"Es alucinante que un alcalde ponga medallas a vírgenes"
Son y están. Emilio Lledó
Nacido en Triana hace 83 años y unido para siempre a Salteras, donde, acogido por su madrina, zanjó el hambre de la posguerra y descubrió las noches al olor del jazmín, es uno de los intelectuales más prestigiosos y respetados de una España que, como él hizo en su juventud, se va a Alemania para no ahogarse en la frustración
Es de la otra generación del 27. La que nació en 1927 y tardó mucho en leer libremente a todos los escritores de aquella época. Hijo de un militar de artillería y primogénito de tres hermanos, pasó la Guerra Civil en Vicálvaro, junto a Madrid, donde estaba el regimiento de su padre. Un pueblo donde aprendió a pensar gracias a Don Francisco, un maestro que hacía leer a los niños pasajes del Quijote y les animaba a comentar qué les había sugerido la lectura. Experiencia iniciática y liberadora que hoy echa en falta en colegios, institutos y universidades.
La posguerra ya la vivió en la capital. "Fue para nosotros mucho peor que la guerra. A mi padre lo expulsaron del Ejército por haber luchado en favor de la República. Fueron siete años pasando hambre. Cada verano me mandaban los tres meses a Salteras, a casa de mi madrina Fernanda. Para mí era un paraíso. Ella enviudó muy joven y no tenía hijos. Me mimó como al hijo que no tuvo. En una casa muy agradable donde el jazmín se hacía notar. En Salteras había comida sin problemas. Allí era muy feliz, y fue para mí una cita obligatoria incluso en los primeros años de mi matrimonio".
Lledó se emociona cuando le pregunto por su esposa, Montserrat, a la que conoció en Madrid como compañera en la Facultad de Filosofía. Ella falleció en 1971. Tuvieron tres hijos, el mayor es neurólogo y trabaja en Londres; la segunda es historiadora del arte y vive en Estados Unidos, y el de menor edad es físico, ahora reside en Madrid tras irse a Berlín para doctorarse y dar clases.
-¿Admite, al modo de Alberti, que Salteras es su arboleda perdida?
-Sí, y también lo fue en agosto de 1956. Llegó la telefonista del pueblo a avisar de una llamada desde Madrid. Era Montse, para decirme que había llegado una carta de Gadamer, el gran filósofo que me acogió como alumno en la Universidad de Heidelberg tres años antes, y me daba muchas esperanzas de tener una plaza en dicha universidad. En octubre del 56 nos casamos y el viaje de novios fue irnos a Heidelberg para profundizar allí nuestras carreras. Más de medio siglo después, puedo contar cómo ha evolucionado Salteras. Cuando yo hacía el Bachillerato, no había en el pueblo más de cuatro o cinco jóvenes que estudiaran en ese nivel. Ahora tiene un instituto de Enseñanzas Medias, una biblioteca [que lleva el nombre de Emilio Lledó], una estupenda sociedad filarmónica,... España, a pesar de todo, ha progresado, hay que insistir en ello ahora que tenemos dificultades y problemas con la crisis.
-Usted emigró a Alemania para respirar cultura y libertad, y ahora los mejores licenciados también emigran a Alemania huyendo del paro y la frustración. ¿Se imaginaba volver a ver algo asi?
-No, en absoluto. Cuando me fui era muy difícil salir del país. Es de lo que estoy más orgulloso: haber tenido valor, pese a ser un muchachito de la posguerra, tan flacucho y endeble que pesaba sólo 53 kilos, de coger una maleta e irme a Heidelberg sin dominar el alemán.
-¿Qué le recomienda a los que ahora emigran?
-Me llama la atención el anuncio de una universidad privada española que dice: "Estudia la profesión con la que mejor te ganarás la vida". Obsesionar a los muchachos por ganarse la vida cuando están empezando los estudios me parece un error garrafal. Así no se gana la vida, es la manera de perderla. Hay que entusiasmarlos con el estudio, por eso las universidades han de tener una calidad grande para apasionar por la Química Orgánica, por el Derecho Civil, por la Filosofía, por las Matemáticas, por lo que sea. Apasiónate por el saber durante varios años y sueña, es bueno para el desarrollo de la inteligencia. Y dará paso más adelante a ganarse el sustento. No es una utopía.
-Es Hijo Predilecto de una Andalucía avergonzada por casos de corrupción. En toda España, los políticos son considerados un grave problema. ¿Qué opina de esto?
-Son repugnantes estos y otros ejemplos de corrupción. Pero también hay un ataque a la política que me parece una plataforma para que llegue el dictadorzuelo de turno, el más corrupto, y ponga orden, su orden. La política es una profesión difícil pero imprescindible. La característica esencial del político tiene que ser la honradez. No me lo invento yo, está en la República de Platón, en la Política de Aristóteles, en toda la tradición. El político tiene que ser una persona vocacionalmente lanzada a la organización de la vida colectiva, pero no para defender a amigos y compañeros. Me escandaliza que alcaldes presuntamente corruptos, cuando van a la comisaría, son apoyados por ciudadanos que les aplauden. Es la metástasis de la corrupción.
