"Vivimos en una sociedad secuestrada por el riesgo, asustada, que no se atreve"

El rastro de la fama. Manuel Barrios Casares

Decano de la Facultad de Filosofía y fundador de la revista 'Er', perteneció a una generación de jóvenes sevillanos que logró ubicar a la ciudad en el mapa del pensamiento español.

"Vivimos en una sociedad secuestrada por el riesgo, asustada, que no se atreve"
"Vivimos en una sociedad secuestrada por el riesgo, asustada, que no se atreve"
Luis Sánchez-Moliní

10 de noviembre 2013 - 05:03

-Usted es hijo de Manuel Barrios, uno de los ejemplos más notables de esa generación de escritores que fue bautizada como los narraluces.

-Mi padre era una persona enamorada de la escritura. Era su vida y su espacio de libertad. Escribió unos sesenta libros y, ahora que estoy arreglando sus papeles, todavía salen algunas obras inéditas que ponen de relieve su inmensa curiosidad. Su biblioteca es, precisamente, un reflejo de ese afán: flamenco, esoterismo, el habla andaluza, historia...

-También era un hombre muy interesado por el humor.

-Sí, el humor era algo fundamental en mi padre. Él lo valoraba mucho por ser un recurso propio de la cultura andaluza frente a su situación de secular postración.

-¿Cuál es, a su entender, el mejor de sus libros?

-Vida, pasión y muerte en Río Quemado. Creo que tiene una dimensión original que no se ha calibrado lo suficiente. Es una obra en la que aúna el realismo social de los narraluces con el realismo mágico suramericano.

-También fue un periodista muy polémico, un antifranquista visceral que terminó siendo un columnista de referencia para la derecha.

-El periódico donde escribía era de derechas y, como dijo Marshall McLuhan, el medio es el mensaje. Hay que tener en cuenta que mi padre no fue el único que se movió, sino también la propia izquierda, que defraudó a muchos que habían luchado contra Franco, los cuales veían con desagrado el pesebrismo y la corrupción.

-¿Cuando hablamos de izquierda hablamos de PSOE?

-Fundamentalmente.

-¿Y padre intelectual, tuvo usted alguno?

-No. Precisamente fue la ausencia de maestros lo que motivó una aglutinación generacional que propició el nacimiento de la revista de filosofía Er. No quiero parecer injusto: destacaría la influencia del profesor José Luis López. Él me aproximó a los debates de la época moderna y al idealismo alemán.

-A la filosofía le ha pasado lo mismo que a la teología, la legislación o la letra pequeña de los contratos, que no hay Dios que las entienda.

-Es verdad que la filosofía académica ha desarrollado una dinámica de autodefensa que no ha sido demasiado exitosa ni deseable. En un mundo muy especializado y con falta de conexión entre las disciplinas, la filosofía ha tratado de codificar demasiado su discurso y eso la ha hecho oscura para el común de los ciudadanos. Sin embargo, también ha existido una filosofía no académica que ha tenido un papel muy importante en la crítica a las religiones, las ideologías y la cultura.

-¿Al poder no le interesa la filosofía?

-Yo creo que no. Históricamente está acreditado que la filosofía le suscita desconfianza al poder establecido. Los ejemplos de Sócrates y Platón son evidentes.

-¿Quizás por eso cada vez está más marginada en los planes de estudio?

-El Gobierno y su Lomce dan un gran peso a la religión y la Historia de España en una especie de intento de reeditar la formación nacional-católica, algo que, curiosamente, no deja de entrar en contradicción con la política del actual PP, que se deja llevar más por la mercadotecnia que por sus antiguas fijaciones ideológicas. Este nacional-catolicismo no es más que una máscara que intenta ocultar el verdadero formato ideológico: la vulneración del principio de igualdad de oportunidades. Pese a todo esto, cada vez hay más estudiantes que eligen Filosofía como carrera universitaria.

-¿Ha aumentado el número de alumnos de la Facultad de Filosofía de Sevilla?

-Sí, el año pasado cubrimos las 70 plazas que ofertábamos y tuvimos la desagradable experiencia de dejar fuera a estudiantes que quisieron matricularse en septiembre. Este año, ofrecíamos ochenta plazas y pudimos aumentar diez más.

