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"Os vais de Torreblanca o te abro un boquete en el pecho"

La compraventa de un piso ocupado y las diferencias en el precio motivaron el último tiroteo en el barrio, en el que los pistoleros dispararon a un coche en el que iba un bebé

Siete miembros del clan de los Pingajos fueron detenidos, cinco están ya en prisión

Las armas intervenidas por la Policía y el estado en el que quedó el coche de las víctimas.

La tarde del 30 de mayo, una familia de Torreblanca celebraba el cumpleaños de uno de sus hijos en la puerta de su casa, en la calle Almendro. Sobre las ocho de la tarde, en mitad de la fiesta, el cabeza de familia recibió una llamada de su cuñado. "Los Pingajos van para allá a tirotearte", le dijo éste. Poco les importaba que hubiera varios niños en el cumpleaños y que éstos pudieran resultar heridos. Lo que siguió después de esa llamada fue una espiral de violencia, disparos, amenazas, miedos y condenas al destierro que no terminó en tragedia de milagro. Este periódico ha tenido acceso al atestado del Grupo de Atracos de la Policía Nacional, que días más tarde detuvo a siete personas implicadas en los tiroteos y se incautó de un buen número de armas de fuego.

Desconcertado, el hombre que acababa de recibir la llamada decidió ir a aclarar lo que fuera con Los Pingajos, un clan de Torreblanca que se ha hecho fuerte con la compraventa de pisos que están embargados por el banco, que ocupan y revenden después a otras familias. Precisamente la suya les había pagado mil euros dos días atrás por una de estas viviendas, ubicada en la calle Encina, y luego habían tenido una discusión por el precio final. Tenían pendiente un segundo pago, que primero habían pactado en otros seiscientos euros, pero que Los Pingajos elevaron a mil. Pese a que la familia había accedido y pagaría finalmente dos mil euros por un piso propiedad de un banco, la discusión no había sentado bien a los jefes de un clan que se siente dueño y señor del barrio. "Nadie puede vivir en los pisos de los bancos sin nuestro permiso", llegó a decir uno de sus miembros durante la negociación.

El hombre creía que aquello ya estaba arreglado, pero no lo estaba. Conocía bien a los Pingajos porque su cuñado, Juan Manuel D. V, alias el Doblao, es un hombre de confianza del líder del clan. Es precisamente quien le avisó de que éstos iban a dispararles en plena fiesta. Por ello, intentó buscar una solución dialogada. Dejó la celebración y recorrió a pie los escasos metros que lo separan de la calle Nogal, donde tienen su residencia Los Pingajos.

La calle Torregorda, donde se produjo el tiroteo del 1 de junio. / José Ángel García

Pero cuando dobló la esquina se encontró con varios miembros del grupo abriendo fuego. Allí estaban Diego C. D., alias el Pingajo y jefe del clan; su hijo, Diego C. D., alias el Polini; el Doblao, un hijo de éste y otro joven, Joaquín O. M., hijo de uno de los principales delincuentes de Torreblanca. "Nos devuelves el piso de la calle Encina o te abrimos un boquete en el pecho", insistieron los Pingajos. El hombre aceptó pero intentó recuperar los mil euros que ya había pagado. "Si me devolvéis los mil euros que os pagué, os entrego el piso encantado", les dijo. "No", fue la respuesta mientras le encañonaban. "Y tienes tres o cuatro días para iros de Torreblanca".

Era una condena al destierro, un castigo medieval que sigue vigente entre las familias que controlan el negocio de las drogas y las armas en algunos barrios de Sevilla. La víctima de las amenaza contactó con un mediador, una figura a la que los gitanos recurren habitualmente cuando hay diferencias entre las familias. Le expuso que el destierro era un castigo excesivo, pues es algo que sólo se emplea cuando hay algún muerto de por medio. Y en este caso lo único que había ocurrido era una compraventa de un piso. El mediador poco pudo hacer, más allá de transmitirle al hombre que los Pingajos iban en serio y que no atendían a razones.

Así que la familia comenzó a hacer la mudanza. Sólo uno de sus hijos se quedó en el barrio aquella noche en Torreblanca, en casa de un familiar. Y al día siguiente volvieron los problemas. A las dos de la tarde del 1 de junio, los Pingajos abren fuego contra la casa en la que se ha quedado el hijo de la familia amenazada. Es en la calle Torregorda y el tiroteo se produce a plena luz del día y con numerosos testigos. Ninguno diría nada a la Policía. Nadie identificó a los autores ni nadie vio nada, en un claro reflejo del miedo a los clanes de la droga y la ley del silencio que imperan en el barrio. El joven contra el que iban los disparos llamó a sus padres, que acudieron con otros familiares al barrio para tratar de sacarlo de allí.

Intervención de la Policía Nacional en Torreblanca

Lo que se encontraron fue una lluvia de plomo contra el vehículo en el que iban, un Smart, al que tirotearon por la parte trasera. En el coche viajaba un bebé de diez meses, cuya vida importaba bien poco a los pistoleros. Paradójicamente, en el tiroteo sólo resultó herida la mujer de uno de los agresores, que recibió un disparo en el brazo. Las víctimas lograron salvar sus vidas. Algunos se refugiaron en una azotea y otros en el suelo del coche, pero escaparon todos ilesos. El Grupo de Atracos lo atribuye a que todos estaban precavidos por lo que había ocurrido el día anterior y supieron reaccionar rápido para ponerse a cubierto.