-¿Cómo frenar esa sangría moral?
-Sólo con educación. El ser humano es lo que la educación hace de él, lo decía Kant hace tres siglos.
-Usted es un referente en España, sobre todo para quienes se sienten de izquierda. Pero la distancia entre lo que dice y lo que hace la izquierda es hoy sideral.
-De una manera muy general yo soy un hombre de izquierdas. Sé al país al que pertenezco, al país en el que me gustaría existir. El de la lucha por la igualdad, la cultura, la verdad, la justicia. No hay razones plausibles para renunciar a esa lucha, por muy dura y utópica que pueda parecer. Cuando nos preocupamos de la educación, igualitaria, pública, probablemente eso es de izquierdas, o debía de ser de izquierdas. Es terrible también la corrupción de la izquierda, la degeneración de esos ideales. Un corrupto de izquierdas, y no quisiera ser injusto, me produce más vergüenza que un corrupto llamado de derechas, porque parece que pregona unos ideales y los destroza con la manaza de la corrupción, me parece terrible. Conozco bastante la historia de mi país y sé en que país estoy. Un país que no logró desarrollarse, el país de los heterodoxos, ese es mi país.
-La reforma educativa es la que no le exige Europa a Zapatero. El pacto educativo iba a ser el primero y ahora está olvidado.
-Lo que dice es tan certero como evidente. El sistema educativo alemán no se puede comparar con el nuestro. Allí es ínfima la presencia de universidades privadas, no pueden compararse con la calidad de las públicas, que están mimadas por el Estado. En España, en cambio, están proliferando. Y algunas, con todos los respetos, no son universidades, son maneras de colocarse, son una degeneración de la institución universitaria, no llevan a los jóvenes a la pasión por ponerse en contacto con la ciencia y vivir en ese territorio maravilloso donde surge el conocimiento.
-Escasean los profesores vocacionales, y escasean los padres que le dedican a sus hijos el tiempo, el cariño y el criterio indispensables.
-Sólo debería haber profesores con pasión por comunicar lo que saben y aprenden. Veinte veces que naciera, veinte elegiría esa actividad que tan feliz me ha hecho.Y los padres están desgarrados porque han sido víctimas de una tradición. La miseria económica de los maestros y el analfabetismo eran desde el siglo XIX dos rasgos que diferencian a España de Francia y Alemania.
-Hay muchos defensores de la enseñanza pública que, visto su desmoronamiento, pugnan por meter a sus hijos en centros privados.
-Mis tres hijos estudiaron en Barcelona en un colegio alemán que entonces era público, y tan bueno como un instituto en Berlín. Hoy, en cambio, ese tipo de enseñanza ya es privada, lo que obedece a intereses particulares e ideológicos. Creo, como Aristóteles, que la enseñanza debe estar en manos de un Estado culto, igualizador, que vea la sociedad como un conjunto armonizante. Si lo viera como una cosa dictatorial para inculcar una determinada ideología, en eso no estaría de acuerdo.
-Su próximo libro es un ensayo sobre la amistad. Una palabra cuyo significado está en cuestión porque todos podemos ser supuestamente amigos de todos a través de las redes sociales en internet.
-Quizá la gente más joven necesite caer en el exceso de la ostentación. Decía Aristóteles que la amistad es lo más necesario de la vida. He pensado mucho en esa frase del maravilloso texto de su Ética nicomáquea. Cómo es posible que ese hombre tuviera la mirada tan limpia para decir que cuando queremos conocer nuestro rostro interior, nos miramos en un amigo. El amigo es el otro yo, el alter ego. Hablamos mucho de enemistar pero es mucho más bonito el verbo amistar, se usa menos por desgracia. Estableces una vinculación, eres en el otro, estás en el otro, te realizas en el otro.
-¿Qué le parece que alcaldes como el de Sevilla le pongan muchas medallas de la ciudad a vírgenes?
-Me deja alucinado. No lo entiendo, no lo comprendo, soy una persona laica. Entraríamos en un tema muy profundo: la utilización pública de la privacidad del fenómeno de la conciencia, del fenómeno religioso. Es una lucha ideológica y tiene todos los defectos de la lucha ideológica, donde son los intereses los que lo mueven.
-Usted, que es hijo intelectual de Platón y de Gadamer, ¿entiende el debate entre tradición y modernidad, que se da tanto en Sevilla?
-Un ser humano es lo que ha sido. La manera de poseer el futuro es poseer también la memoria. El presente no funciona desde el vacío. Me sorprenden los defensores del olvido, no sé si son una manera de justificar cualquier vileza y crueldad del presente, con la esperanza de que nunca será recordado.
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