Aliño de Mañara y Bradomín

Calle Rioja

Inicios. Francisco García Pavón, el popular autor de los episodios de Plinio, descubrió la literatura por la afición de su padre a la poesía de Antonio Machado y recitando a Bécquer

Portadas de ‘Ya no es ayer’, de García Pavón, y ‘La familia’, de Sara Mesa / D.S

26 de agosto 2024 - 11:56

Los dos libros tienen en la portada una casa. Los dos tratan de una familia. Y sólo tienen en común una fecha: 1976. Es el año en el que aparece el primero de los libros, Ya no es ayer, de Francisco García Pavón (Volumen 494 de la colección Áncora y Delfín de Ediciones Destino), y el año en el que nace Sara Mesa, autora de La familia (número 700 de Narrativas Hispánicas de Anagrama, justo delante del 701, Diarios de su admirado Rafael Chirbes, que tanto apostó por esta novelista nacida en Madrid pero criada a la literatura en Sevilla).

Entrevisté a García Pavón el año que nace Sara Mesa. Tengo dedicado su libro el 16 de noviembre de 1976, el día que charlé con él en el café Gijón. Ese año salen los diarios El País (4 de mayo) y Diario 16 (18 de octubre). El de Sara Mesa está dedicado a mi mujer. Sus referencias temporales son mucho menos explícitas que el de García Pavón, cuya narración termina el 17 de julio de 1936, la víspera del alzamiento, cuando el autor está a punto de cumplir 15 años. En el de Sara Mesa uno deduce la época en la que transcurre por sutiles referencias publicitarias: jabón Lagarto, vajilla Duralex, crema Nenuco, pastillas de Avecrem. Gandhi es el MacGuffin de la historia, entre icono, parodia y pesadilla. Y los nombres de la discoteca familiar: Nino Bravo, Miguel Bosé, Roberto Carlos, Julio Iglesias, Cesária Évora.

Los acabé de leer con tres días de diferencia. Era la tercera vez que leía Ya no es ayer. Igual que volví a leer el Ulises de Joyce buscando referencias a la cerveza en el centenario de la Cruzcampo y de la acción de la novela de Joyce por Dublín (16 de junio de 1904), volví al relato o novela, género impreciso, de García Pavón (Tomelloso, 1919, Madrid, 1989) para encontrar pistas sobre la vendimia, aunque esa búsqueda pasó a un segundo plano al verme atrapado en una lectura que ha superado con creces las expectativas de quien cree que vuelve a un escenario ya conocido. Terminé su relectura el 13 de agosto. Ese día mi hijo se marchaba de interrail por varias capitales europeas y era el aniversario de la muerte de Pilar, mi suegra, y de Ignacio Sánchez Mejías, muerte que aparece en Ya no es ayer, “aquel a quien le dedicaron un solo llanto, pero vaya Llanto”, escribe al hablar de la elección de los toros de la corrida local para evitar que se produjera “una cornada fatal”. La familia de Sara Mesa la leí casi íntegramente en Punta Umbría. La terminé el 16 de agosto, 47 años después de la muerte de Elvis Presley. Hay un nombre que se repite en los dos libros, el de Damián, uno de los cuatro hijos de La familia y nombre de uno de los abuelos del niño que cuenta las historias acaecidas en Tomelloso, ese pueblo manchego donde según observara un comerciante de telas catalán “hay más boinas que cabezas”.

Ya no es ayer, vuelto a leer casi medio siglo después, goza de una extraordinaria fuerza narrativa. No ha perdido el fuelle del tiempo que agarrota tantas novedades literarias. La novedad suele ser siempre una antigualla. Su familia era menos desestructurada, en términos actuales, que la de la historia de Sara Mesa, porque la época no se permitía zarandajas y exquisitices conceptuales.

Ya no es ayer es un libro de descubrimientos. El primer día de la nueva República, que el autor asocia con el embeleso amatorio con Alicia en su particular país de las maravillas; el primer trasero que verá el infante, que llama ‘fuensanto’ porque Fuensanta se llama su propietaria; el primer muerto; el primer coche, en el que se deja ver el obispo en su visita a la localidad manchega; la primera radio de galena; la primera vez que con ocasión de una becerrada la policía municipal apareció con uniforme de guardias de asalto.

