Sonrisas en tiempos de pugna
Monteseirín pone buena cara, acelera las inauguraciones y siente envidia del gran acto que prepara el PP para conmemorar los diez años de alcalde de Málaga de Francisco de la Torre
El alcalde siente envidia de Málaga. Quién se lo iba a decir a estas alturas de la película en que su salida del principal despacho de la Plaza Nueva adquiere los tintes de un culebrón venezolano y la tensión de una noche de parto. Se lleva muy bien con Francisco de la Torre, alcalde de la capital de la Costa del Sol desde hace diez años. Monteseirín contempla melancólico que el Partido Popular prepara un acto de relumbrón en el Palacio de Congresos malagueño para festejar el décimo aniversario de su permanencia en la Alcaldía.
El alcalde pone buena cara estos días, potencia su presencia en las inauguraciones (como en la calle Asunción peatonalizada o en las aperturas del Jardín Americano y el Jardín del Valle) y da una nueva vuelta de tuerca a su estrategia (ora oculto, ora descubierto) al dedicarse a disfrutar de los frutos de su siembra mientras se define su futuro. Claro que Monteseirín nunca ha sido un hombre de partido, nunca le han gustado los aparatos ni ha sentido pasión por los cargos orgánicos. Podría afirmarse que hasta ha despreciado determinados frentes, hasta el punto de acabar con un enfrentamiento de nefastas consecuencias para sus intereses. Ahí, en el partido, tal vez no haya habido nunca la suficiente siembra. Más bien, ninguna.
Monteseirín, que estratégicamente anuncia ahora que agotará el mandato, presenta dos exigencias nítidas. La primera, un destino acorde con sus cursus honorum como político. Y la segunda, cierto respeto a su gestión. Trata de controlar no ya quién recibirá su herencia, sino el respeto a los principales bienes. Quienes lo tratan estos días realizan una confesión reveladora: "Viendo ciertas actitudes de sus compañeros, teme más que gobiernen los de Viera, porque destrozarían rápidamente sus logros, que los de Zoido". ¿Hay que encuadrar en esta opinión el más que previsible cese fulminante de tres de sus principales colaboradores en cuanto abandone la Alcaldía? Manuel Marchena, Antonio Silva y Alfonso Seoane. Monteseirín no tiene el más mínimo interés en presidir el futuro consorcio del Guadalquivir, una entidad pendiente de creación con un cariz excesivamente administrativo para quien lleva ya once años en la trinchera política local. "No podrá ser ministro como Joan Clos cuando dejó de ser alcalde de Barcelona, ¿pero por qué no puede tener una salida digna como otros alcaldes socialistas?"
La melancolía no sólo es por la suerte deseada del vecino malagueño. También comprueba con cierta tristeza las maniobras de antiguos leales suyos. El ex concejal Blas Ballesteros ya se postula para un nuevo cargo en el organigrama municipal. Parece que le atrae el control de la televisión local. Y a Carmelo Gómez, el edil de Hacienda que Monteseirín destituyó por decreto en 2002 y actual miembro de la Ejecutiva provincial, atribuye buena parte de la hiel que el partido vierte sobre su persona: "Se están repartiendo sus vestiduras de forma vergonzosa antes de que haya ningún muerto. Están tratando se segar la hierba bajo sus pies".
Mientras se decide su futuro, seguirá con el proyecto de los coches eléctricos, la peatonalización de Triana o la pasarela de la calle Betis. Sembrando para recoger. Sonriendo en tiempos de pugna. Y envidiando a Málaga.
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