Calzoncillos al sol en la Plaza Nueva de Sevilla. La confianza da asco

El Macero

La ropa interior ya no sólo se orea en los balcones de los pisos turísticos y hoteles, también sobre los setos del centro de la ciudad

Medallas vespertinas en un jueves de Corpus

Unos calzoncillos secados al sol sobre un seto de la Plaza Nueva.
Unos calzoncillos secados al sol sobre un seto de la Plaza Nueva. / Redacción Sevilla

Lo habíamos visto en los balcones de calles de rancio abolengo. El turismo tiende las vergüenzas al aire de la ciudad. Calzoncillos, sujetadores, bragas, toallas, camisas, faldas y pantalones. Todo un armario a la vista de los viandantes. Apéndices de pisos turísticos y también de hoteles de estrellas devaluadas. Nuestra sorpresa ha llegado con los primeros calores y en la semana en la que el regidor José Luis Sanz se ha sometido a una cuestión de confianza. Gayumbos en la Plaza Nueva, en el centro neurálgico de la capital andaluza y a escasos metros de la Casa Consistorial donde los populares lograrán en plena canícula (tengo predilección por los arcaísmos) sacar sus primeros Presupuestos adelante.

Al principio -he de reconocer- tuve mis dudas. No supe si se trataba de ropa interior o de un bañador de corte clásico, de esos que no se someten a los dictados de la moda y que pasan de generación a generación (el reciclaje en el vestir no lo han inventado los millennials). Las manchas que aparecen sobre su tejido (por su bien, no ahondaremos en el tema) lo confirmaron. Se trata de calzoncillos. Bien dejados a su suerte sobre el seto poco frondoso o a la espera de que se oreen a la intemperie de este contrariado inicio de junio.

La Plaza Nueva como secadero de ropa destinada a cuidar y tapar las partes pudendas del respetable. Nada que no se haya hecho ya común en balcones del Casco Antiguo un día sí y otro también. El largo (y muy jartible) calendario de procesiones extraordinarias lo constata. La reciente salida del Cristo de Burgos deparó imágenes en las que los hábitos nada pudorosos de los turistas dejan el centro de la ciudad (y buena parte de los barrios que lo rodean) con las vergüenzas al aire.

Las trabas de San Telmo

Colgaduras nuevas en las entrañas de una urbe tomada por personal ajeno. A ver quién le pone el cascabel a un gato que ha engordado hasta el sobrepeso. En San Telmo no están muy por la labor de aplicar una tasa a quienes visitan la ciudad. La oposición le echa en cara al bueno de Sanz que los suyos le hayan puesto demasiadas trabas en el primer año de mandato. Con amigos así, los enemigos sobran.

Ni impuesto al turismo ni Ley de Capitalidad, ni mucho menos un pacto con Vox. El gobierno local se queda con la ropa tendida. La culpa de no recoger a tiempo la colada -según los populares-la tiene la pinza entre los chicos de Abascal y los del puño y la rosa. Todo ello en el alambre de las elecciones europeas, para las que la vieja Híspalis ha servido de espejo del entuerto político que vive (más bien sufre) España.

Aquella Milla de Oro

El enclave que un día quisieron convertir en la milla de oro del comercio sevillano -como la Vía Condotti de Roma llegaron a decir (aguántense la risa)- se degrada hoy a tendedero de artículos que muchas familias compran en grandes cantidades en mercadillos periféricos. Curiosa simbiosis entre centro y extrarradio. Aunque nunca debemos olvidar la gran aportación que a la ropa interior hace desde tiempo inmemorial los Almacenes Pérez Cuadrado de la calle José Gestoso. Un templo del negocio tradicional donde se le sigue llamando a las cosas por su nombre: las medias son de color carne y no nude (cursilerías, las justas).

La Plaza Nueva da cabida también al sector hostelero, cada vez más presente en la zona (especialmente a la hora del gintonic). Y a la Cotorra de Kramer, el ave invasora de un verde nada discreto que revolotea por las sienes de Fernando III, rey con estatua que reconquistó la ciudad, como lo hacen 776 años después los miles de turistas que, con el eco sonoro de sus chanclas y del arrastre de las maletas, hacen de la vieja Híspalis un ojo patio. Va a ser verdad que la confianza da asco.

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