Calle Rioja
Francisco Correal
De Montecarlo a Gibraltar con escala en Sevilla
Fernando Amores. Arqueólogo.
Fernando Amores (Sevilla, 1955) es uno de esos sevillanos muy educados y algo distantes. Su imaginario es más romano que moro, más inglés que mesetario, más artístico que técnico. Criado en el barrio del Porvenir, sus primeras letras las cursó entre los Padres Blancos de Los Remedios y el instituto Herrera de la Palmera. Aunque su primera llamada fue la Biología, al final decidió estudiar Historia del Arte en la Universidad de Sevilla del tardofranquismo. Cuando uno habla con él se da cuenta de que su vida ha estado jalonada de encuentros que le han dejado una huella profunda: Juan Manuel Bonet y su larga biblioteca; la extravagante viuda de Foxá, María Larrañaga; el pintor e historiador del Arte Juan Fernández Lacomba... Pero su gran encuentro en la vida fue con la arqueología, esa ciencia total del pasado que descubrió excavando la calle Abades y a la que ya nunca abandonó. Como arqueólogo ha realizado todo tipo de excavaciones y trabajos: Itálica, la iglesia del Salvador, la Encarnación, etcétera. Una de sus grandes aportaciones a la ciudad fue pensar lo que hoy conocemos como el Antiquarium, la gran cripta arqueológica de las setas que se puede considerar como un auténtico museo de la antigua ciudad romana, Hispalis.
-Su primera infancia la pasó en El Porvenir. ¿Tuvo algo que ver la cercanía del Museo Arqueológico en su vocación?
-En absoluto. No supe que existía hasta los once años, cuando nos fuimos a vivir a Reina Mercedes. Sí íbamos todos los días al Parque de María Luisa, pero yo quería ser mayor para no volver, porque para mí era el tedio. Ahora, sin embargo, me encanta ir.
-Entonces no fue eso que llaman vocación temprana.
-Mi primera vocación fue la Biología. Uno de mis hermanos mayores era biólogo de la Estación de Doñana y yo me ganaba algunos duros transcribiendo los casetes de campo que grababan cuando buscaban al buitre negro y al águila imperial en la zona de Aroche. Todo lo que fuese naturaleza me encantaba, pero me empecé a dar cuenta de que lo que más me fascinaba era el Arte. En este sentido, fue importante el que yo viviese en el número 17 de Reina Mercedes, el mismo bloque de Juan Manuel Bonet y su exótica familia, con una madre francesa y una biblioteca estupenda. En el mismo piso, enfrente de nuestra puerta, también vivía Rafael Manzano. Dejé el Bachillerato de Ciencias que hacía en el Herrera, entonces un instituto muy vanguardista y me pasé a Letras.
-¿Y cómo llevó lo del Latín?
-Me costó mucho trabajo. Ya en la Facultad pude cambiar el Griego por el Árabe, que se me daba estupendamente. Siempre he pensado que fue una pena no seguir con este idioma, pero entonces faltaban estímulos dentro de la Universidad, la asignatura se consideraba más una opción que una oportunidad. En los profesores no había esa cosa seminal de buscar alumnos.
-Y la arqueología, ¿cuándo llegó?
-Escogí la especialidad de Historia del Arte y, en segundo o tercero, fui a mi primera excavación en la calle Abades. La dirigía Ramón Corzo, quien buscaba los restos de unas termas. Para mí fue una gran experiencia, porque descubrí una disciplina muy transversal donde todo era importante... Te ensuciabas pero también tenías que estar limpio... Barrer, dibujar, visitar las bibliotecas, el contacto personal, siempre en equipos... No quería ser un señor todo el día metido en un archivo. Era más bien un culo inquieto.
-El descubrimiento de Carmona, donde vivió una época, fue muy importante para usted.
-Como tesina de licenciatura, mi profesor me encargó que realizase la carta arqueológica -algo muy de moda en los 70- de los Alcores, una zona clásica de la arqueología sevillana por los trabajos de Jorge Bonsor en Mairena y la Necrópolis de Carmona. Para mí Carmona era un enigma detrás de la Puerta de Sevilla, por donde pasaba siempre -pero no entraba- cuando iba con mi familia a Constantina a ver a mi abuela. La familia del profesor Atonio Caballos me prestó un cortijo que tenían cerca y lo convertí en centro de operaciones para recorrer la zona con una moto. Me llevé a varios amigos y pasamos un verano maravilloso sin luz ni agua corriente.
-¿Pero Carmona ciudad?
