En la calle Sierpes hubo una granja
Cien años de Ochoa. La viuda y los tres hijos del nieto del fundador celebran el siglo de una firma confitera que superó un incendio, muchas crisis y tentadoras ofertas
ALEJANDRA Ochoa Giménez nació el 30 de enero de 1983. Ese día el príncipe Felipe cumplía 15 años. No imaginaba esta sevillana que en cierta forma iba a convertirse en heredera de una dinastía comercial y por encima de todo sentimental. La confitería Ochoa la puso en marcha en 1910 su bisabuelo, Rafael Ochoa Vila, que se trajo nombres exóticos de un viaje a París para sus especialidades. Rafael Ochoa Jiménez, su abuelo, cogió las riendas y llegó a dirigir la Escuela de Hostelería de Sevilla.
Ochoa es un apellido vasco que en euskera significa lobo. Esta familia, que en la tripa de buena esperanza de Alejandra ya apunta a una quinta generación representada por siete bisnietos del fundador, sorteó las dentelladas del tiempo, sublimó las desgracias y hasta del fuego, del pavoroso incendio que destruyó por completo el local de Sierpes el 30 de septiembre de 2002, hizo un ejercicio de purificación y supervivencia para mantener la dinastía y su territorio: esta antigua granja de pollos de la calle Sierpes.
Rafael Ochoa Rojas veraneaba en Valencina. Macarena Giménez, sevillana nacida en los pisos militares de la calle Jesús del Gran Poder, pasaba los veranos en Gines. En esta población surgió el flechazo. No olvida la fecha. 11 de septiembre de 1965. Se casaron el 30 de abril de 1973, víspera de Feria. Tres años antes de la boda, Rafael se incorporó al negocio familiar. En 1980 se independiza abriendo en Los Remedios. En 1997 vuelve a Sierpes comprando el local a sus tíos.
El tercer Rafael de la dinastía confitera abandonó los estudios de Biología para dedicarse en cuerpo y alma a empresa tan dulce. No imaginaba que la más pequeña de su prole, Alejandra, iba a seguir sus pasos. Dejó la carrera de Enfermería con asignaturas sueltas cuando su padre, el biólogo inconcluso, enfermó.
Rafael murió en 2008. Su viuda se ha convertido en comisaria de una exposición fotográfica que hoy podrán contemplar quienes participen en el ágape social que Ochoa organiza para celebrar sus cien años de historia. Su incorporación a este selecto club de firmas centenarias de la calle Sierpes en el que están La Campana, la papelería Ferrer o la sombrerería Maquedano. Donde estaba la tienda de paraguas Rubio (de 1853) hasta que cerró.
Con datos oficiales del Consejo de Cofradías, más de cincuenta mil nazarenos pasan cada Semana Santa por la puerta principal de Ochoa, en Sierpes. Por la que no pudieron acceder los bomberos cuando se produjo el incendio. "Tuvieron que entrar por Cerrajería". Pudo ser el final de esta historia. "Nos ofrecieron mucho dinero", dice Rafael Ochoa Giménez, el primogénito de la cuarta generación, "algunos querían verlo incluso quemado". "Y no te hablo de empresas de Sevilla ni de España. Multinacionales. Una firma de ropa ya pensaba en abrir aquí una tienda de cuatro plantas". "Ofertas muy tentadoras", confirma Macarena, "esto era la vida de Rafael y prefirió seguir".
Ochoa estuvo cerrado catorce meses "y no se perdió ni un puesto de trabajo". En 1974 nació Rafael. En 1978, Esperanza. Y cerró el triángulo Alejandra. El varón, casado con María José, es padre de cuatro niñas: Raquel, Cristina, María José y Ana. Las hembras se han especializado en sevillanos: Esperanza y Rafael, ingeniero técnico industrial, tienen dos niños: Rafael y David. Alejandra espera el nacimiento de su segundo varón. El Martes Santo de 2009 trabajó en Ochoa y el Miércoles Santo nació Miguel, primer hijo de su matrimonio con Miguel Vela, carretillero en una empresa de aceitunas en Huévar.
El lunes será un día histórico. Cerrarán los tres establecimientos: Sierpes, República Argentina y Virgen de Luján. Sólo permanecerá abierta la Hacienda Ochoa, un cortijo del que se encarga Rafael y en el que están invitados a un almuerzo todos los que han formado parte de la plantilla o siguen en ella. "La mayor parte de las fotografías las han aportado antiguos empleados", dice Macarena. "La mayoría dieron todo por mi padre", apunta Rafael.
El negocio determinó las vocaciones de los tres hermanos. Rafael estudió Hostelería y tenía muy claro dónde haría sus prácticas casi de por vida. Esperanza quería ser veterinaria, pero tenía que ir a Córdoba a hacer la carrera. "Rafael era el rey y yo soy la regenta", admite Macarena. Sus hijos se han repartido tareas y territorios: Rafael, aficionado a las motos y a los caballos, está al frente de los salones campestres de La Rinconada. Esperanza, que encuentra el paraíso en la playa de La Barrosa, lleva los dos negocios de Los Remedios. Alejandra es la infanta de Sierpes.
La crisis les ha visitado, obviamente. "Como a todo el mundo", dice Macarena. "Pero nos han hecho más daño las obras de Los Remedios que la crisis". Un menú de obras para todos los gustos: aparcamiento de Virgen de Luján, el Metro en República Argentina, peatonalización en Asunción.
Aunque no hay un Rafael Ochoa de quinta generación, sueñan con que la estirpe celebre "los próximos cien años". Hacen unos lazos madrileños que ni en Madrid se los imaginan. "A Ochoa le distingue el hojaldre, la bollería o los batidos con helados artesanos". Macarena se siente orgullosa del legado de su marido: tiene en la familia a tres empresarios de 35, 31 y 27 años. La semilla de quien salía de nazareno con los Negritos y las Siete Palabras, lector asiduo de Diario de Sevilla.
Cien años de historia en un gremio que ha ido anotando bajas: Los Estepeños, Barquitos Loly, La Española, Santa Clara... "Este negocio es muy pensionado, es criminal para una familia", reconoce Macarena Giménez. Ochoa es un negocio, una historia, una escuela. Bernabé Girol, el maestro del obrador, entró con catorce años "de limpiamesas".
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