-Hölderlin, Nietzsche, Heidegger... Su generación, aquella que se aglutinó en torno a la revista Er -de la que usted fue fundador y director- está muy influenciada por los autores alemanes. Siempre se repite el lugar común de que el idioma alemán es óptimo para la filosofía y el español no. ¿Qué hay de verdad en ello?

-Es un prejuicio como otro cualquiera. Pese a que Heidegger consideraba al alemán y al griego como las lenguas filosóficas por excelencia, yo creo que la riqueza del español no le va a la zaga. Es más, el estilo de la filosofía contemporánea, en su dimensión más ensayística, conecta muy bien con el pensamiento español, que siempre ha jugado con la literatura. Ahí están autores como Gracián, el humanismo renacentista de Vives, la dimensión filosófica del Quijote...

-Son todos ejemplos lejanos en el tiempo. ¿Por qué España ha dado tan pocos filósofos de renombre internacional?

-Porque nuestra Ilustración fue totalmente insuficiente y hubo que esperar al siglo XX para reimplantar la filosofía.

-¿Y por qué no tuvimos Ilustración?

-Por una situación de empobrecimiento generalizado que nos hizo perder el espíritu de los siglos anteriores.

-¿Podría destacar algún filósofo español actual?

-Es difícil. Estoy pensando en lecturas importantes para mi generación durante los años de formación: Savater, Eugenio Trías... Ellos nos liberaron del marasmo de los manuales universitarios rancios y nos hicieron ver que la filosofía podía ser una actividad vitalmente comprometida.

-De Eugenio Trías dicen que ha sido el último pensador español que ha sabido construir un sistema filosófico.

-Sí, es el último gran filósofo que hemos tenido. Pero también hay que destacar otros, como Félix Duque, que es menos conocido que Trías porque tiene un lenguaje técnicamente más complejo y denso. También llaman la atención Ángel Gabilondo, aunque sus últimos ensayos son muy lights en comparación con sus verdaderas capacidades, y Javier Gomá, que tiene ideas potentes y actuales, como la de la ejemplaridad pública.

-De todos los que ha nombrado, Savater es el más cercano al común de los mortales.

-Es el que ha estado más dispuesto a sacrificar la pose de gran filósofo sistemático para contaminarse de actualidad. Representa aquella idea orteguiana de que el filósofo debe bajar a la plazuela pública aun a riesgo de ser confundido con un sofista. Es muy de agradecer su compromiso vital, porque en España estábamos faltos de ese tipo de pensador a la francesa.

-¿Cómo definiría los actuales momentos de crisis?

-Vivimos en un espacio de interinidad, de indefinición. ¿Por qué digo esto? Porque, hasta ahora, la crítica que se hacía a la sociedad posmoderna era, fundamentalmente, una crítica a la figura del consumidor compulsivo, un tipo de individuo que difícilmente puede darse en la actual crisis económica. Más bien creo que, como dice Ulrich Beck, vivimos en una sociedad secuestrada por el riesgo, en una sociedad asustada, que no se atreve.

-¿Y la filosofía puede servir para superar este estado medroso en el que nos hayamos?

-Sí, la filosofía siempre ha sido un intento de romper el discurso habitual para generar posibilidades y espacios de libertad. En esta ruptura, el riesgo se asume positivamente, se vence.

-Todos repetimos la tesis de Bauman de que vivimos en un mundo líquido, pero ¿qué significa eso exactamente?

-Tradicionalmente, la fijeza del sentido de la vida y del mundo nos lo daba la religión y sus aliados (metafísica, teología etc.). Con la secularización iniciada con la Ilustración esto se perdió, pero emergieron como sustitutos los grandes relatos de emancipación (la sociedad sin clases del marxismo, la sociedad del bienestar...). Ahora todo ese mundo sólido se ha perdido, se ha licuado, y no hay otro discurso que el de la urgencia.

-¿Y podremos encontrar un camino de vuelta a ese mundo sólido?