-Recuerdo el primer día que atravesé la Puerta de Sevilla. Fue un verdadero impacto y me di cuenta que ese lugar iba a ser muy importante en mi vida. Empecé a conocer a gente y gracias a la viuda de Agustín de Foxá, María Larrañaga, de la que me hice muy amigo, alquilé la Cilla antigua del Cabildo, pese a que entonces Carmona estaba muy lejos de Sevilla. Le propuse a mi íntimo amigo Juan Lacomba que compartiese conmigo el alquiler y, al principio, me dijo que estaba loco, pero cuando vio la casa del XVIII, con techos de seis metros de altura... La compartimos también con el pintor José Fuente. Fueron unos años inolvidables.
-Uno de sus primeros trabajos como arqueólogo fue en Itálica.
-Sí, el primer contrato que tuve en mi vida fue de peón ordinario de Itálica. A mediados de los ochenta comencé a dirigir a efectos prácticos el conjunto arqueológico. La primera decisión fue paralizar cualquier tipo de excavación, porque el debate que comenzaba entonces era el de la conservación. Había que hacer una reflexión sobre qué teníamos exhumado y cuáles eran las condiciones de conservación... El balance era muy negativo. Entonces se hacía una excavación pero no se pensaba que luego existía la obligación de conservarla.
-¿Cuál cree que fue su principal aportación a Itálica?
-Precisamente, iniciamos una reflexión sobre el valor patrimonial del conjunto y paramos el exceso de excavaciones. Pudimos acometer una especie de involución, revisitar -en el sentido inglés de la palabra- aquellos lugares que teóricamente ya eran conocidos. Empezamos a mirar con nuevos ojos la Casa de la Exedra, la Casa de los Pájaros... Y comenzó a surgir una nueva realidad.
-¿Y qué opina de cómo está ahora Itálica?
-Tiene gloria, pero también tiene pena. Desde la Transición y la llegada de la autonomía, lo romano empezó a tener un cierto matiz negativo y se privilegió la arqueología islámica, que había estado muy ninguneada en los años anteriores. Medina Azahara, que es un gran conjunto arqueológico, empezó a recibir inversiones importantes siguiendo las indicaciones del PSA, que equivocadamente hacía una identificación entre el pasado andalusí y Andalucía. El yacimiento de Medina Azahara se ha privilegiado frente a Itálica. Eso sí, durante la Expo se dio mucho dinero para recuperar el Teatro, que dio un importante salto hacia delante. Es significativo que Itálica, después de décadas de autonomía, no tenga un centro de visitantes, como sí lo tiene Baelo Claudia. Ahora mismo está muy mal de personal y, a veces, tiene casi que cerrar.
-¿Le recomienda a los jóvenes que estudien Arqueología pese a los niveles de paro que hay ahora?
-Ninguna persona debe renunciar a sus sueños. La historia de una persona se compone de vericuetos y casualidades, pero siempre de ilusiones. Las fantasías hay que perseguirlas y, aunque no se consigan, el intento siempre dejará una huella que tendrá sentido.
-La visión de la Sevilla romana ha cambiado mucho después de las muchas excavaciones arqueológicas de los últimos tiempos. Poco tiene ya que ver con la que describió Antonio Blanco Frejeiro en su famoso libro sobre el asunto.
-Ahora se sabe mucho más, pese a que la romana es una ciudad difícil de excavar, porque está a mucha profundidad y casi siempre con agua. Una última tesis sobre el urbanismo romano sevillano, realizada por Daniel González Acuña, pone en orden todos los hallazgos dispersos que ha habido desde los años cincuenta, cuando Collantes de Terán excavó la Cuesta del Rosario. Nuestro conocimiento anterior era muy especulativo por la falta de datos, pero descubrimientos como el de las cisternas de la Plaza de la Pescadería, que eran una infraestructura de gran importancia para el abastecimiento de agua pública, lo han mejorado considerablemente. Además de la Encarnación, también ha sido muy importante el descubrimiento del puerto, lo que nos permite ver a Hispalis como un emporio, como un puerto comercial. Iba desde la Calle San Fernando hasta la Macarena.
-¿Tan grande?
-Claro, era un sistema de áreas de embarque en línea. Cada atraque estaba relacionado con distintas industrias: las alfareras, las pesqueras... La Encarnación tiene una factoría de salazones que implica una proximidad enorme a una lota, el lugar donde atracan los barcos pesqueros. En esta zona también apareció una calle principal de seis metros de anchura con dirección al Duque, que es donde estaba el puerto. Lo que ha aparecido en el Patio de Banderas parece que son almacenes portuarios.
-¿Y qué es lo que se nos escapa?
-La zona foral, el lugar donde estaba el foro, el centro administrativo y político. Durante una época se dijo que estaban en la Alfalfa, pero allí han aperecido las cisternas. Ahora, creemos que podrían estar desde la Cuesta del Rosario hasta la Catedral.
