Bajo la atenta mirada de Carlos IV
Calle Rioja
Emotiva visita del americanista Luis Navarro García al Archivo de Indias, donde empezó a investigar en 1955, con 18 años, y ahora da nombre a la glorieta de la fachada principal
La inauguración de la glorieta dedicada a Luis Navarro
Entrevista con Luis Navarro García
El guía que explica a un grupo de chavales la historia del Archivo de Indias no imagina que el americanista Luis Navarro García que da nombre a la glorieta ajardinada de los leoncitos está en la entrada. No sería mucho mayor que estos estudiantes cuando entró por primera vez en el Archivo en 1955. Su ficha más antigua data del 18 de junio de 1956. Luis Navarro García (Sevilla, 1937) tenía 19 años. Todavía mandaba en la diócesis el cardenal Segura. Ese año los tanques de la Unión Soviética habían invadido Hungría (siguen en lo mismo) y Franco, asiduo inquilino del Alcázar, decidió boicotear los Juegos Olímpicos de Melbourne en señal de protesta contra esa invasión.
Luis Navarro García ha vuelto al Archivo de Indias 68 años después de la primera de cientos de visitas. Lo recuerda como el primer día, como aquella primera visita de la que consta la ficha en la que pedía documentación sobre la organización administrativa de la Nueva España. Faltaban dos años para que naciera Esther Cruces (Málaga, 1958), actual directora del Archivo General de Indias, cuatro décadas de archivera; faltaban dos décadas para que naciera Teresa López (Jaén, 1976), que es la que ha trabajado para encontrar el expediente de investigador de Luis Navarro y algunas de sus fichas. “Trabajaba usted muchísimo”, le dice la directora. En otra ficha pedía datos sobre la política indiana de los primeros Borbones.
Hay un cambio fundamental en esas fichas. En las primeras consta su domicilio en la calle Gerona, la casa donde nació la víspera de Reyes de 1937; pronto aparecerá su residencia en la calle Tibidabo, barriada del Plantinar, su primer domicilio de casado tras contraer matrimonio con María del Pópulo Antolín, extremeña de Almendralejo.
Extienden las fichas en el despacho de la directora del Archivo de Indias. Esta malagueña cuyo primer destino fue el Archivo Provincial de Córdoba, fue la que le enseñó la Alhambra a Bill Clinton. Pero no es menor la emoción que siente ahora al recorrer las estancias donde todos los días se le da la vuelta al mundo con este investigador octogenario que nunca perdió la condición que figura en su primera ficha: estudiante. Nunca dejó de estudiar. Ni siquiera como director de las más de treinta tesis doctorales de alumnos de España y toda América a los que enviaba a este Archivo de Indias para que encontraran la brújula de sus investigaciones, detectives de mapas y legajos.
Repasan las fichas bajo la atenta mirada de Carlos IV pintado por Maella. El rey que aprobó las Reales Ordenanzas del Archivo cuya creación certificó otro monarca, Carlos III, que también está en el despacho de la directora, además de Felipe VI, Hernán Cortés y Juan Bautista Muñoz, el gran impulsor del Archivo de Indias, el cosmógrafo que murió escribiendo el segundo volumen de su Historia de Indias.
En 1956 no había ascensor, pero ya estaba el cañón, que han cambiado de sitio. La música exterior es la misma: los cascos de los coches de caballos. Sigue estando el célebre cofre de los tesoros con una llave y siete cerrojos. Unas turistas se hacen fotos en el patio herreriano del Archivo de Indias. Don Luis observa los bigotes de los capitanes generales de Cuba, retratos que llegaron desde La Habana. La otra generación del 98. Tuvo legiones de alumnos. Uno de ellos le acompaña en la visita, Manuel Marchena, a quien le dio matrícula de honor en tercero de carrera y hoy es catedrático de Análisis Geográfico Regional.
Las cajas están vacías. Los documentos están a buen recaudo y ahora se investiga en la Cilla, donde estuvo el Museo de Arte Contemporáneo que dirigió Víctor Pérez Escolano, propuesto por Florentino Pérez Embid. Luis Navarro recorre las diversas salas. En una misma visión, señala la Inmaculada de la plaza del Triunfo y las almenas del Alcázar. Este edificio fue desde el 1 de enero de 1660 Academia de Dibujo y Pintura fundada por Bartolomé Esteban Murillo. Está entre la Catedral y el Alcázar, el poder espiritual y el poder civil, en lo que alguien llamó el mejor cahíz de la tierra. “Antes de ser Archivo de Indias”, dice Marchena, “fue Lonja de los Mercaderes, esto era Davos”. El día que nace Luis Navarro, segundo año de la Guerra Civil, Joaquín Romero Murube ya era director-conservador del Alcázar y ese 5 de enero de 1937 encarnó al rey Gaspar en la Cabalgata del Ateneo.
Cuando llegó por primera vez a investigar, tutelado por su maestro, José Antonio Calderón Quijano, que vivía justo enfrente del Archivo de Indias, éste lo dirigía José de la Peña Cámara, un castellano que llegó a ser senador socialista. Navarro coincidió en este Louvre de las Américas con Carande, con Pierre Chaunu “que venía con su mujer”. Lo saluda Antonio Reyes Pulgar, que entró en 1986. “Nací en Moguer, en la misma calle que Juan Ramón”. Que consiguió el Nobel de Literatura el año que Luis Navarro pisó por primera vez el Archivo de Indias y Franco decidió no mandar a los atletas y nadadores a las antípodas.
Esther Cruces nunca fue alumna de Luis Navarro, pero no se quería perder esta lección magistral. Tan placentera como cuando esta archivera encontró el expediente de su padre y la ficha de sus trabajos sobre el virrey Amat o la ficha de Alice Bache Gould, la única mujer de la ‘Galería de Raros’ de Ramón Carande, norteamericana que murió en el Archivo de Simancas y según Luis Navarro fue la mejor estudiosa de las tripulaciones de Colón. Antes de que se abriera este Archivo de Indias, los documentos iban con los Reyes en sus Cortes itinerantes. “El del reino de Aragón, desde Pedro I, siempre estuvo fijo”, dice Esther Cruces. “Ahora está en Barcelona, porque Cataluña siempre fue un condado de ese reino”. Lo decía Góngora: “Con dados juegas condados”.
Casi siete décadas en una mañana. “Una cosa muy emocionante”, recuerda Luis Navarro, “es cuando encontré la imagen del soldado de cuera, el soldado presidial del ejército de la frontera en el norte de México. Es la última lámina de mi tesis doctoral, que me dirigió Calderón Quijano”. El maestro que nació en México y nunca volvió a América. Su discípulo, una autoridad en virreyes, sí visitó ese país para recibir una importante distinción académica. Se despide de su alumno no sin antes preguntarle: “Marchena, ¿qué es eso de la Subbética?”.
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