpendiculares a Almirante Topete próximas a Santa Genoveva, se repetía el perfil de familias que se habían instalado en viviendas construidas con materiales de la Exposición del 29 y que, en su segunda generación, era la mujer la que atraía a la barriada al cónyuge, que por lo general procedía de otros lugares de la ciudad o de fuera de ella.

Muchos años después, mediados cambios de siglo, de milenio, de moneda, de régimen político y no digamos de costumbres, la repetición del ritual me permite formular un nuevo caso de matriarcado. Una buena parte de niños de la Alameda, de los que juegan en el parque infantil más próximo a Las Maravillas, pasan parte de su periodo vacacional en la tierra de sus madres. La anécdota se convierte en categoría cuando entre los amigos de mi hijo, todos amistades surgidas en ese entorno lúdico, Gonzalo ha pasado el verano en Elda, antaño emporio del calzado en Alicante; Andrés ha disfrutado de los encantos de La Rioja, en la que su madre creció jugando entre huellas de dinosaurios; Alba ha hecho como todos los veranos su máster de Galicia, acompañada esta vez por su hermana Lucía, soplo de paz y risas que vino al mundo el 18 de julio, 75 años después del comienzo de la guerra civil; Miguel todavía apura los días en Grazalema, patria del pinsapo cuyos índices pluviométricos superan los de Santiago de Compostela.

Llega a su fin el verano de los maleficios del pepino y del códice Calixtino. La Alameda vuelve a llenarse de niños y de progenitores. La carpa del Circo del Sol ya la han instalado cerca del Charco de la Pava, y la tarde del sábado una troupe circense sorprendió a niños y padres en el corazón de la Alameda. Venían en jolgorio y armonía por la calle Relator, el itinerario de los armaos de la Macarena. Un elenco abigarrado, torbellino de magia y de acrobacias, con un speakerclownesco y fandanguero que anunciaba los números del circo subido a sus zancos de quintacolumnista de la Alameda (la quinta columna sumada a las cuatro restantes que representan a Hércules, Julio César y las dos leonas, una en cada esquina: la Leonesa y la Ponferradina).

La improvisada carpa se abrió simbólicamente a la altura del Café República. Hasta Paco, de Casa Paco, que también ha vuelto de sus vacaciones, se acercó para ver esta fiesta sin programadores. Hacían las delicias de los niños, sentados como lo hacían sus padres en los conciertos que los cantautores daban en la Universidad (nostalgia o tabarra, qué más da) y a sus padres los convocaban más tarde para participar en una fiesta nocturna en el Rincón del Búho, local de la calle Parras, la misma en la que nació Juanita Reina y donde hizo su museo de derribos Enrique Pavón.

Se sucedían los saltos. Cinco voluntarios se aprestaban a hacer de alfombras de un atleta con alma de fakir. Jóvenes abanderadas se cruzaban en bailes volcánicos. Los tambores atraían al público. El primer fin de semana de septiembre presentaba sus credenciales. Se hacen llamar Circo Trópico. Se iba la tarde en suspiros, al Circo del Sol le salía esta alternativa bullanguera del circo de la sombra. El parque infantil se había quedado vacío. Todos hacían un círculo más bien elíptico en torno a los integrantes del espectáculo. Gorras para la suscripción popular y la beneficiencia hacia el artista.

Iban llegando más niños. Una catarsis para el comienzo de la normalidad escolar. Empieza la última semana sin colegio. Ellos, allí sentados, viendo al zíngaro de los zancos cual gigante, son los que miden y administran nuestro tiempo. Y en este mes, también nuestro patrimonio. Ellos hacen de despertadores, dueños de nuestros sueños, libertadores de nuestras pesadillas. La música se iba a otra parte. Llegaba la hora del búho, que es como llaman en Madrid a los autobuses nocturnos.

La troupe se iba por donde había venido. Temblad palomas, ha llegado el búho.

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