-Está hablando de la Encarnación, lugar que usted excavó y luego pensó como un museo de la ciudad romana: el Antiquarium.
-Le puse hasta el nombre. Los antiquarium son en Italia esos pequeños museítos locales donde se guarda la colección vieja de la ciudad. Allí tiene un sentido casposo y antiguo, pero en España nunca había sido utilizado y a mí me parecía un buen nombre.
-El gran mérito del Antiquarium ha sido visualizar la ciudad romana.
-Sí, antes sólo se conocía prácticamente las columnas de la calle Mármoles, que también están bastante ninguneadas. El Antiquarium es la musealización de una parcela de la ciudad, no de un gran monumento, algo que tiene más potencial narrativo y nos permite contar muchas historias de la gente normal.
-¿Está contento con su gestión?
-Todavía falta mucho por hacer en el Antiquarium. Faltan por ponerin situ18 mosaicos, incorporarle audiovisuales, la restauración de calles... Ayer estuve y me dio bastante pena porque estaba bastante oscuro. Había muchos focos fundidos sin reponer, por lo que algunos mosaicos prácticamente no se veían. Lo importante para el político es el proyecto, pero no el día después. En España y Andalucía nos sigue faltando gestión. El Ayuntamiento tiene que hacer un esfuerzo para profesionalizar la gestión del patrimonio histórico de la ciudad. Faltan conservadores en la municipalidad.
-¿Qué le parece la polémica de las Atarazanas?
-No me cabe duda de las buenas intenciones de los conservacionistas de Adepa, en la que hay técnicos de primer orden como Fernando Mendoza o García Tapial, pero dudo de la profesionalidad de los criterios de organizaciones como la Fundación Atarazanas. La cuestión de bajar o no bajar la cota para recuperar el suelo medieval presenta unos problemas técnicos muy importantes y los mismos especialistas de Adepa, cuando se les ha explicado, han empezado a recular un poco. De alguna manera se ha obviado y ninguneado la valía de los equipos técnicos de Vázquez Consuegra. Se ha demonizado al arquitecto porque hay mucha gente que le tiene ganas. Es curioso que nadie haya dicho nada, por ejemplo, del derribo de todo el acuartelamiento del siglo XX, la caja de reclutas, que era parte de la memoria de la Guerra de África. ¿Por qué? Porque tienen un criterio selectivo y sólo les interesa el pasado medieval. Las Atarazanas no es sólo lo medieval, sino también el edificio de Carlos III, las bóvedas del XVIII... Eso les da igual. Se puede excavar hasta el fondo, pero no hay por qué hacerlo ahora. Lo que no se puede es hablar de "atentado patrimonial" y demonizar a un arquitecto porque no se baje la cota.
-¿Cuáles deben ser las próximas líneas de actuación de la arqueología sevillana?
-Avanzar en los mecanismos de gestión municipal. La ciudad tiene ahora una serie de inmuebles y criptas de tipología arqueológica que suponen un cambio radical respecto al panorama de hace veinte años: San Jorge, los Baños de la Reina Mora, Pescadería, el Patio de Banderas, el Antiquarium, las columnas de Mármoles. Hay que avanzar y profesionalizar la gestión de todos esos espacios. Ahora que hay pocas excavaciones es el momento de estudiar todo lo que se ha sacado en los años anteriores, algo que se debe plasmar tanto en libros como en exposiciones en los espacios antes mencionados.
-Me gustaría acabar preguntándole por un yacimiento completamente amenazado, El Carambolo.
-Lo ideal sería un acuerdo entre la propiedad y el Ayuntamiento de Camas para permutar el terreno del yacimiento por otro urbanizable, pero la burocracia y la falta de transversalidad entre las administraciones lo hace muy difícil. El Carambolo es un yacimiento muy deteriorado, pero lo más importante es su ubicación. Ahí está un poco ese mundo griego que, a diferencia del romano, no construye sus templos donde obliga el urbanismo, sino en los sitios donde se produce un encuentro con la divinidad, donde está el numen, y hay que ir allí pese a que no está de paso hacia ningún lugar, como el Rocío, como Setefilla. El Carambolo es eso, el santuario, te puedes llevar el tesoro a donde quieras, pero el lugar está y seguirá allí. Es fácil hacer un proyecto que lo haga latir.
También te puede interesar
Lo último
Audiencias de noviembre
Los 'Teledarios' viven horas muy bajas de audiencia en un mes de tanta atención informativa por ValenciaInvestigación y Tecnología
El impacto emocional de los padres helicóptero en el desarrollo de sus hijos
1 Comentario