Sevilla despide el invierno con lleno absoluto en calles y bares
Crónica urbana
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No hay dudas. Cuando la cola de vehículos para entrar en el parking de la Magdalena llega hasta San Pablo es síntoma inequívoco de que el centro de Sevilla está saturado, de no caberse un alfiler. Y así ha sido este sábado que ha despedido al invierno para darle paso a esa estación tan cargada de aditamentos tópicos como ciertos. Que se lo pregunten a los que, como un servidor, sufren la embestida del polen. Marzo florece y los alérgicos nos aferramos al kit de supervivencia. Pañuelos de papel y antihistamínicos para estos días de tardes alargadas y bullicio.
“La vida es una semana”, dijo aquel pregonero (ya que estamos en el fin de semana del anuncio oficial de la fiesta grande de la ciudad) y en esos siete días se pasa de enero a abril. El mercurio sube por encima de los 25 grados y la ropa se vuelve liviana. Adiós al abrigo y bienvenida al chaquetón sin mangas, prenda con tanto predicamento en un amplio grupo de sevillanos. Tal es el aumento de las temperaturas que hay quien ya decide lucir el pantalón corto y hasta la sandalia, en una especie de impaciencia veraniega que deja toda elegancia guardada en fondo del armario.
Si en un fin de semana de lleno absoluto usted no tiene reserva para comer en un restaurante, olvídese de intentarlo. Misión imposible. Calificativo que también se puede aplicar a la hazaña de pillar un velador libre. Terrazas hasta arriba de clientes, donde no se puede permanecer ni cinco minutos sin la protección de los parasoles (sombrillas).
Hay quien aprovecha estos días para las últimas compras ante las fiestas que se avecinan. En las tiendas especializadas se rematan las túnicas de nazarenos y los capirotes. Algunas hermandades hacen un bello ceremonial del reparto de cirios. Ahí está el ejemplo del Amor y de los niños de la Borriquita, uno de los más hermosos anticipos de la Semana Santa. También hay quienes ya tienen puestos sus ojos en abril. Se hacen las primeras pruebas del traje de flamenca. En menos de un mes estaremos pisando el albero del real. Sin solución de continuidad en esta primavera que ya presenta sus credenciales.
En una jornada de largas colas, las hay que se registran hasta en los bazares chinos. Una hora se tarda en comprar medias de factura asiática para los días que están por venir. Y no se diga de los bares con barras muy cotizadas, donde hacerse hueco es lo más parecido a saber moverse en la bulla cofradiera.
En estos tiempos en los que tanto se discute sobre el efecto del turismo en el centro de Sevilla y el riesgo de que su Casco Antiguo acabe convertido en un parque temático, aporta una gran dosis de esperanza encontrar estas calles llenas de autóctonos. Plazas como la del Salvador, donde de nuevo la rampa es el tobogán para menores y los que no lo son tanto, o quienes se asoman a la Plaza de San Francisco para comprobar cómo va la instalación de los palcos, que ya aparecen revestidos con su piel burdeos.
En definitiva, una ciudad que sufre la mejor de las metamorfosis cuando se despoja de la ropa de invierno y se viste de largo para los días grandes. La primavera ha llegado, como siempre lo hace. Arrasando.
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