Carlos Navarro Antolín
La pascua de los idiotas
Un lunes cualquiera del mes de mayo. Seis y media de la tarde. Sede de la asociación AR en San José de la Rinconada. Arranca una sesión de terapia de adictos al alcohol y a otras sustancias. Hay una veintena de personas dispuestas a abrirse en canal, a contar problemas a cada cual más gordo a semidesconocidos. Saben que hay dos periodistas invitados y lo aceptan como forma de dar difusión a la enorme labor que hace la entidad. Hay a quien no le importa aparecer en las fotos y quien prefiere permanecer en el anonimato, generalmente para que no lo reconozcan en sus trabajos.
El presidente de la entidad, Emilio Medina, advierte antes de que se trata de una reunión de desintoxicación, "de combate", en la que la mayoría de los asistentes están todavía iniciándose en el proceso de rehabilitación. También se ha invitado a personas que llevan años sin consumir para que cuenten sus experiencias y ayuden al resto. Otros días hay otros grupos encaminados a la deshabituación, es decir, cambiar de hábitos para no volver a recaer. Y en otras sesiones participan también familiares, a los que se confronta con los adictos. Pero primero hay que desintoxicarse. Medina se define como "enfermo alcohólico en rehabilitación" y explica que la pandemia ha disparado las adicciones y que la asociación ha incrementado el número de personas a las que atiende.
AR es una asociación sin ánimo de lucro, en el que los asistentes no pagan nada por participar en la terapia y en la que los terapeutas no reciben remuneración alguna. Todo es altruista. Lo único que la entidad recibe es una ayuda del Ayuntamiento de La Rinconada, que les paga el alquiler del local y los suministros de agua y luz. La Junta de Andalucía los ha dejado fuera continuamente de las subvenciones. A diferencia de otras entidades de este tipo, AR apuesta por una rehabilitación en la que no hay centros de internamiento, sino en la que el enfermo se enfrenta desde el primer día a las dificultades que se va a encontrar en la calle, tratando de evitar recaídas y dotándole de herramientas para cambiar de hábitos.
Conduce la sesión Juan Núñez, ex adicto al alcohol y a la cocaína, que lleva once años limpio (catorce desde que inició su proceso de rehabilitación) y que se vuelca ahora como terapeuta. Avisa a las personas que participan en la terapia de que ha estado algo más despegado en los últimos tiempos por motivos laborales y familiares, pero que necesitaba ya el grupo. "Me gusta que el grupo fluya y que el grupo dé las respuestas. No soy psicólogo, no soy médico, soy un adicto más como ustedes, os pediría que aportarais y que no os dé miedo decirle a un compañero cómo lo haríais ustedes, siempre en primera persona. El grupo es de autoayuda, no es de ayuda del monitor", explica a los asistentes.
Se leen las normas de la reunión, se recuerda que la terapia no es un encuentro de amigos. El monitor pregunta si alguien ha sufrido alguna recaída o ha tenido algún problema en la última semana. La primera intervención es de Daniel, que lleva más casi treinta años sin beber, "aunque esto es para toda la vida". Quiere apuntar que se encuentra en bancarrota, un problema para el que no hay medicina alguna. Explica que dejó el alcohol a los 28 años y ahora tiene 55. Desde entonces no ha consumido, pero desarrolló una enfermedad mental, una alucinosis alcohólica crónica. Toma carbamazepina, un fármaco para estabilizarle el ánimo.
Quique cuenta su experiencia en la Feria de Abril, un lugar que los alcohólicos en rehabilitación tratan de evitar. Aunque ese día se sientan fuertes, reciben impulsos al ver a otras personas bebiendo. O refregonazos, como dice él. "Me encuentro bien, sereno, estable. A pesar de eso siempre tiene que estar uno alerta, todos sabéis que esta enfermedad es crónica, para siempre, recurrente. Y en el momento en que no hacemos las cosas bien, ya empieza a mandarnos señales para que volvamos a consumir", empieza a contar.