Los Pingajos abrieron fuego desde dos coches en diferentes puntos: la calle Pino esquina Nogal y desde la calle Torres Quevedo hasta la vivienda en la que estaba el hijo del matrimonio amenazado. Las víctimas consiguieron reunir los cartuchos de escopeta para entregárselos después a la Policía, y una bala se alojó también en la puerta de un garaje. La intervención de varias patrullas de la Policía Nacional impidió que se produjeran nuevos incidentes con armas de fuego aquella tarde en Torreblanca. Aunque en un primer momento los agentes pensaron que el episodio estaba relacionado con otros tiroteos que habían ocurrido en el barrio semanas atrás, pronto la investigación depararía que no era así, que nada tenía que ver este suceso con los enfrentamientos a tiros registrados antes en la plaza del Platanero y su entorno.

El Grupo de Atracos de la Policía Nacional en Sevilla se hizo cargo de la investigación, como corresponde cada vez que se produce un incidente con armas de fuego. Pronto averiguó que el fondo de la cuestión estaba en la ocupación de viviendas y la venta de éstas a terceros por parte del clan de los Pingajos. La Policía Científica recogió varias vainas y cartuchos de escopetas en el lugar de los hechos. Tras varios días de trabajo, los agentes de esta unidad lograron identificar a todos los participantes en el tiroteo de la calle Torregorda y en el del día anterior en la calle Nogal. Todos ellos fueron detenidos sólo cuatro días después del segundo de los incidentes, el 4 de junio. La Policía registró seis domicilios de Torreblanca y también uno de la urbanización Torrepalma, en Carmona, donde se hallaron numerosas armas de fuego, armas blancas, y una plantación de marihuana.

Armas intervenidas durante la investigación del tiroteo de Torreblanca. / DGP

El cabecilla del clan es Diego C. D., de 45 años y con 14 antecedentes por estafas, robos con violencia, hurtos y robos con fuerza. No es esta la primera vez que se ha visto inmerso en un algún tiroteo en Torreblanca, pues en el año 2006 fue detenido por el Grupo de Homicidios por participar en otro enfrentamiento a tiros en la plaza del Platanero, donde abrió fuego contra otra familia del barrio. Es conocido como el Pingajo, mismo apodo que su padre y que da nombre al clan.

Otro de los detenidos es su hijo, Diego C. D., de 27 años y apodado el Polini. Este joven sólo tiene un antecedente por tráfico de drogas. En el registro de su casa se hallaron una escopeta marca Franchi, una pistola tipo ametralladora simulada en su funda de plástico, un chaleco tipo militar color marrón, una catana oxidada, un machete de 55 centímetros de hoja y diversa munición de la escopeta.

El lugarteniente del Pingajo es Juan Manuel D. V., de 48 años y conocido como el Doblao, familiar del matrimonio que recibió los disparos y quien dio a su cuñado el aviso de que iban a por él la tarde del cumpleaños. En una parcela de su propiedad en Torrepalma se encontraron una pistola del calibre 9 milímetros parabellum con la marca, modelo y número de serie borrados, junto con su cargador y cuatro cartuchos blindados sin percutir en su interior. También se hallaron varios machetes pelacocos y dos escopetas de aire comprimido.

Completan la relación de arrestados un hijo de éste, Francisco Luis D. F., de 18 años; Francisco José C. H., el Nano, de 25 años; Joaquín O. M, de 18; y Jessica M. P., de 27 y novia del Polini. En otro de los registros se halló una plantación de marihuana, una de las actividades que más ha proliferado en los últimos años en Sevilla. Estos dos últimos detenidos quedaron en libertad, mientras que los cinco primeros fueron enviados a prisión provisional por el juzgado de Instrucción 18 de Sevilla. Quedaba así desmantelado, al menos temporalmente, el clan de los Pingajos, que extendió su negocio al de los pisos ocupados y quiso hacerse fuerte a base de tiros.

La ley del silencio sigue presente en el barrio

El atestado del Grupo de Atracos refleja un problema al que se enfrenta la Policía cada vez que se produce un hecho delictivo de cierta importancia en barrios deprimidos de la ciudad: la ley del silencio. Torreblanca es el cuarto barrio más pobre de España, y aunque en general es una zona tranquila, en un extremo del barrio existe uno de los focos más conflictivos de la ciudad. Es la Plaza del Platanero y su entorno, donde reina el tráfico de drogas y donde en los últimos tres meses ha habido ya al menos cuatro tiroteos. Cuando una patrulla llegó a la calle Torregorda, donde se habían producido los disparos a mediodía del 1 de junio, los policías no encontraron testigos de los hechos, pese a que buena parte de la vecindad había presenciado el tiroteo, al producirse éste a una hora en la que había bastante gente en la calle. Así lo refleja el informe policial: "Desde su llegada al lugar de los disparos, un indicativo intentó localizar testigos de los hechos, no encontrando a nadie que hubiera visto nada, siendo más que evidente que algunas de estas personas habían presenciado al menos el inicio del suceso pero no querían colaborar por miedo a la represalias que pudieran recibir por parte de los agresores, es decir, de la familia de Los Pingajo. Los vecinos del bloque manifestaron a los agentes actuantes que no conocían a ninguna de las personas que habían recibido los disparos y que no vivían en ese bloque".

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