La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La lección de Manu Sánchez
Demografía
Sevilla deja de ser una tierra de oportunidades para los hispanoamericanos. Aquellos inmigrantes que cruzaron el charco para encontrar en la capital andaluza una opción de futuro se marchan hoy en desbandada de la ciudad ante la escasez de empleo. La falta de ofertas laborales les lleva a volver a sus países de origen o a otros puntos como Estados Unidos e Inglaterra. Sólo permanecen aquí los que siguen manteniendo el trabajo o no han reunido el ahorro suficiente para marcharse. Una triste realidad que no parece tener freno.
Celso Barra reside en Sevilla desde hace 11 años. Tres de los cuatro hijos que tiene se encuentran en su país de origen, Bolivia, donde viven con su mujer. Antes de que estallara la debacle económica, según recuerda este inmigrante, en Sevilla había empadronados 8.000 bolivianos. Actualmente este registro municipal -actualizado a mediados de enero- sólo lo componen 1.986 personas de este país sudamericano. La merma de las oportunidades laborales ha dado al traste con el sueño que a todos les llevó a cruzar el Atlántico e intentar labrarse un futuro en tierra hispalense.
Hasta finales de la década pasada desempeñaban labores a las que renunciaban los españoles: cuidadores de niños y personas mayores, tareas domésticas y trabajos agrícolas, entre otros. Cuando el sector de la construcción se desplomó y dejó de ser un generador de empleo, los nativos buscaron en los citados oficios un medio de vida, lo que empujó a los inmigrantes a salir de ellos.
En el último año el número de bolivianos empadronados en Sevilla ha disminuido por encima del 40%. A la falta de trabajo se unen las políticas de retorno voluntario puestas en marcha por el Gobierno central ante la difícil coyuntura por la que atraviesa el país. Estos programas están pensados para inmigrantes con situación irregular y para los que ya tienen regularizada su estancia. En el caso del segundo grupo, la ONG que se encargue de tramitar dicho regreso logra que al inmigrante y su familia se les pague el billete de vuelta, los gastos de desplazamiento y una ayuda de 400 euros -puede alcanzar hasta un máximo de 1.600 euros por unidad familiar-siempre que, entre otros requisitos, firme un compromiso de no retornar a España.
Celso Barra ha comprobado cómo los últimos años muchos compatriotas se han acogido a este programa para regresar a Bolivia, "donde la situación laboral está un poco mejor que cuando nos marchamos". Este inmigrante trabaja de camarero en un céntrico bar de Sevilla y ahora está intentando regularizar la situación del hijo que se vino hace un año a la capital andaluza. "Al menos, tengo la dicha de tener un oficio. Debo seguir aquí, en esta ciudad, para mantener a mi familia", asevera Barra.
En una situación distinta se encuentra David Laima, otro boliviano que llegó a Sevilla en agosto de 2008, cuando ya la crisis empezaba a despuntar. Dejó su país "por la situación tan precaria que sufríamos en aquel momento". Su esposa estaba aquí, por lo que se acogió al programa de reagrupación familiar. Cuando vino lo hizo con un contrato de trabajo. Desempeñó durante un tiempo la misma labor que ya desarrollaba su esposa años antes: cuidar a personas mayores.
Su sueño empezó a desvanecerse conforme la crisis avanzaba. "Mi contrato era de dos años y en 2010 no me lo renovaron. Los españoles necesitaban empleos que habían rechazado hasta entonces", recuerda este inmigrante, quien decidió buscarse la vida en otros ámbitos. Fue carretillero, conductor de camiones de mudanza y no ha dejado de formarse en todo este tiempo. "Tuve que sacarme el carné para vehículos especiales, me apunté a cursos de electricista y a talleres de jardinería. Todos los trabajos que he desarrollado han sido temporales, de cinco meses como máximo", afirma Laima, quien habla de este periplo en suelo sevillano mientras despide en el aeropuerto de San Pablo a un familiar que, tras varios años aquí, se marcha a Londres ante la falta de trabajo.
"Yo, por ahora, pienso seguir en Sevilla, aunque no sé por cuánto tiempo", recalca. La intención de mantenerse en la capital andaluza se ve favorecida por el trabajo que ha conseguido su mujer, quien ha estado compaginando su empleo como cuidadora de personas mayores con los estudios de auxiliar de enfermería, labor que ahora acomete como trabajadora en régimen laboral. "Todo un logro" para una familia que tramita en estos momentos la doble nacionalidad.
También boliviana es Georgina Ballesteros, quien se vino a Sevilla en 2006 para encontrar un trabajo que su país no le facilitaba. Estaba casada y con tres hijos cuando decidió abandonar su patria. Durante el primer año, "cuando no tenía papeles", limpiaba casas y portales. Al regularizar su situación se hizo cargo de la contabilidad interna de una empresa. Este oficio le duró seis meses. Después comenzó como teleoperadora, labor en la que lleva más de un lustro.
Al observar la situación que vive el país, se siente "privilegiada" por tener un trabajo, algo de lo que no puede disfrutar su marido, quien con la crisis perdió el empleo en una empresa inmobiliaria. "Antes estaba contratado, ahora trabaja de informático, pero en régimen de autónomo", puntualiza esta boliviana, que por el momento no se plantea regresar a su país. "Volveremos cuando pasen cinco o siete años. Aunque nuestra situación económica ha empeorado tras perder mi marido su primer trabajo, nos sentimos muy integrados en esta ciudad, donde vinimos por tres años y ya llevamos el triple. En este tiempo hemos presenciado cómo muchos de nuestros compatriotas que vivian aquí se han marchado por no contar ya con posibilidades de futuro".