-No creo. La liquidez en la que estamos inmersos no es, sencillamente, un momento que vaya a pasar para dar lugar a la recuperación de las viejas certezas. Hay que asumir que el pluralismo es, en cierto modo, un destino y reconocer que ya no podemos sostener los viejos credos del pasado, pero que tampoco podemos desecharlos sin más. Las ruinas de esos viejos credos son nuestra herencia y de sus restos debemos recoger los ladrillos que nos permitan construir el futuro. Debemos ser más humildes, darnos cuenta de que la verdad es algo construido y que la manera de construir esa verdad es mediante el consenso, algo que debe llevarnos a explorar nuevas formas de democracia superiores a las que existen actualmente. Debemos saber que no existen verdades a priori, sino que éstas son una construcción, lo que no les quita ningún mérito. Por ejemplo, el espíritu es una de las grandes construcciones del hombre.

-Se habla mucho del renacer de los integrismos religiosos, de la xenofobia y del fascismo, pero poco del regreso de una extrema izquierda que históricamente ha demostrado ser igual de peligrosa. De hecho, todo un filósofo de moda como Zizek reivindica el leninismo y todos le ríen la gracia, pero pocos recuerdan que Lenin fue, sencillamente, un genocida que acabó con miles de personas.

-Zizek es un provocador, pero un provocador peligroso en este punto, aunque estoy convencido de que él no cree de verdad en esa apuesta de repetir a Lenin en su sentido histórico.

-Una provocación que puede terminar en una pesadilla...

-El caso de Zizek tiene que ver con la espectacularización de la discusión pública, que obliga a que todo aquel que quiera tener incidencia y éxito se vea obligado a hacer una parodia de sí mismo.

-En los últimos años ha proliferado el género de la autoayuda, que podríamos calificar como de seudofilosofía o seudopsicología. ¿Qué opinión le merece?

-Lo deploro profundamente. Es un producto generado en Alemania que se trasladó a Estados Unidos y luego regresó a Europa. Uno de sus formatos más deleznables es el de Lou Marinoff, autor de Más Platón y menos Prozac. En este libro se pierde por completo el sentido genuino de la filosofía, que se convierte en una especie de recetario intemporal en el que cada uno puede tomar un pastilla de lo que quiera: para apaciguarse, una pastilla de budismo; si se quiere competir a muerte en la empresa, leer a Hobbes... Se pierde todo el sentido de un relato que se va construyendo en una tradición atendiendo a los problemas de cada época. Fomenta una idea de la autoayuda que consiste en que cada uno se salve por su cuenta.

-Últimamente se observa una reivindicación del epicureísmo, de la filosofía del placer, que está encabezada por el filósofo francés Michel Onfray.

-La obra de Onfray tiene valor por los autores con los que simpatiza (Epicuro, Lucrecio, Montaigne...), pero también es muy simplificadora en la lectura de los enemigos que busca (Platón, Hegel...). Aún así, la reivindicación del placer de la vida es importante en esta sociedad del miedo. Es el primer paso para una recuperación del bienestar social, que ahora mismo es lo más importante. Sirve también para aminorar ese sentido de culpa que siempre nos atenaza, ahora encarnado en la deuda financiera. No deja de ser sintomático que esta filosofía helenística se produjo en un momento de disgregación de la polis, por lo que se observa un claro un paralelismo histórico con nuestra época.

Perfil: A la filosofía por el amor

Se parece mucho a su padre, pero en una versión más espigada, como vista por el Greco. Manuel Barrios, hijo del ya fallecido escritor homónimo, iba para dibujante de tebeos -un cierto aire al mítico agente Anacleto refuerza esta primera vocación- hasta que con la llegada de la adolescencia se le cruzó por delante el primer amor, "lo que alumbró mi autoconsciencia de una forma muy intensa". Cambiaron sus gustos y comenzaron las lecturas de Hesse (El lobo estepario, Demian...) y Nietzsche, su kindergarten filosófico en el que descubrió los estrechos lazos entre la buena filosofía y la buena literatura, sus dos grandes pasiones. Precisamente, una obra suya sobre este pensador alemán publicada en 1990, La voluntad de poder como amor (Ediciones del Serbal), hizo que Eugenio Trías se deshiciese en halagos hacia el entonces joven pensador sevillano. Al igual que la mayoría de sus compañeros de generación, aglutinados en torno a la revista Er, encontró en el idealismo alemán una poderosa herramienta para estudiar la genealogía de la modernidad. Su último libro es La vida como ensayo. Experiencia e Historia en la narrativa de Milan Kundera (Fénix Editora) un homenaje a uno de sus autores fetiche en el que, una vez más, la ficción de la literatura y el sueño de la filosofía se dan la mano.

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