Cuenta que no suele ir a sitios como la Feria "para evitar situaciones de riesgo". "A mí la Feria no me gusta, me gustaba cuando consumía. Iba para drogarme. Como sabía que me iba a sentar mal, cogí vacaciones e intenté quitarme del medio, porque además vivo al lado de la Feria. Para no llevarme refregones. La inmensa mayoría de los que van allí van a drogarse, entendiendo el alcohol como una droga, porque toda sustancia que modifique nuestra conducta o la altere es una droga, aunque esté normalizada y aceptada socialmente".
Explica que cuando entró en la asociación quería quitarse de la cocaína, pero a día de hoy se acuerda mucho más del alcohol. "Tengo deseos de consumir ambas cosas, pero en mayor proporción el alcohol, que está socialmente aceptado. Me intenté quitar de la feria, pensaba irme a la playa. Yo sé que no voy a consumir, pero ves a uno con una jarra de rebujito, otro con una cerveza, y eso se va metiendo ahí en la cabeza. Tenemos que tener claro que no somos normales, que somos enfermos".
A pesar de eso, el sábado organizó en su casa una cena del pescaíto con un primo suyo también adicto y otro amigo que no lo es, pero que nunca bebe delante de ellos al conocer de su problema. También estaban sus respectivas parejas. Al final fueron a la Feria. "Me veía en un entorno seguro. Estuvimos una hora y media, no más, fuimos a dar una vuelta. A día de hoy creo que no me ha afectado, que no me he llegado refregonazos, estaré alerta, pero sí te das cuenta que estas fiestas son 100% consumo".
Y concluye explicando que ha creado nuevos hábitos, que ya no le gusta la Feria, que le dolían los pies y que se ha vuelto muy selectivo en la gente con la que pasa el tiempo. "Sólo permito estar conmigo a gente que me aporte". Juan, el terapeuta, le recuerda que los alcohólicos no pueden permitirse el lujo de visitar sitios como la Feria. "A mí me costó cuatro o cinco años de abstinencia. Yo voy a la Feria y me apetece beber. Mi enfermedad tiene eso, igual que cuando entras en una pastelería se te apetece un pastel, cuando entras en una feria tiene que estar muy preparado para saber que vienen unas curvas que afrontar. Lo ha dicho Quique, ese día no es, ese día está uno seguro, pero vamos encendiendo lucecitas en el panel hasta que damos claridad y el enano se despierta y no lo podemos parar. La aceptación lleva mucho tiempo y tenemos que blindar mucho nuestra rehabilitación". Y recuerda que el momento más difícil viene a partir de un año sin consumir "Se nos olvida que tenemos una enfermedad, y el cerebro nos dice que vamos a poder bebernos una. Pero el alcoholismo es un tema de necesidad, no de cantidad".
Nico se dio cuenta de que necesitaba ayuda en la Navidad de 2020, después de mucho tiempo consumiendo alcohol. Incluso había sufrido un ictus cuatro años antes. "Bebía y bebía, no quería parar". La cena de fin de año terminó con su mujer durmiendo a las doce y cinco, y él siguiendo la fiesta. "La lié. Me vi en un parque a los tres días, llorando solo, esmorecido. Se te pasan un montón de cosas por la cabezas. Nadie entiende la enfermedad, siempre le echas las culpas a tu pareja".
Se acordó de Juan, al que conocía desde los quince años. "Lo llamé. Me relajó. Habló con mi pareja, estuvo 45 minutos hablando con ella. Y a raíz de ahí empecé a ver mi enfermedad. Vine aquí y me la explicaron. Me di cuenta de que las adicciones empiezan como una alegría, que te crees tú que lo tienes controlado, pero al final ya no era una alegría. Te amargas cuando no tienes dinero para beber. Los problemas se van alargando. Aquí me dieron las herramientas para saber que esto es una enfermedad y saber decir que no cuando me incitan al consumo".
