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La capital italiana es un claro precedente de cuantas novelerías hace suyas la antigua Híspalis: la llegada de los tuk tuk y los veladores ampliados a base de tarimas

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Tuk tuk y veladores fotografiados en una visita reciente a Roma.

Dicen los expertos en historia –yo no lo soy ni pretendo– que la Bética fue la provincia más romanizada fuera de la capital del Imperio, que hunde sus raíces en Rómulo y Remo, los niños amamantados por la loba Luperca a orillas del Tíber. La profunda huella que dejaron aquí aquellos colonizadores (que va mucho más allá de los restos arqueológicos) explicaría que la antigua Híspalis se apropie de muchos males que sufre (con años de adelanto) la Ciudad Eterna, especialmente en materia de turismo, esa otra loba que amamanta a cientos de ciudades hasta el empacho.

La última novedad que ha levantado suspicacias en materia turística tiene nombre onomatopéyico: los tuk tuk. Se trata de mototaxis con conductor y varias plazas para ocupantes. Roma no los inventó. Ni mucho menos. Vienen de la India. Se hicieron famosos en Egipto. Pero en la capital italiana se han multiplicado como la plaga de chinches que sufren estos días los galos. Los hay de todas formas y colores. Blancos, rojos, de dos o seis plazas y, por supuesto, para todo tipo de bolsillos: con conductor y motor, o sin conductor y a pedales. Usted elige. Según su cartera y las ganas de hacer ejercicio físico con las que se haya despertado.

Las calles de Roma están repletas de tuk tuk. Convierten un paseo a pie en una actividad de alto riesgo. Si se despista un instante, puede verse embestido por estos vehículos que, por lo general, llevan a bordo visitantes poco propensos al silencio. Aparcan donde menos se los espera y entorpecen la circulación por las entrañas de la urbe italiana.

Si se despita un instante, puede verse embestido por estos vehículos que, por lo general, llevan a bordo visitantes poco propensos al silencio

Los tuk tuk han llegado a Sevilla tras las vacaciones de verano. Con el inicio de curso, el gobierno de José Luis Sanz se ha topado con estas mototaxis. La empresa que los gestiona defiende su aportación a un turismo más sostenible (palabra que satura los oídos) al emplear menos carbono que un coche convencional. La Policía Local intentó abortar su uso al anunciar por redes sociales las multas a las que se enfrentaban sus propietarios. La junta de gobierno también les ha negado la autorización. Pero lo cierto es que los tuk tuk siguen circulando por Sevilla. Esta misma semana se han visto saliendo de un parking cercano a la estación de Plaza de Armas. Han venido para quedarse. Y multiplicarse.

Sigamos con Roma. Allí también nos llevan la delantera en colocar veladores sobre tarimas y a base de perder plazas de aparcamiento. Esta fórmula fue adoptada en Sevilla como medida para paliar las pérdidas de los bares durante la pandemia. La crisis del Covid pasó. Las mascarillas son ya casi inexistentes, pero las terrazas ampliadas continúan. Y todo hace prever que sigan per saecula saeculorum (nunca viene mal un poco de latín, ya que hablamos de romanos). Hasta existe un informe de Urbanismo que avala su mantenimiento, entre otras razones, por los gastos que en su día supuso su instalación para los hosteleros, auténtico grupo de presión en la ciudad de los 5.000 bares.

Decía que en Roma nos llevan también la delantera en este asunto porque en aquella ciudad abundan por todos sitios. En zonas turísticas y en otras donde sólo residen vecinos (a las que se recomienda acudir para comer y evitar cornás de doble trayectoria en la cuenta). El control de las terrazas se limita a esa plataforma, donde se pueden colocar cuantos veladores se estimen oportunos. A riesgo, eso sí, de que cualquier conversación que mantenga se escuche con total nitidez en la mesa de al lado, de la que usted también puede oír hasta el ruido que sus comensales hacen al masticar. Cosas de las apreturas.

Al menos, a orillas del Tíber no se celebran despedidas de solteros (valga también aquí el femenino) sórdidas y chabacanas

En esto de hacer turismo masivo la clave está en ir siempre muy pegados, mochila contra pecho ajeno. Ya sea a la hora de yantar o de acudir a un monumento. Ríase usted de las horas que esperan los visitantes del Alcázar. En los Museos Vaticanos o el Coliseo puede llevarse una mañana entera para entrar si no ha comprado los tickets por internet. La turistificación no deja hueco a la improvisación. Lo debe llevar todo planificado si no quiere perder su preciado tiempo en una fila interminable (aunque muy multicultural).

En las calles de la vieja Roma no se ven romanos. Todo son turistas. Unas vías, por cierto, mucho más sucias que las de la capital andaluza. La mugre en ellas es digna de someterse a la prueba del carbono 14. Las bolsas de basura se amontonan en las esquinas horas antes de que los comercios echen el cierre y cuando aún los guiris se echan las últimas fotos en la Fontana de Trevi. Del acerado también se ha de ir pendiente. No hay alcorques vacíos, pero sí continuos socavones que pueden poner fin precipitado a sus vacaciones.

Y todo ello pese a los abultados ingresos que en la ciudad genera la tasa turística, ese impuesto que los alcaldes socialistas Juan Espadas y Antonio Muñoz quisieron que los hoteles cobraran a sus huéspedes y al que la Junta del PP siempre ha dado nones. Tres euros por persona es lo mínimo que se paga por pernoctar en Roma, la Ciudad Eterna donde, al menos, no hay despedidas de solteros (valga aquí también el femenino) sórdidas y chabacanas. A ver si también en esto Sanz logra romanizarnos.

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