La ventana
Luis Carlos Peris
Perdidos por la ruta de los belenes
tribuna de opinión
Los primeros pedaleos que di de niña, sin ruedines, acabaron estampándome contra un enorme seto, que a su vez impidió que me diera un porrazo de órdago. Pienso ahora en ese seto y lo veo casi con nostalgia, porque si algo recordamos quienes hemos crecido en el barrio de Santa Clara, en Sevilla, es lo peculiar que siempre ha sido esta zona, gracias a su abundante vegetación y la característica arquitectura de sus casas. Estos dos elementos son los que le dan el calificativo de "ciudad jardín", con el cual se concibió allá por los años 50 del siglo pasado, cuando la urbanización se construyó con motivo de la instalación de las bases militares de San Pablo y Morón.
La garden city se ideó/proyectó como un barrio residencial de chalés, de influencia norteamericana, con jardines, zonas verdes y nutrido arbolado, lo que en la actualidad convierte a Santa Clara en un oasis dentro de la ciudad.
Y es que el patrimonio natural de este barrio es más que reseñable. Entre sus especies vegetales pueden citarse moreras, jacarandas, olmos o cipreses, además de distintos árboles frutales y preciosos jazmines o buganvillas. Habitan, asimismo, numerosas especies de aves, como abubillas, petirrojos, mirlos o vencejos, por citar algunas. En definitiva, un lugar en el que el ser humano y la naturaleza conviven en un entorno que, pese a ser urbano, ofrece una gran calidad de vida. En este sentido, Santa Clara es un referente en la lucha contra el cambio climático -de hecho, la temperatura allí se regula de manera natural, haciendo los veranos sevillanos un poco más llevaderos-, aparte de contar con los valores estéticos, paisajísticos y de biodiversidad de flora y fauna ya citados.
Por desgracia, todo ello se está viendo alterado en los últimos años. Si alguien se da un paseo por el barrio comprobará, extrañado, cómo algunas construcciones rompen radicalmente la fisionomía de la zona. Nuevas edificaciones de gran tamaño -mamotretos los llamamos- van salpicando las calles; edificaciones que no sólo alteran la línea arquitectónica tradicional de las casas americanas, sino que además arrasan con toda la vegetación de las parcelas en las que se ubican.
Alarmados por este creciente fenómeno, vecinas y vecinos del barrio, junto a la asociación vecinal Las Praderas, han iniciado una serie de movilizaciones para que la Administración local tome cartas en el asunto. Sus demandas van orientadas a la protección del barrio en dos sentidos: en cuanto a la conservación del arbolado y en cuanto al mantenimiento de la arquitectura propia de la zona. Solicitan para ello la aplicación de la actual normativa -entre la que pueden citarse el actual Plan General de Ordenación Urbanística de Sevilla, la Ordenanza de Arbolado, Parques y Jardines Públicos en el municipio de Sevilla, la Ordenanza Reguladora de Obras y Actividades del Ayuntamiento de Sevilla o el Plan Director del Arbolado Urbano de Sevilla- o, en su defecto, la elaboración de una nueva mediante un plan especial de protección.
En resumen, buscan preservar el patrimonio natural y la armonía arquitectónica del barrio de Santa Clara, en aras de evitar el impacto medioambiental que supone alterarlos. Asimismo, instan a todas las agrupaciones municipales a que se hagan eco de sus demandas, para que estas se materialicen en acciones concretas y urgentes.
Corren tiempos en los que la protección de nuestra flora y fauna se torna fundamental. Mantener las zonas verdes de cada barrio repercute en el bienestar de toda la ciudadanía. No lo olvidemos. Y es posible construir desde el respeto por la vegetación y cierta lógica arquitectónica.
Me encantaría que en el futuro las calles de Santa Clara mantuvieran el verdor de siempre y esas lindes de setos florales tan singulares, para que, como yo, alguien pueda amortiguar un golpe anunciado aprendiendo a montar en bici. O, simplemente, para que todos podamos seguir viviendo en entornos respetuosos con el medio ambiente, donde el ladrillo no le gane la batalla a la naturaleza.
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