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Sevilla no tiene playa, pero tiene océano

Vivencias. El viaje en autobús desde Sevilla a la playa de Matalascañas es una experiencia única, con llegada a la Ínsula Barataria de Sancho Panza

Una imagen de la playa de Matalascañas. / D.S.

DE los muchos cervantinos que en el mundo han sido, desde Rodríguez Marín a Márquez Villanueva, desde Américo Castro a Caballero Bonald, cada cual tendría su teoría sobre esto que podemos denominar la metamorfosis de Sancho Panza en don Quijote de la Mancha. Es lo primero que llamaría la atención a quien por primera vez llegara en autobús hasta la playa de Matalascañas y se bajara junto a las marquesinas de la empresa Damas. Hay una escultura ya clásica de Sancho Panza en uno de los laterales. El cercado de la urbanización (con piscina) que lleva su nombre ha cerrado entre rejas al escudero al que su señor nombró gobernador de la Ínsula Barataria. El realismo de los molinos y la fantasía de los gigantes aparece en la leyenda inscrita junto a la escultura de Sancho, pendiente de la fianza para alcanzar la libertad condicional y no ser cautivo como su amo.

Como la realidad imita al arte, allí tiene Sancho a sus pies su particular Ínsula Barataria. Matalascañas es un topónimo anfibio. Estando en la provincia de Huelva, pedanía playera del Ayuntamiento de Almonte, compañera de corporación de la aldea de El Rocío (El Toboso es la primera aldea universal de la literatura), es uno de los nombres que en verano recibe la ciudad de Sevilla. Otro podría ser Chipiona, al otro lado de la desembocadura del Guadalquivir. En Matalascañas tuvo casa y retiro Jesús Quintero, que como recuerda Jesús Melgar en su biografía ni autorizada ni consentida llamaba "Guadalquivir de las estrellas" a su colina radiofónica, a su locura hertziana.

El Kiosko La Piedra no vende periódicos pero hoy va a salir en estos papeles. Se llama como el principal monumento de Matalascañas, esa piedra inclinada, como la torre de Pisa, que parece el martillo de Thor o una medusa gigante arremolinada por las mareas. A un lado de la Piedra, la playa salvaje en dirección a Mazagón y a lo que era el fin del mundo hasta que los marineros de Palos lo descifraron. Selva de agua y arena sin más referentes que el faro y el chiringuito Bananas, guiño a Woody Allen, del que para bajar a la playa hay que hacerlo como la primera escena de 'Aguirre, la cólera de Dios'. También hay un chalé deshabitado, con chamizo y grafitis que indican el paso de okupas.

Al otro lado de la Piedra, la urbe del barbecho de verano. Una ciudad con todos sus avíos que ha vivido este tránsito copernicano del desarrollismo al cambio climático, de los Lópeces a las Monteros. La música es excelente y cautivadora en el chiringuito Pedro José, que ofrece Tardeo de Copas, Mojitos, Cócteles y Puesta de Sol. Está en la carta, vuelta y vuelta. Hay quien viaja con todo, hasta con las copas de balón. Álvaro Vázquez, que sueña con ser figura en algún futuro Colombino, ensaya penalties. Como el padre trabaja, su madre nace de portera. Con ella habríamos llegado a la final de Wembley.

Los autobuses empiezan a recoger a los pasajeros. El Ayuntamiento de San Juan de Aznalfarache fleta un autobús para vecinos de la localidad. Allí sí hay playa. La empresa La Rosa, de Marchena, moviliza un autobús y un microbús. En la panza del vehículo, sombrillas, sillas de playa y fiambreras.

El autobús de vuelta ha salido de Caño Guerrero a las siete de la tarde. Una joven hace cálculos porque tiene que coger a las diez junto a la Macarena el de Villaverde del Río. "Los de La Algaba pasan cada media hora, el de Villaverde cada hora, porque para en Cantillana y Brenes", le informa otro viajero.

Ha salido a las 19:00 horas. Como lleva el minutero puesto, parece un viaje por el siglo XX y primer tercio del siglo XXI. Residencia el Pastorcito. El pastor de Villamanrique de la Condesa que encontró a la Virgen del Rocío, el Howard Carter de las Marismas, el Juan de Mata Carriazo del Ajolí. Los linces son las cofradías de Doñana. De la señal Paso de Cofradías de la capital a Paso de Linces en el camino de la playa hasta Almonte y las estribaciones del Condado.

Las señales parecen un partido de baloncesto. Huelva 62-Sevilla 77. 62 kilómetros. El 4 de agosto del 62, justo sesenta años antes de este día en el que viajamos, murió Norma Jeane Mortenson, Marilyn Monroe en la historia del cine.

En agosto del 77 mueren Elvis, Groucho y Machín. Desde el autobús se atisba el blanco de las casas del Rocío, de las casas de Almonte, municipio matriz de esas dos aldeas, una de primavera y Pentecostés, otra de verano.

Van pasando las señales de los pueblos en colleras, hermanados por la carretera: Bollullos -La Palma del Condado; Chucena-Hinojos; Pilas-Carrión; Benacazón-Umbrete; Almensilla-Palomares. Menos Huévar, que viene desparejado, el pueblo de los Arenzana, el médico y el periodista. Sevilla 26. El año capicúa en el que nació Marilyn Monroe. La tarde es rubia. El autobús cruza los dos ríos de Sevilla, Río Bravo, Río Manso. La Giralda es el Faro de la Fe. El abril sevillano se alió con el mayo francés para encontrar playas debajo del asfalto. Así surgió Matalascañas. Sevilla no tiene playa, pero tiene océano.

El autobús de Damas entra en la estación de Plaza de Armas. No me lo invento. El reloj marca las 20:22. Todo el año son las ocho de la tarde y 22 minutos. Con la puesta de Sol. Y Sancho a la sombra.

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