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La bulla se adueña de Sevilla en la Inmaculada: a colmarse de paciencia en el puente

Crónica de calle

La masa de gente se ha convertido en un clásico de esta fiesta, con un lleno absoluto en bares y calles

Son días de colas para ver belenes y hasta para sentarse en una terraza

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Aspecto que presentaba este 8 de diciembre la Avenida de la Constitución, sin servicio de Metrocentro. / Juan Carlos Vázquez

La bulla, esa masa amorfa de gente, se ha convertido en un clásico del puente de la Inmaculada (de la Constitución para los más políticamente correctos) en Sevilla. Como la muestra de dulces conventuales en el Alcázar o como el canto de las tunas en la víspera del 8 de diciembre. Salir a pasear por el centro de la ciudad y sufrir un auténtico suplicio por sus calles forma parte ya de estos días de asueto que sirven de arranque de la temporada navideña. Todo lleno. Y con colas, ya sea para ver un belén o para comprar calentitos. Una espera de la que no se libran las terrazas de veladores que, pese al frío, no pierden un ápice de demanda.

“Sevilla está abarrotada”. Lo decía el alcalde José Luis Sanz el pasado jueves antes de inaugurar el azulejo conmemorativo de los 55 años de La Flor de mi Viña, bar clásico del centro de Sevilla, de los pocos que siguen atesorando una cocina casera. La expresión del regidor popular recordaba aquella muletilla del Dúo Sacapuntas, los humoristas que, vestidos de toreros, saltaron a la fama en el Un, Dos, Tres (quienes recordamos sus últimas ediciones ya peinamos canas). Sirva esta vuelta al pretérito para constatar una realidad incuestionable. La Navidad es también fiesta de bulla en el centro de la ciudad, al arrebatar hace ya más de una década –podría decirse desde el mandato de Zoido– la hegemonía a la Semana Santa en cuanto a no poderse andar por sus vías más comerciales. Cuestión distinta es el negocio que hagan las tiendas en estas fechas, pues una cosa es llenar las calles y otra bien diferente rascarse el bolsillo.

Este puente festivo sirve de arranque del plan de tráfico. En la Plaza de la Magdalena, desde primera hora de la tarde, hay policías desviando el tráfico. Prohibido acceder al centro, excepto los servicios públicos. Un río de personas viene de Triana. Por las aceras del puente resulta imposible andar. Hay que hacerlo a una velocidad tan pausada que exaspera al peatón más paciente.

Una masa de gente cruza el puente de Triana. / Juan Carlos Vázquez

Otro clásico de estas fechas. El Metrocentro (vulgo tranvía) no presta servicio más allá de la Puerta de Jerez. La cantidad de gente que pasea por la Avenida de la Constitución hace imposible que circule por esta zona desde prácticamente la hora del almuerzo.

No se entiende un día de la Inmaculada sin sus colas. Las hay para acceder a los más diversos sitios. Los que esperan para ver los belenes. Por su longitud, gana la de la Fundación Cajasol, que llega hasta la calle Álvarez Quintero. Tampoco se quedan atrás la del Círculo Mercantil, que ocupa un buen tramo de la calle Sierpes (donde, por cierto, ha abierto recientemente un nuevo negocio de bocadillos);y la de San Juan de Dios, que cruza la Plaza del Salvador.

Sin olvidar las colas para comprar calentitos (término en desuso por el de churros, tan malsonante), dulces de última moda (en esto también hay su novelería), para comprar Lotería (la del Gato Negro alcanza la antigua Punta del Diamante) y para hacerse con un velador en las cotizadas terrazas del centro. En ellas, la clientela permanece enfundada con todo tipo de complementos: guantes y bufandas para permanecer a la intemperie.

Una joven se hace una fotografía con la Giralda al fondo. / Juan Carlos Vázquez

Hablemos de ropa. Tiempo atrás el día de la Inmaculada era la puesta de largo del vestuario de invierno. Se sacaban los abrigos y los visones. Aquella tradición cayó en desuso y ahora la masa que toma el Casco Antiguo en esta época del año lo hace con una indumentaria –seamos benévolos– donde prima la comodidad. Las zapatillas deportivas (de marca, eso sí) ganan la partida en el calzado y los plumíferos desplazan al abrigo clásico, que se ha convertido en una pieza de armario en peligro de extinción. Su uso queda prácticamente reducido a los participantes en actos cofradieros, que tanto abundan en esta solemnidad dogmática, la cual, como cantó Silvio el Rockero, muchos siglos antes que Roma la ciudad del Betis proclamó. Por cierto, tampoco faltan las colas en algunos besamanos, como el de la Virgen de la Concepción, de la Hermandad del Silencio.

A diferencia de otras fiestas, en esta bulla prima el carácter familiar, entendiéndose como tal: padres, hijos, suegros y hasta cuñados. Sin que falten los globos de los niños y el carrito de los más pequeños, que se convierte en rejón de tobillos ajenos. Todo ello por calles donde este festivo predomina, muy por encima de otros idiomas, el español, en sus distintos acentos. El turismo nacional lo llena todo en un puente de masas, para el que hay que gozar del don de la paciencia.

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