Nico tenía una pequeña empresa con dos trabajadores, pero el alcohol le hizo desatenderla. Por las tardes no atendía el teléfono, "por la voz ya se trababa y no estaba en condiciones". Hoy tiene 13 trabajadores y sigue creciendo, trabajándole a empresas más grandes. "El alcohol me llevó a relaciones ficticias, que te crees que son amigos pero sólo te llaman para el consumo. Mis amigos a día de hoy son los que tengo aquí". Cuenta que ha llevado a la asociación a su padre y a su hija, que tiene 17 años. "Quiero que sepa decir que no. Y aquí tenemos catedráticos, personas que saben lo que es la enfermedad porque son adictos y son quienes mejor te pueden aconsejar".
Manuela era adicta al alcohol, la cocaína y la heroína. Lleva dos meses en AR, pero dice que este programa le sirve como ningún otro en los que ha estado antes. "No he aprendido lo que he aprendido aquí. Estoy luchando todos los días y en la calle, enfrentándome a todo. Yo vivo cerca de las Tres Mil Viviendas, esquivo todos los días papeles de plata, bolsitas y de todo".
Cuenta que tiene un "pasado muy fuerte", contra el que es difícil luchar. "Aún me siento sucia por lo que he hecho, por cómo me buscaba la vida. Pero miro adelante. No lo olvido, no por fustigarme, sino porque no voy a volver a pasar por ahí. No voy a volver a prostituirme ni me voy a ver tirada otra vez entre cartones en Las Vegas. Me siento orgullosa de mi trabajo y de que mis hijos me dejen a mis nietos, que estén confiando en mí".
Le inquieta que se ha cruzado un par de veces con una persona que la maltrató, que le dio palizas continuas, y sobre el que pesa una orden de alejamiento. "Tengo miedo. Voy andando y mirando atrás", y asegura que cambiará de itinerarios para no encontrárselo. Y apunta otro problema: su hijo es adicto al juego. El joven participa en un programa de terapia, pero ya le ha dicho que lo va a dejar porque no tiene dinero para poder costeárselo. "Él trabaja, pero tiene muchas deudas y todo el sueldo es para pagarlas. Y no puede echarse más trampas encima".
Juan, el terapeuta, expone que el autoperdón es lo último que llega y que la lucha nunca debe ser enfrentándose a la sustancia, sea la que sea, sino con las herramientas que se van adquiriendo. En una lucha cara a cara, siempre gana la sustancia, apunta, y recuerda que tardó años en darse cuenta de que el primer botellín era el que llevaba a tener ganas de consumir cocaína.
Emilio Medina, el presidente de AR, toma la palabra y pronuncia un discurso cargado de moral y fortaleza. "Sois muy valientes, con qué honestidad habláis. Para mí sois vitamina. Hablamos de si somos normales, o no normales. No estoy de acuerdo en que estemos etiquetados como anormales, pero nosotros somos mejores que los normales. Los normales consumen alcohol, y el alcohol es la droga puente que nos lleva a otros. Estoy muy orgulloso de vosotros. Pero tened en cuenta que podemos parar la enfermedad cuando dejamos de consumir, pero no podemos parar las repercusiones física, como una úlcera, un cáncer, un hepatitis. Eso lo sufrimos toda la vida".
Otro de los responsables de la asociación, Agustín Santiago, le recuerda a Manuela que las puertas de la misma están abiertas para su hijo. Explica que entró en AR hace trece años con una parálisis facial. "Porque la adicción nos lleva a la cárcel, al cementerio o a la enfermedad". Y dice que lleva toda la tarde recordando a un compañero, Óscar, que se suicidó hace unos años. Óscar aparece en una fotografía de un primer reportaje que este periódico hizo con AR, que se publicó el 19 de noviembre de 2018 y que se tituló Historias del barro. La presencia de los periodistas ha supuesto muchos recuerdos para él. Como también para José, que intervendrá más tarde, y que recordará emocionado al chico que se quitó la vida.
