La Alfalfa de Sevilla se queda sin la 'tostá'
El Macero
Los bares de esta añeja plaza no abren hasta las 12:00, un horario adaptado a los turistas
Los únicos negocios que sirven desayunos son dos hornos de repostería industrial
Otoño con ecos de Feria de Sevilla. Multas y pins
La primera vez que escuché hablar de brunch fue en un viaje promocional al extranjero en el que a los periodistas nos ofrecían este sustento alimenticio poco después de la hora del Ángelus. Luego comprobé que, con los años, este hábito se hacía presente en los congresos que se celebraban en Sevilla y en muchos gastrobares que pueblan la nueva (y novelera) oferta hostelera de la ciudad. Se trata, en suma, de un desayuno postergado que alivia el ansia del estómago antes del almuerzo. El aperitivo español de media mañana en su versión XXL importada.
Lo cierto es que esa palabra extraña para mis oídos hasta no hace muchos años se ha convertido en vocablo de obligado aprendizaje en el centro de la vieja Híspalis. Cada vez son menos los bares que abren a la hora del desayuno y ofrecen al cliente la posibilidad de degustar esta comida en su versión más tradicional. Esto es, un café con tostada. En algunos enclaves del Casco Antiguo no es que ya resulte difícil, sino directamente imposible. Habrán de abonarse directamente al brunch si quieren apaciguar el rurgir matutino de las tripas.
Así ocurre en la Plaza de la Alfalfa. Este añejo cruce de calles -que según los historiadores fue en tiempos de Roma el foro donde confluía el cardo máximo con el decumano mayor- se ha convertido en fiel reflejo de la metamorfosis que experimenta la urbe desde hace décadas. En ella, hasta no hace mucho, abundaban los negocios locales, algunos de los cuales estaban gestionados por importantes firmas sevillanas, como el siempre recordado (en memoria y paladar) Horno de San Buenaventura. El desayuno se convertía en parada obligatoria los viernes de marzo, días de visita y oración al Señor Cautivo de la cercana iglesia de San Ildefonso.
A por la bollería
Tal práctica actualmente resulta inviable. Hagan la prueba un día cualquiera. Si es en jornada laborable, mejor. A las 9:15 sólo es posible desayunar en dos negocios de la Alfalfa. El Horno Love y el del Abuelo, cuyas cartas la colmatan dulces y bollería industrial. Se trata de los únicos refugios donde tomar café a esta hora. Lo de acompañarlo con una tostada se complica. El establecimiento más cercano es el bar al que da nombre la plaza, ya en la calle Águilas. En el momento de la visita todos sus clientes son turistas. Su idioma los delata.
Desde allí, el siguiente negocio, La Bodega (uno de los mejores sitios donde comer en el centro si se atiende a la relación calidad/precio), permanece cerrado. Dos contenedores individuales escoltan la puerta. La calle Jesús de las Tres Caídas, que salva el desnivel entre la iglesia de San Isidoro y la Alfalfa, está libre de actividad hostelera a estas horas. No hay ningún bar abierto.
En idéntica situación se encuentra el Santa Catalina, enseña que hace dos años se hizo con el gran local que durante décadas ocupó el malogrado San Buenaventura. La cadena sevillana que cerró todos sus negocios hizo barrio en esta plaza, donde se daban cita vecinos, clientes habituales y esporádicos. Eran tiempos de desayuno, aperitivo y merienda en una privilegiada esquina que abandonó su mobiliario caoba por otro blanco, de acusado diseño. Codiciado inmueble, huérfano del ruido de la cafetera en horas tempraneras.
En la acera contraria de la plaza se repite la estampa. Bares con las persianas echadas y los veladores apilados. Ni Alfalfa, 8; ni Casa Diego ni la Taberna Alambique. Parálisis hostelera en el inicio de la mañana.
Reconversión hostelera
Casa Manolo, que conoció nuevo dueño y reconversión en la pandemia, está abierta, pero sin servicio. Los encargados de la limpieza se afanan en dejarla impoluta para cuando comience la actividad, a partir del mediodía. Frente a este bar, otro, La Escaloná, en manos del mismo grupo sevillano, tiene las persianas echadas. Aunque en su rótulo anuncie desayunos y tapas, la primera oferta es inexistente.
En la Alfalfa no queda otra que aliviar el hambre primera a lo francés, con croissants rellenos de múltiples cremas (algunas indescifrables); o a lo inglés, con los más variopintos muffins (las voluminosas magdalenas, hijas de la Gran Bretaña). Para tomarse una tostada hay que alejarse y andar unos cuantos metros. Situación que comparten vecinos y trabajadores de la zona. "Nos hemos quedado sin desayunos", refiere uno de los habituales del lugar junto al kiosco de flores que desde hace 25 años lleva regentando el algabeño Francisco Gómez, de la saga de los Pulíos en tierras de naranja y pringá. El florista incide en el lamento: "Aquí ya no abre ningún bar antes de las doce del mediodía. Todo está pensado para el turismo".
De las mañanas en la Alfalfa ya no queda ni el humo de la calentería -mantuvo este sevillano nombre hasta su cierre- que hacía las delicias de autóctonos y forasteros. Calientes de aceite y papa que los clientes de los bares abiertos entonces a estas horas mojaban en el café. Una estampa perdida en una plaza que poco a poco va cambiando su piel y sus hábitos por los de una ciudad adaptada a gustos extranjeros. "Los sevillanos salvamos los bares en la pandemia. Pronto se han olvidado de nosotros", se queja un trabajador de la zona que, ante esta situación, opta por venir desayunado de casa.
El paseo acaba como empezó. Con el eco de unas tripas vacías. Tan vacías como la Alfalfa en hora tempranera. Será cuestión de practicar el ayuno intermitente. O de abonarnos al brunch. Por novelerías, que no quede.
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