Otra colonia importante que ha visto mermada su presencia en Sevilla la conforman los colombianos. En 2014 han abandonado la ciudad 886 personas que procedían de este país. Actualmente hay empadronadas 1.333, la segunda comunidad latina más numerosa. En los planes de Marta Zulay no se incluía vivir en España cuando en 2001 hipotecó la vivienda de sus padres en la ciudad Armenia Quindio (la zona de cafetales más importante de Colombia) para terminar sus estudios de Ingenería Agropecuaria en Israel. Aterrizó en el país hebreo el 11 de septiembre de aquel año. Una fecha fatídica para la historia de la humanidad y para la suya propia. Al Qaeda había derribado las Torres Gemelas de Nueva York. Cuando bajó del avión los policías la mantuvieron encerrada una semana en el calabozo del aeropuerto. Sin apenas medidas higiénicas. El Estado judío había extremado las ya de por sí férreas medidas de seguridad. Al pasar los días, se produjo un cambio de guardia en la Policía, y entró una mujer que la ayudó a ponerse en contacto con el Consulado de Colombia. Allí le facilitaron el regreso como "deportada de Israel" a España, donde el vuelo hacía escala. Su sueño se había convertido en pesadilla, pues al no poder cursar los estudios ponía en peligro la vivienda de sus padres.
Todo cambió, sin embargo, al llegar a Barajas. Allí la Policía española la tranquilizó y le ofreció la posibilidad de encontrar un trabajo antes de regresar a Colombia y quedarse sin el hogar paterno. Marta Zulay se puso en contacto con unas tías que vivían en Sevilla y se desplazó hasta aquí, donde lleva 14 años. Su primer trabajo fue cuidando dos niñas cuyo crecimiento ha seguido "paso a paso". "Nunca las olvidaré. A los tres días de pisar el suelo de esta ciudad me entrevistaron y conseguí el trabajo. Luego me dieron los papeles para legalizar mi situación. Ahora trabajo en labores de limpieza y cuidando a personas mayores", señala esta colombiana.
Cuando Zulay abandonó su país era madre de un niño de 7 años que ya tiene 21. "Con 14 se vino a Sevilla y estuvo viviendo conmigo tres años, pero ha regresado a Colombia para completar sus estudios. Yo no me planteo el retorno. La vida aquí es más fácil. Aunque la crisis lo ha complicado todo, no se sufre el hambre atroz que hay en mi país", asegura esta inmigrante que reside en la barriada Nueva Sevilla de Castilleja de la Cuesta, pero que pasa la mayor parte de su tiempo trabajando y en el barrio de la Macarena, donde disfruta de las horas de ocio con otras colombianas. "Hemos formado un equipo de fútbol femenino, por eso casi siempre estoy en el Cerezo", apostilla.
Walter Vivanco aterrizó en la ciudad hispalense un 27 de junio de 2000. Procedía de Ecuador, país del que actualmente hay 865 inmigrantes registrados en esta ciudad. Recuerda que en aquella época más de 3.000 ecuatorianos vinieron a España ante las nefastas consecuencias que generó la convertibilidad del sucre en dólar. Las cifras constatan el dramático cambio: 25.000 sucres pasaban a ser un dólar. Esto provocó una fuerte inflación -superior al 85%- y una gran división social en el país. "Se impuso sin control alguno el redondeo. Todo costaba un dólar. Quien tuviera un millón de sucres [la moneda ecuatoriana] sólo contaba con 40 dólares. La situación provocó una gran inestabilidad política", recuerda Vivanco.
Antes de dejar Ecuador, este inmigrante había concluido sus estudios de Periodismo. Se disponía a desarrollar dicha profesión en Sevilla, pero en este intento sólo encontró piedras en el camino. "Trabajé en labores domésticas, en el campo y haciendo calentitos", menciona Vivanco, quien con el tiempo alcanzó su sueño. En 2006 abrió la emisora Integración Radio, creada como vínculo para fortalecer las relaciones entre sevillanos e inmigrantes.
No obstante, Vivanco ha presenciado cómo con la crisis muchos hispanoamericanos han regresado a sus países de origen y otros han optado por marcharse a EEUU para encontrar un empleo. "Recibo muchas cartas de amigos que han vivido en Sevilla y ahora residen en Nueva York, Miami, Londres o alguna ciudad italiana", detalla este ecuatoriano, quien llegó aquí con su mujer, de la que ya tiene un hijo que, según confiesa, "ha salido muy sevillano".
No se plantea volver a Ecuador, y únicamente regresa a su país de vacaciones y por estancias cortas. Pone en duda las políticas puestas en marcha por el presidente Rafael Correa. "Se cumplen a medias. En principio, se ofrecen créditos y ciertos subsidios para el regreso, pero cuando el emigrante ecuatoriano vuelve lo hace tras años en los que se han producido muchos cambios políticos y financieros, lo que provoca que se sienta un propio inmigrante en su país", explica Vivanco, quien admite la razón principal para permanecer en Sevilla: "Me he enamorado de esta ciudad con los años y ya no me imagino vivir sin ella".
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