La otra cara del río

Las orillas del río albergan varios asentamientos de tiendas de campaña, monumentos sin cuidar, un paseo al que le faltan adoquines y con el mobiliario destrozado, muy sucio y con el mal olor que despide el agua estancada.

Una botella flota entre la suciedad del agua, en la corta de San Jerónimo.
Una botella flota entre la suciedad del agua, en la corta de San Jerónimo.
Fernando Pérez Ávila

19 de agosto 2012 - 05:03

Al ser preguntado por la llegada a Sevilla de dos cruceros de lujo en los próximos días, el alcalde, Juan Ignacio Zoido, expuso que una de sus apuestas más importantes para potenciar el turismo pasa por revitalizar el río y darle el sentido "histórico" que tiene el Guadalquivir para Sevilla, para la que siempre ha sido "fuente de vida". No fue el primero. Todos los políticos que se han presentado a la Alcaldía de Sevilla desde que arrancó la democracia, fueran del partido que fueran, basaron su campaña electoral en el río, con ideas que iban desde una playa hasta un catamarán turístico.

Ninguno de esos proyectos tiene nada que ver con el estado actual de las riberas, en las que acampan chabolistas, se acumula la suciedad, el mobiliario urbano está destrozado y los adoquines rotos y levantados. El paseo Juan Carlos I es uno de los lugares más frecuentados por deportistas, gente que sale a correr o a pasear en bicicleta. Los restos de cristales y botellas rotas están esparcidos por todo el camino, lo que obliga a los ciclistas a esquivar con frecuencia estos obstáculos para evitar pinchazos. Buena parte de los adoquines están rotos o desprendidos y hay baches que entrañan un riesgo de caída para los ciclistas y de torceduras para los corredores.

A lo largo de todo el paseo, la orilla está flanqueada por unos cañaverales muy altos, en los que se estanca el agua y se enredan toda clase de desperdicios. Latas, botellas, bolsas de plástico y paquetes de patatas fritas flotan en las márgenes del río, donde algunas losas de hormigón están hundidas o rotas. Pese a ello, cualquier mañana de fin de semana pueden encontrarse a decenas de pescadores buscando la zona menos contaminada para lanzar la caña.

No son los únicos. Hay mucha actividad en el río una mañana de sábado. Hay piragüistas, corredores, ciclistas, patinadores o simplemente gente que pasea a buena velocidad antes de que apriete el calor. También hay quienes duermen en los poyetes y quienes tienen su casa en lo que hace varios lustros fueron unos jardines. Entre el puente del Alamillo y el de la Barqueta, en la zona verde que baja hacia el paseo Juan Carlos I, hay varios asentamientos de tiendas de campaña. En uno viven más de 40 personas. Uno de ellos se identifica como Tavi. Es rumano y vive de la chatarra. "Pero aquí también viven españoles. No tenemos casa ni otro sitio adonde ir. Aquí somos unas 40 personas, pero más adelante hay más gente", explica, señalando hacia la zona del paseo que discurre bajo la calle Torneo.

Para una persona que no tiene hogar, colocar su tienda de campaña en un lugar como este le soluciona varios problemas. Para empezar, tiene acceso al agua, por muy putrefacta y pestilente que sea. Puede asearse a diario sin tener que hacerlo en una fuente a la vista de todos. Las temperaturas en verano son algo más frescas que otros puntos de la ciudad y hay sombra. Es una zona que está retirada de las viviendas y en el que la propia calle Torneo ejerce de barrera con los pisos, por lo que tampoco habrá que soportar a vecinos que se quejen y llamen a la Policía. Aun así, Tavi asegura que la Policía viene con frecuencia. "Si dejamos la tienda con nuestras cosas dentro y estamos fuera, se lo llevan todo. Y eso es todo lo que tenemos", dice.

Si se pone rumbo hacia San Jerónimo, el paisaje cambia por completo, con un cuidado parque lleno de césped y de senderos que acompaña al viandante hasta el final de la dársena. El Guadalquivir se corta en el parque de San Jerónimo, que preside el Huevo de Colón. Como ocurriera años atrás, las placas de bronce de la parte más baja del monumento han sido robadas. Las piezas no se han repuesto y apenas hay vigilancia más allá de las patrullas periódicas que puede realizar la Policía por la zona. Para evitar más robos, se le ha colocado una malla a la escultura, de forma que a los ladrones les resulte más difícil el acceso desde la fuente.

Si se toma la dirección contraria, hacia Torneo y Plaza de Armas, hay muchas más muestras de deterioro. Las escaleras por las que se baja desde la avenida hasta el paseo Juan Carlos I están muy sucias, con montañas de hojas caídas que nadie ha recogido. Sólo los pantalanes nuevos, el entorno de la biblioteca Felipe González y un parque infantil colindante presentan un aspecto cuidado y distinto. Buena parte de culpa de ello la tendrá el patrullero de una empresa de seguridad privada que permanece aparcado, a modo de garita, en la puerta del parque.

En los bajos de la estación de autobuses de Plaza de Armas sigue siendo alto el riesgo de atropellos como el ocurrido hace justo un año, en el que murió un niño de 13 años. El paso de peatones que el Ayuntamiento colocó como medida de seguridad conecta la orilla del río con la valla del skate-park, obligando a los patinadores a volver a salir a la calzada para entrar en el recinto.

Más adelante aún, restos de basura se esparcen por el césped en el que muchos turistas aprovechan para tomar el sol, ya casi junto al Puente de Triana. El lugar es escenario habitual de botellonas, como acreditan las múltiples piezas de vidrio que se quedan entre los adoquines. Al otro lado del puente, hay un carril bici de tablas en el que faltan algunos listones y otros están combados.

A la izquierda, las paredes del puente están muy deterioradas porque es el lugar elegido para entrenar por los aficionados a la escalada. A la derecha, el Monumento a la Tolerancia lleva años convertido en el urinario de los jóvenes que celebran botellonas. Ayer por la mañana, quedaba como vestigio de la fiesta un vaso junto a las manchas secas de orina. Los vecinos han denunciado que hay incluso una plaga de ratas.

El paseo se corta más adelante en el Muelle de Nueva York, que ha estado en obras los últimos dos años cuando los trabajos estaban previstos para sólo cinco meses. La obra está terminada desde marzo pero aún no hay fecha de apertura. La única opción de seguir paralelo al río es subir y continuar por la avenida de las Delicias y acceder al muelle del mismo nombre. Ésta, al ser una zona acotada y propiedad del Puerto, está mucho más cuidada. Aún así, el esqueleto del edificio del Acuario con la obra parada sigue transmitiendo una intensa sensación de abandono.

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