Todo entonces quedaba muy lejos y el primer viaje del niño a Quintanar de la Orden “por motivo mortuorio” era como ahora viajar hasta Australia. Irán en el Ford del abuelo que conducía el tío Luis. Enterraban a un hermano de su abuela Manuela, “el último Rojo de aquella generación”. En el regreso, mientras su tío Luis echaba gasolina al coche, harán un alto en el casino de Pedro Muñoz, la patria chica de Juande Ramos y de la lejía Kiriko, para tomar unas reparadoras gaseosas. El primer ataque epiléptico que vio en la calle, el sufrido por una “suripanta”, como llama a una de las prostitutas que cada miércoles hacían la procesión desde las mancebías hasta la Casa de Socorro, día en el que los curas preferían encerrarse en la sacristía.

Viajes propios y ajenos. La primera gran tristeza de su vida le llegará cuando sus tíos y sus primos se van a Oviedo. Su padre “me sacó el mapa de España para enseñarme dónde estaba Oviedo”. Primos ‘asturianos’ de los que da cuenta: uno de ellos murió jugando a caballo en el pasamanos de una escalera; a otro lo mataron en la guerra y un tercero sobrevivió milagrosamente a la caída en un pozo. Don Torcuato será el primer director de instituto, que le escribirá una carta a Ramón Menéndez Pidal para una consulta literaria. El primer accidente de tráfico; las primeras excursiones escolares, la más larga a Cuenca, donde la profesora de Literatura, doña Pilar, les hablará en el castillo de Belmonte de Fray Luis de León; el primer revés amoroso, el de Palmira; el primer romance forastero, el del tío Luis. “Llegó a Úbeda a vender muebles y se enamoró de Antoñita”. Cruza la familia Depeñaperros hasta los escenarios de Muñoz Molina.

Andalucía está muy presente en Ya no es ayer. El padre de García Pavón llegó a ser concejal y presidente de la comisión de Festejos. Organizó una exposición de pintura con obras de Benjamín Palencia y Gregorio Prieto, el pintor manchego amigo de Cernuda. Donó a la biblioteca del instituto los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós. Le gustaba recitar unos versos de Antonio Machado, “le pregunté qué era aliño (por el aliño indumentario) quién era Mañara y sobre todo Bradomín”. Con la República, el colegio deja de llamarse Alfonso XIII y el Consejo de Ministros aprueba el nuevo instituto. Convivirán Julián, bedel de izquierdas, con Paiporta, bedel republicano. En Madrid visitará el Museo del Prado, asistirá al primer estreno teatral (entre el público, Pedro Muñoz Seca, que morirá fusilado en noviembre de 1936) y asistirá a algunos mítines.

En un desfile de carrozas en Tomelloso una llevará “la Giralda, como de tarta”. Cuando llega la vendimia, las madres cambian la merienda de chocolate por pan con uvas; llegan braceros de Jaén y Córdoba y se intercambian “cantes y bailares”. En una calle tenían su estudio cinco pintores: su abuelo Luis, su tío, su padre, Francisco Carretero, que fue alcalde de Tomelloso cinco veces y Antonio López Torres, “el pintor famoso de los aires y la llanura”, tío de Antonio López, retratista real y de la Gran Vía, astrónomo del sol del membrillo.

El abuelo del protagonista de estas historias trajo el ferrocarril al pueblo, diseñó el Círculo Mercantil y tocaba el saxofón en la Banda Municipal. García Pavón fue autor de éxito cuando Televisión Española adaptó sus historias de Plinio, el jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso que investigaba crímenes y asuntos comarcales. Por uno de ellos, Las hermanas coloradas, recibió el premio Nadal. El libro cuenta su descubrimiento del amor, de la política, de la fugacidad de la vida, de la vendimia y también de la literatura, que se le despierta leyendo a Rubén Darío, Antonio Machado y Bécquer, “a quien recitaba en mis paseos solitarios”.

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