Impunidad ante una agresión al patrimonio
calle rioja
Desidia. Pintada de apoyo al rapero preso en la fachada de San Clemente
LA imbecilidad es contagiosa y se extiende como el mercurio. Una mano arropada en la cobardía del anonimato, que en la Edad Media era un género literario y hoy día es una infamia, ha ensuciado la fachada principal del monasterio de San Clemente, donde a las cinco y media de la mañana ya están en planta las monjas de la comunidad cisterciense. Un monasterio del siglo XIII, aunque igual al autor de la pintada le suenan a signos de la quiniela.
La fechoría se ha cometido junto a un edificio que es patrimonio monumental de la ciudad, que resume su historia, como acertadamente escribe Manuel Jesús Roldán en su libro Conventos de Sevilla. Ya el nombre es pura historia, pues en la festividad de San Clemente, 23 de noviembre de 1248, es cuando Fernando III consigue la rendición de la ciudad por los musulmanes. Tres de las nietas de este monarca que sería santo cuatro siglos después están enterradas en el monasterio. Tres infantas de Castilla: Berenguela, hija de Alfonso X el Sabio, doña Beatriz y doña Leonor, hijas éstas de Enrique II.
El autor de la pintada, iconoclasta de pacotilla, puso su rúbrica en un territorio donde pintaron Valdés Leal, su hijo Lucas Valdés, y Francisco Pacheco, suegro de Velázquez, y donde en 1914, como cuenta Roldán, en el compás del monasterio instaló su estudio JoaquínSorolla para uno de los cuadros que hizo para la Hispanic Society de Nueva York.
"No es tiempo de clausuras", dice Ismael Yebra en las primeras líneas del libro Sevilla en clausura, complemente perfecto de las fotografías de Antonio del Junco. El dermatólogo y académico Yebra es uno de los mejores conocedores de la realidad monástica y conventual de Sevilla; visitante de Silos o Las Huelgas, conoce como la palma de la mano este monasterio de San Clemente que fue una de las sedes de Sevilla en la Exposición Universal de 1992.
La pintada está en la entrada de la calle Reposo, perpendicular a Calatrava y muy próxima a la calle Vib-Arragel, nombre de la antigua puerta musulmana. Una vecina, al ver la pintada, lo denunció ante un policía municipal, que le respondió que sólo podían actuar si se lo pedían las perjudicadas, las residentes en el convento. Tiene razón Ismael Yebra: no es tiempo de clausuras. La desidia del uniformado ha prorrogado la notoriedad de Pablo Hasel. El monasterio sufrió avatares que llegaron desde las dos fronteras: el terremoto de Lisboa de 1755, la invasión francesa que en 1811 expulsó a las monjas. Pero este enemigo es más temible: representa a la vulgaridad y a la mezquindad.
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