La alameda de Hércules: 450 años de su inauguración
Gustos y críticas aparte, Sevilla y los sevillanos hemos recuperado un lugar emblemático que nosotros mismos abandonamos indebidamente hace casi un siglo
Se cumplen 450 años desde la inauguración de la alameda de Hércules, aniversario que ha pasado desapercibido más para que vuelva a sobrevolar la idea de recuperar su imagen del siglo XVIII.
Desde su misma orden de creación (4 de noviembre de 1573) hasta los inicios de su decadencia, aproximadamente a partir de 1929, fue todo un símbolo de la burguesía y aristocracia hispalense.
La Alameda que hoy conocemos esconde uno de los pasados más fangosos de la ciudad, y nunca mejor dicho. Se trataba de un brazo del Guadalquivir que hacía su entrada por la actual calle Calatrava, atravesaba parte del centro histórico, como Tetuán y Sierpes, y volvía a unirse al lecho principal por el Arenal. Básicamente desde época visigoda era un terreno degradado. Según nos cuentan algunos contemporáneos del siglo XVI, en grandes momentos de crecidas las pequeñas barcas llegaban incluso a atravesar la puerta de La Barqueta para quedar finalmente varadas en la Alameda.
Con el paso de los años este antiguo meandro fue cegándose. Las escasas edificaciones y los usos preferentemente agrícolas de época musulmana (huertas) fueron lentamente sustituyéndose en la medida que las necesidades requerían de más suelo (crecimiento cristiano de la ciudad). Finalmente, del viejo brazo del Guadalquivir que conocieron los romanos solo permanecieron dos zonas lacustres: una la ya mencionada de La Barqueta y otra próxima al Arenal. La primera pervivió indeleble en la memoria de muchos cronistas y no precisamente por su fauna o vegetación, mientras que la segunda quedó retratada en algunos lienzos de esa Sevilla del Quinientos.
Las frecuentes riadas que anegaban la ciudad, sumado a su disposición geomorfológica deprimida sobre el nivel del mar (+ 4 m), provocaron que entre las actuales calles Jesús del Gran Poder y Joaquín Costa, aproximadamente, las aguas quedaran estancadas. Como consecuencia, todas las escorrentías convergían en esta zona generando un espacio insalubre y marginal: una especie de gran sumidero conocido vulgarmente como laguna de «La Peste» o de la «Feria» (hoy gracias a Emasesa sigue funcionando como tal por el tanque de tormentas). Como curiosidad, las modestas fachadas de las casas de la zona se orientaban a las calles circundantes, mientras que hacia la zona lacustre solo se situaban los corrales traseros.
De lo que restaba de esta «Alaguna», según dicen las crónicas, el I conde de Barajas, Francisco Zapata y Cisneros, investido como asistente de Sevilla (1573-79), se propuso reconvertirla en un hermoso paseo arbolado. Parece ser que en 1570 la estancia del mismísimo Felipe II pudo influir en la posterior gestación del proyecto pues, según afirman algunos contemporáneos, alentó el saneamiento y ordenamiento de la citada zona como había visto en los Países Bajos con los pólders. Algunas fuentes hacen referencia al relleno de la laguna tras la previa desecación con escombros y materiales traídos de «Sevilla la Vieja» (Itálica). Según las investigaciones de Antonio J. Albardonedo Freire, parece ser que Juan de Herrera (1530-97), el mismo quien desarrollaría magistralmente el edificio de la lonja de Mercaderes (1584-98), hoy archivo general de Indias (1785), pudo elaborar las trazas de la futura Alameda.
Aprovechando los ríos de metales preciosos que fluían a esa Sevilla convertida en «Puerta y Puerto de las Indias», se entiende mejor la disposición del capital necesario para tal magno proyecto. La empresa en sí significaba la búsqueda de la conjunción de tres elementos: naturaleza, arte y marco social para el encuentro y el diálogo. Se logró levantar, por su antigüedad, el considerado como primer jardín público de Europa; obra que requirió 30.000 ducados. Asimismo, es el primero de su clase manierista de la península Ibérica. A su imagen y semejanza se construyeron años después las alamedas de San Pablo de Écija (1578), los Descalzos de Lima (1611) y la Central de México D.F. (1592). El 28 de diciembre de 1574 concluían las obras del nuevo paseo sevillano. Como curiosidad, su nombre procede de los álamos que se plantaron en la antigua laguna para desecarla.
En el lugar resultante la ciudad puso en escena un programa iconográfico alegórico a la grandeza y gloria de Sevilla por medio de dos figuras culturalmente vinculadas tanto a la ciudad como a la simbología universal. Del templo romano de la calle Mármoles fueron trasladas dos enormes columnas que fueron rematadas con estatuas de Julio César, como restaurador de Híspalis, y Heracles o Hércules, como fundador mítico de esta. Ambos elementos fueron manejados por el maestro Bartolomé Morel, el mismo que fundió la fuente de Mercurio de la plaza San Francisco (1576) y el mismísimo Giraldillo (1566-68). Las sendas esculturas y los pedestales los labró Diego de Pesquera con piedra de Morón de la Frontera, tasadas ambas figuras en 116.25 maravedíes. El 30 de diciembre de 1574 este último artista finalizaba y entregaba el grupo. Fue el primer monumento civil sevillano y como tal, se la engalanaría para el momento. Para terminar se le sumaron tres fontanas: las de Baco, Neptuno y las Ninfas. Hoy desaparecidas, se surtían de la fuente o manantial del Arzobispo (carretera de Carmona).
La soledad de la histórica pareja fue rota en la centuria ilustrada (27 de junio de 1763) con el emplazamiento de otras dos pilastras en su extremo norte. Este nuevo dúo fue coronado por esculturas de leones y escudos que representaban a España y Sevilla. El último morador en llegar a la Alameda fue la pila del Pato, que en 1885 se instaló junto a estas últimas.
Las relaciones de los vecinos de este espacio del casco histórico con el Moscú Rojo durante los convulsos años de la Segunda República (1931-36) le trajeron no poca mala fama. A partir de aquí comenzaría su larga etapa de olvido y decadencia por parte de los sevillanos. Entre 1977 y 2008 podemos afirmar que se acrecentó la dejadez de esta histórica zona. Sirva de ejemplo que en 1989 llegaron a contabilizarse 35 prostíbulos en sus aledaños. El estropeado renombre de la Alameda no quiso morar más tiempo cuando el alcalde Alfredo Sánchez Monteseirín imprimió su sello de «piel sensible». Finalmente, en 2008 la alameda de Hércules volvía de nuevo a nosotros como un espacio revalorizado e injerto en el tejido histórico de la ciudad.
Gustos y críticas a parte, Sevilla y los sevillanos hemos recuperado un lugar emblemático que nosotros mismos abandonamos indebidamente hace casi un siglo. Ahora en nuestras manos tenemos la oportunidad de que la misma historia de postergación no vuelva a ocurrir.
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