"Arroyos de vino". El consumo de alcohol en al-Ándalus
El Rastro de la Historia
Todos tenemos asimilado que alcohol e islam son dos mundos incompatibles, pero la realidad fue distinta, al menos en al-Ándalus. Aunque, en general, las distintas escuelas coránicas contemplan al vino como algo pecaminoso y perjudicial, lo cierto es que el Corán es ambiguo en este aspecto y lo mismo lo considera un producto infernal que afirma que en el paraíso prometido por Dios habrá "arroyos de agua incorruptible, arroyos de leche de gusto inalterable, arroyos de vino, delicia de los bebedores, arroyos de depurada miel" (Sura 47, Muhammad-15).
Hay que tener en cuenta que al-Ándalus fue una realidad histórica dinámica y cambiante que duró ocho siglos, un periodo de una gran complejidad étnica, cultural, religiosa, política y bélica que siempre estuvo sometido a cambios drásticos. En lo que respecta al vino, simplificando, podemos decir que hay dos grandes etapas: una claramente permisiva en su consumo, que va desde la invasión del 711 hasta el siglo XII (emirato, califato y taifas) y otra de clara animadversión y persecución a partir de las invasiones de los imperios norteafricanos de los almorávides y los almohades, pueblos nómadas, sin ninguna tradición vinícola y de un acentuado rigorismo religioso.
El consumo del vino en al-Ándalus, como hemos dicho, fue tolerado durante siglos, lo que no significa que fuese legal. Al igual que sigue ocurriendo hoy en día, el hecho de que se consuma una droga no conlleva su legalidad. En al-Ándalus siempre hubo debates coránicos sobre la licitud del consumo de alcohol y las posturas fueron variadas, desde el más estricto prohibicionismo hasta la condena de la ebriedad y del abuso, pero no de la ingesta. En su recientísimo trabajo La gastronomía de Al Ándalus (Almuzara), el medievalista Francisco de Borja García Duarte recuerda un texto extraído del famoso Libro de los jueces de Córdoba (siglo X), en el que el historiador andalusí Aljoxani se pregunta por el hecho de que los magistrados "cerraran los ojos para no ver a los borrachos, y su evidente negligencia en castigarlos y hasta la excesiva benignidad con que los trataban no me la explico de otra manera, visto que en Andalucía se hablaba de esas cosas en todas partes y se les excusaba el vicio". García Duarte indica también que el emir al-Hakam I tenía fama de borracho y que el rey zirí de Granada Abd Allah decía del vino: "si se toma como conviene, con quien conviene y cuando conviene, no hay mal en ello, porque alegra el espíritu, disipa los cuidados y enardece e impulsa las acciones meritorias". Nunca cupo mayor sabiduría en un monarca.
Es importante comprender que los invasores -un limitado y heterogéneo grupo con diversos grados de islamización- llegaron a principios del siglo VIII a una Península Ibérica predominantemente cristiana en la que el vino y el cereal eran la base alimenticia y simbólica de la cultura. Aunque con el paso del tiempo la comodidad y las medidas represoras y fiscales hicieron que muchos hispanogodos se fuesen convirtiendo al islam, el elemento mozárabe [cristianos que vivía en territorio musulmán] siempre fue muy amplio hasta el desembarco de los almorávides y su práctica desaparición. Como no podía ser de otra manera, las costumbres mozárabes influyeron en los musulmanes y viceversa, algo que se ve claramente en el consumo del vino. Digámoslo en palabras de E. Levy-Provençal, citado por la investigadora del CSIC Manuela Marín en su trabajo El consumo de alcohol en al-Ándalus: "todas las clases de la sociedad, a imitación de los mozárabes y de los judíos, bebían vino. En todas partes se hacía vino, aunque no fuese nunca abiertamente o se encargase este cuidado a un bodeguero mozárabe".
¿Pero dónde se bebía el vino? Podemos señalar principalmente dos ámbitos: las tabernas y las llamadas "tertulias de bebida". Las primeras, normalmente regidas por un cristiano, eran lugares más o menos tolerados, pero con mala fama social. Los cronistas de la época las suelen identificarlos con focos de desorden y, en Córdoba, Abderramán II llegó a ordenar la demolición de alguna por el mucho escándalo que causaba. Estas tabernas siempre estaban alejadas del centro, en arrabales y alquerías periféricas. En Sevilla se encontraban en Triana y a los barqueros del Guadalquivir se les llegó a prohibir transportar a gente que portase vino, norma que, como era de esperar, fue ninguneada.
Las "tertulias de bebida" eran reuniones donde se escanciaba vino por esclavos en rondas sucesivas y a las que solo podían acceder las élites de las ciudades, que consideraban esta transgresión como un signo más de su estatus social. No eran vulgares desmadres. Exactamente igual que ahora, era casi obligatorio mantener el tipo y no caer en la embriaguez, algo que probablemente muchas veces no se pudiese evitar, más cuando el vino era de Málaga, el más preciado por los andalusíes. Por ello había algunos remedios, como cuenta en un opúsculo sobre la magia blanca Ibn Suhayd, como también cita Manuela Marín. Una de ellas era sorber un huevo crudo antes de beber o ponerse en la boca sal, ruda y cominos negros. En caso de resaca se recomendaba un sorbo de vinagre o de orín de burro.
Como era de esperar, el consumo de vino estuvo vinculado a la música, las canciones y la poesía. El vino fue una constante en la poesía andalusí, que seguía una rica tradición llegada de Siria. Del libro de García Duarte sacamos estos versos del poeta Abù Amir Ibn Maslama: "¡Oh anfitrión mío!, levántate para verter la copa de la mañana y en el laúd improvisa una canción. La vida solo es agradable por la música, la flauta y el cubilete". El rey sevillano al-Mutamid, por su parte, escribió: "¿Te dejarías llevar por la tristeza hasta la muerte cuando el laúd y el vino fresco están ahí y te esperan?"; y el poeta cordobés Ibn Shuhayd, para describir al historiador Ibn Hayyán, hizo una de esas comparaciones a las que seguimos siendo tan aficionados los andaluces: "Estaba más apegado al vino que los pájaros a las ramas". Nos despedimos con los versos del gran al-Gazal: "En el vino he ahogado mis penas, olvidando toda vergüenza y recato/ Me fui a una taberna y llamé a su dueño que, sobresaltado, acudió a mi llamada/ [...] Y le dije: ¡Echa vino!" ¿Cómo no sentirse retratado en los versos del inmortal jiennense?
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