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Sesión ‘In Memorian’ de homenaje a Ismael Yebra

“Dos abadesas me han dicho que Ismael era un santo, un santo de chaqueta y corbata”

Sabaté, Reyes y Asenjo evocan su triple perfil de médico, escritor y creyente

De izquierda a derecha, Juan Sabaté, Carlos Infantes, Juan José Asenjo, Antonio Pulido, Victoria, viuda de Ismael Yebra, Pablo Gutiérrez-Alviz, Rogelio Reyes y Juan Miguel González. / Juan Carlos Muñoz

A Juan José Asenjo, además de intervenir en la sesión In Memoriam que las Academias de Medicina y Cirugía y la Sevillana de Buenas Letras realizaron en recuerdo y homenaje a Ismael Yebra Sotillo (1955-2021), le pidieron que consultara la opinión de los conventos de clausura donde tantos servicios prestó el homenajeado. “Dos abadesas me han dicho que Ismael era un santo, un santo de chaqueta y corbata”, dijo Asenjo. Llevado de esa santidad, el doctor Yebra seguro que habló con San Pedro, que tiene plaza en San Petersburgo, para hacer zapping celestial y al tiempo que veía a su Betis en el campo del Zenit de la antigua Leningrado, seguir atentamente las cosas tan hermosas y justas que dijeron de su persona en la Fundación Cajasol.

El último lugar donde ejerció como director de la Academia antes de que la enfermedad fuera menguando sus fuerzas. Fue en un tributo a Dante en el séptimo centenario del fallecimiento del autor italiano, según recuerda Antonio Narbona.

El acto lo presentó Antoni Pulido, paciente del doctor Yebra, acompañado por el director de la Academia de Buenas Letras, Pablo Gutiérrez-Alviz y Conradi, y el presidente de la Real Academia de Medicina y Cirugía, Carlos A. Infantes Alcón, instituciones en las que Ismael Yebra ingresó en marzo de 2014 y marzo de 2015, respectivamente.

Un triángulo de ponentes (Juan Sabaté, Rogelio Reyes, Juan José Asenjo). Un triángulo de escenarios: el lago de Sanabria, Umbrete y la Alfalfa. Y un universo de vivencias en ese atlas del universo de quien más que un buen médico fue un médico bueno. En primera fila, Victoria, su esposa, su hermano Pepe, Dani, su hijo, y la futura nuera de Ismael.

A Dani lo invitó Asenjo Pelegrina a subir al atril para leer la carta de la abadesa de las Teresas en la que ésta recordaba a Ismael como hombre de Dios que intercambiaba con las hermanas “anécdotas, chistes, experiencias”. En una de sus visitas, el doctor le contó a estas monjas que en su casa “tocaba la campanilla cada vez que iba a rezar”. “Ya no hace falta que toque la campanilla”, leyó Dani las palabras que la abadesa envió al obispo. “Tenemos un gran amigo junto a Dios”.

Carlos Infantes, Antonio Pulido y Pablo Gutiérrez-Alviz y Conradi. / juan carlos muñoz

El Ismael médico. Este año se cumplen cincuenta años desde que Juan Sabaté conoció a Ismael Yebra, cuando ambos iniciaron sus estudios de Medicina. Recordó el curso de 1975, la octava planta del hospital Virgen Macarena donde Yebra empezó a decantarse por la dermatología. Curiosamente, la misma planta, habitación 812, del hospital Virgen del Rocío, donde exhaló su último aliento poco después de que su hijo Dani le besara en la frente. Con la serenidad de Victoria, aquella niña de quince años de la que Ismael le hablaba a su amigo Juan cuando la acababa de conocer en Umbrete, cuyo alcalde, Joaquín Fernández, estaba entre el público.

En la elección de su discurso de ingreso en la Academia de Medicina, que dedicó a la lepra y sus estigma, estaba la vocación de Yebra por los más vulnerables, por los olvidados, “criticaba el culto a la belleza externa”, dijo Sabaté. De todas las definiciones que el amigo médico ha encontrado de inmortalidad, se queda con el que vive en los recuerdos, “desde ese punto de vista, Ismael es inmortal”. Santo e inmortal.

El Ismael literario. Y no sólo porque sea el primer nombre propio de Moby Dick, la novela de Herman Melville. Rogelio Reyes fue el encargado de responderle a su discurso de ingreso en Buenas Letras, “El libro como arma terapéutica”. “Decía que hay libros que sanan y libros que hieren”, recordó el catedrático de Literatura y ex director de la Academia, “libros que son ansiolíticos y libros que deprimen, igual que hay lectores compulsivos y los hay sosegados”. Repasó los diferentes frentes literarios del dermatólogo: amén de su triángulo mágico, el colegio de los Escolapios, los conventos de clausura, los artículos en Diario de Sevilla y Cernuda. Yebra coordinó un libro en el cincuentenario de la muerte de Cernuda en el que colaboró Rogelio Reyes y pronto aparecerá un texto inédito de Ismael en una edición de Desolación de la quimera. El catedrático recordó una época en la que no existían fronteras entre las letras y las ciencias y junto al doctor Yebra a otros médicos de Buenas Letras (con la mala escritura que les atrubuyen) como Antonio Hermosilla, que presidió el Ateneo, o Juan Ramón Zaragoza Rubira, que ganó el Nadal.

El Ismael creyente. Un cristiano creyente, orante y confesante. Así lo definió Juan José Asenjo Pelegrina. El doctor coordinó en la Academia de Medicina una mesa redonda sobre Fe y Ciencia con el propio Asenjo, Mario Iceta, médico que entonces era obispo de Bilbao, y José María Rubio, médico que pregonó la Semana Santa de Sevilla. Orante, creyente y confesante, pero no beato. Pendiente del Zenit de San Petersburgo con licencia de San Pedro.

Asenjo contó que lo tuvo de feligrés. “Una vez me llamó por teléfono porque le había impresionado una frase de mi homilía. ‘No hay mayor impiedad que brindar a los hombres algo menor que Jesucristo’. Me preguntó de quién era, le dije que de un teólogo alemán protestante, Dietrich Bonhoeffer, ahorcado por los nazis pocos días antes de la muerte de Hitler”.

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