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Sonrisa y llanto por Boby Deglané

Calle Rioja

Aniversario. El locutor coordinó la campaña de la Operación Clavel que tuvo hace justamente hoy cincuenta años el trágico epílogo de la caída de la avioneta.

Francisco Correal, Sevilla

19 de diciembre 2011 - 05:03

OCURRIÓ tal día como hoy. El mundo estaba revuelto. Los portugueses eran expulsados de la India, Indonesia hacía lo propio con los holandeses en una de sus colonias, en Katanga se vivían duros enfrentamientos entre soldados de la ONU y rebeldes congoleños. Faltaban cinco días para la Nochebuena y once para recibir a un nuevo año, 1962, un año con Mundial de Fútbol (el de Chile) y con Concilio, el Vaticano II, cuyos preparativos anunciaba el Papa Juan XXIII con la bula pontificia Humanae Saluits.

Sevilla estaba inmersa en otras preocupaciones. El 25 de noviembre de 1961 se desbordó el arroyo Tamarguillo y dejó a miles de sevillanos sin hogar. No se había cumplido un mes desde la catástrofe cuando Sevilla salía a la calle para recibir a la caravana de la Operación Clavel. Así se bautizó la iniciativa que tuvo como principal mantenedor al locutor radiofónico de origen chileno Boby Deglané. Desde el Auditorio de Radio España, en Madrid, organizó maratones de radio para captar fondos y ayudas para los damnificados de Sevilla. De no ser por la tragedia que el 19 de diciembre se vivió al estrellarse una avioneta junto a la autopista de San Pablo, causando una veintena larga de muertos, tenía los tintes de una película de Berlanga. No es una crítica. Eran otros tiempos. Ahora se cuentan cincuenta años de la riada, la Operación Clavel y su trágico epílogo, pero entonces sólo habían pasado 25 años desde el comienzo de la guerra civil.

En una entrevista previa a la salida del convoy de Madrid, Boby Deglané lo definía como una "invitación de los españoles a que con ellos cenen la Nochebuena próxima los damnificados humildes de Sevilla". Plácido (segunda parte) en una ciudad dolorida por las recientes manifestaciones, pero alegre y confiada, en la que se anunciaban los estrenos prenavideños de la compañía de revistas de las chicas de Colsada y del teatro Chino de Manolita Chen. También de El rostro impenetrable, de Marlon Brando. Pero ese día la estrella indiscutible en las calles de Sevilla era ese locutor. Vecinos de la calle Arroyo exhibían una pancarta con la efigie de Deglané junto a la Giralda. En otra pancarta se leía: "Viva el locutor más grande y la duquesa más buena que han venido a Sevilla a invitarnos en Nochebuena". Si Deglané era el galán de la película, la heroína era sin duda Cayetana de Alba, presidenta del comité de honor de la Operación Clavel. Boby Deglané la piropeó y dijo de ella que era "el nexo que Sevilla ha logrado establecer uniendo a las clases sociales del país". Al producirse el trágico accidente, la duquesa ordenó suspender todos los festejos. Seguramente, lo tendrá muy presente mañana, en la presentación de su autobiografía, medio siglo y un día después del siniestro. En una de las pancartas que se vieron en el recorrido se leía: "Écija saluda a la duquesa más aristocrática de Europa".

Boby Deglané vivió en las dos orillas de la ciudad. Conoció el abrazo y la puñalada casi al mismo tiempo. El alcalde de Sevilla, Mariano Pérez de Ayala, propuso al Ayuntamiento el nombramiento del locutor como hijo adoptivo de la ciudad. El gobernador civil, Hermenegildo Altozano Moraleda, maliciosamente informado de algunos desajustes en el capítulo de las donaciones, responsabilizó a Deglané de esas irregularidades. Lo llamó a su despacho y le dijo que tenía dos opciones: coger un tren esa misma noche para volverse a Madrid o pasar unos días en el calabozo. El encuentro lo relata Nicolás Salas en su libro sobre el Tamarguillo. El hijo adoptivo de la ciudad hizo como el hijo pródigo del Evangelio: se impuso su propio destierro. La pena de calabozo le debió recordar pretéritas penalidades.

En su libro El holocausto español, Paul Preston cuenta que Boby Deglané fue una de las aproximadamente 1.200 vidas salvadas por la mediación de Melchor Rodríguez, trianero, conocido como el Ángel Rojo, que en su época de director general de Prisiones se opuso a las sacas y arbitrariedades que algunos milicianos realizaban con los presos adictos a los rebeldes. Deglané, el falangista Raimundo Fernández Cuesta, el militar Agustín Muñoz Grandes o el futuro ministro Martín Artajo, se salvaron de una muerte segura cuando fueron trasladados desde la cárcel Modelo a la prisión de Alcalá de Henares, donde gozaban de mayores garantías.

Boby Deglané recibió con bastantes años de retraso el reconocimiento de la ciudad de Sevilla. El Ayuntamiento rotuló una calle con su nombre, muy cerca de los estudios de Radio Sevilla. A la ciudad a la que tanto quiso el locutor llegó a trabajar a mediados de los 80 su hijo Pedro Deglané, trágicamente fallecido en un accidente de tráfico en la flor de su vida profesional y de aprendizaje en una ciudad que era como parte de su familia, del currículum de su progenitor.

Hay una generación de sevillanos que asocian el nombre de Boby Deglané con esa ambivalencia de los recuerdos: la sonrisa de la operación Clavel, el llanto de la tragedia en que desembocó. Amparo Ávila tenía 9 años y asocia ese año con la época en la que cambió de barrio y de colegio. Un invierno antes sus padres dejaron la vivienda de Pagés del Corro y cambiaron Triana por Los Pajaritos. Fue testigo de la caravana, de la inminente llegada del locutor de moda. Era un mundo regido por algunos hombres buenos: Juan XXIII o John Fitzgerald Kennedy, que dos años antes de la bala que acabó con su vida en Dallas regresaba por esas fechas con un fuerte resfriado de un viaje por Puerto Rico, Colombia y Venezuela. Hombres buenos y una ciudad que tuvo un día muy malo.

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