Toma la palabra Marta, que lleva algo más de un año en la asociación, donde se ha sentido "super acogida". "Gracias a ese paso que di, me estoy rehabilitando yo y parte de mi familia. Casi toda mi familia somos adictos. También he sido coadicta durante veinte años, porque mi pareja también lo es. Me voy notando más fuerte cada semana, estoy haciendo cosas diferentes para empezar a construir y empezar de nuevo". Dice que pasa el tiempo y se cree que está bien, que puede pasar por delante de un bar y no le pasa nada, pero que luego se para a saludar a alguien que le trae muchos recuerdos, empieza a flaquear y recae cuando menos se lo espera. "La enfermedad te viene y te sorprende".
Cuenta que ella no tenía su zona de riesgo en la calle, sino en su casa. "Yo me he drogado en mi casa con mi marido, los dos juntos". Ahora, dice que se siente más fuerte porque está tomando decisiones que había dejado pasar, dolorosas, pero que tenía que tomar, y que no se fustiga más por la recaída. El terapeuta le responde que bajar de grupo no es ningún castigo y que el trabajo de más de un año no se puede tirar por la borda. "Esto es para toda la vida y tenemos que aceptarlo. Buscar otros hábitos".
Jesús es alcohólico y adicto a la heroína y cocaína. Dice que esta semana la lleva rara, complicada. Tiene ganas de consumir y ha discutido mucho con su padre y con su mujer, a pesar de que la ve poco porque trabaja fuera. "Me peleo por cualquier tontería. Tengo impulsos malos, no estoy bien, salto a la mínima. Creo que son ganas de consumir a tope. Es un momento muy difícil en mi vida ahora mismo. No quiero dejar esto porque estoy aprendiendo muchísimo. Veo muy poco a mi mujer, porque trabaja en otra ciudad, en un restaurante, y está cumpliendo su sueño. Ahora le exijo que esté pendiente mía al 100% cuando en realidad está llevando el negocio, porque tiene una responsabilidad grande. Mi padre me ayuda muchísimo, pero él no sabe de adicciones".
El estado de ánimo es Javier es una montaña rusa, tiene ganas de llorar y no sabe si es de tristeza o de felicidad. Es adicto a la cocaína y ha sufrido una insolación en el trabajo. "Entré aquí en 2020 por primera vez. Mis padres llamaron a Juan. Vine arrastrado. Aquellas veces me costaba un mundo venir, porque estaba en un proyecto de abrir un restaurante, pero todo era mentira. Ahora tengo un trabajo más físico, y me muero por venir a la asociación. Aquí no puedo faltar. Ahora mismo es mi vida. Lo antepongo a todo. Hoy veo un grupo de compañeros y se me vienen a la cabeza amigos, familiares, gente con la que he tratado en estos 38 años, y hoy veo por qué necesito venir, porque os observo y veo que nos conocemos de poco pero que os estáis abriendo aquí en canal, dándonos toda vuestra confianza, contando todos vuestros problemas, siendo sinceros... En cada uno de vosotros veo el daño que nos hemos hecho, por eso me estoy encontrando mal. A nosotros mismos y a nuestras familias".
La sesión se alarga durante dos horas y media, pero no se hace pesada. Juan la conduce con maestría, aporta herramientas que le resultaron útiles a él y a otros compañeros. Una es preguntarse para qué en vez de por qué. Para qué una discusión, para qué consumir, para qué aguantar a un tipo que no nos aporta nada... Uno de los asistentes remonta el origen de sus problemas a que sus padres se lo consintieron todo y Emilio le contesta. Le pide que no le hable de su pasado, sino de él y que no le eche la culpa a nadie. Acaba el encuentro con los más tímidos aportando su punto de vista. Otra mujer se congratula porque se ha podido quedar al cuidado de sus nietos. Y Juan selecciona a los que pasarán un test, como futbolistas al final de un partido. Así concluye una jornada más de este verdadero club de la lucha.
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