Recuerdos de Afganistán
Militares y policías sevillanos que pasaron por el país afgano relatan sus vivencias y contemplan hoy con pena e impotencia la retirada de los occidentales
Cientos de sevillanos pasaron por Afganistán en algún momento de los veinte años que ha durado la misión internacional. Militares, guardias civiles y policías nacionales formaron parte de ese contingente, que se dedicó a formar al Ejército afgano, a garantizar la seguridad en un país devastado por continuas guerras y a la protección de las sedes diplomáticas españolas, entre otras muchas funciones. Hoy contemplan la entrada de los talibanes en Kabul y se lamentan de la rapidez con la que todo se ha derrumbado. De poco, dicen, ha servido su trabajo allí.
"El valor no se puede inculcar. Puedes formar a un ejército, puedes enseñarle tácticas y entrenarlo, pero si luego a esos soldados les puede más su propia vinculación étnica, que es algo milenario en la sociedad afgana, poco más puedes hacer", dice uno de los militares sevillanos que estuvo desplegado en Afganistán durante los primeros años de la misión.
Las operaciones del Ejército español comenzaron en Kabul, en una zona controlada por las tropas estadounidenses. Luego se desplazarían a Herat, donde compartirían base con los italianos. Desde allí se encargaban de reconstruir carreteras, de dar seguridad al resto de ejércitos y del transporte de personal y materiales.
También hubo presencia española en Kirguistán, desde donde partían las aeronaves americanas que bombardeaban la zona controlada por los talibanes, y desde donde salió, por ejemplo, el Yak-42 que se terminó estrellando en Trebisonda (Turquía), con 62 militares españoles y 12 tripulantes ucranianos y un bielorruso a bordo. Desde esta antigua república soviética partían helicópteros españoles para recoger a los pilotos que hubieran tenido que eyectarse por algún problema durante sus vuelos.
"Trabajábamos en una zona segura, cuando llegábamos a algún sitio sabíamos que la población que nos íbamos a encontrar era afín. Recuerdo sobre todo los niños, que salían a recibirnos con una sonrisa y, bueno, los españoles siempre somos muy dados a relacionarnos con la población local. Se veía mucha pobreza. Los niños estaban descalzos siempre, ya fuera verano o invierno. Les dábamos caramelos y chocolatinas". Ya por entonces se intuía el miedo a los talibanes y a su posible vuelta.
Los militares consultados por este periódico explican que Afganistán tiene un sistema muy clasista, casi de castas, en función de las distintas etnias. Mandan los pastunes, que son aproximadamente el 50% de la población. A esta etnia pertenecen los talibanes, y también los señores de la guerra. "Pero claro, vete a saber quién era talibán y quién no. Igual llegabas a un pueblo y veías a un anciano comiendo pan, y lo mismo ese era un talibán y los hijos lo eran, y tenían una casa llena de armamento esperando el momento justo para atacar, que ha sido ahora". En la base de ese sistema estaban los hazaras.
Sobre la debilidad del nuevo Ejército afgano se pronuncia un agente de la Policía Nacional que formó parte del primer equipo de seguridad que se instaló en la Embajada de España en Kabul. "Los soldados que se reclutaban eran jóvenes, chavalitos que no tenían que comer y se les daban 200 dólares, una escopeta y un chaleco antibalas. Es normal que ese Ejército haya entregado las armas a las primeras de cambio, sobre todo porque los talibanes son guerreros muy experimentados. Es más, allí sabían que esto iba a pasar", explica este agente, que estuvo dos años destinado en la capital afgana.
"El Ejército afgano siempre ha estado a merced de la coalición internacional. No han tenido enfrentamientos reales contra los talibanes. Sí, les han enseñado a disparar, pero tienes que verte en un fuego real, con gente bregada de verdad. El soldado afgano no está bien formado. Los enfrentamientos reales en Afganistán los han tenido los americanos, los británicos y los franceses, sobre todo. Con mucha tecnología, ojo, no en el cara a cara. Porque esta gente (los talibanes) son muy duros en la batalla. Los americanos iban con tanques y aviones que ellos no tienen y contra eso no hay nada que hacer. Pero los mismos afganos decían que a su ejército, a las primeras de cambio, se los comían vivos. Y así ha sido. Porque estaba formado por chavalitos que no estaban acostumbrados a la guerra".
El policía define lo que vio en Kabul como un "teatrillo", una situación temporal de paz que no iba a durar eternamente. "Lo que había era una gran mentira. Llegaron los americanos, montaron una gran infraestructura, gastaron miles de millones y repartieron toneladas de comida... Pero la sensación general era la de que eso no iba a durar toda la vida. Ya en 2008 se palpaba ese miedo de la población. Y los talibanes estaban esperando su momento, agazapados. Los que hoy han entrado en Kabul son los hijos de aquellos contra los que se inició la guerra, que cada uno tiene por lo menos 15 hijos a los que adoctrinan desde que nacen. Han esperado el momento en el que se han cansado los occidentales. Sabían que nos íbamos a ir y han aprovechado la oportunidad", relata el funcionario.
Tuvo ocasión de conocer bastante bien a los afganos durante sus dos años en Kabul. Entrenaba en un gimnasio con la población local y también acudía regularmente a la Universidad a dar charlas a los jóvenes afganos que estudiaban español. A su llegada a la capital del país, la Embajada de España tenía un equipo de seguridad formado por afganos. De seguridad estática, se entiende, pues eran los GEO españoles los que se encargaban de la seguridad del embajador y el personal diplomático en sus desplazamientos.
El equipo de afganos estaba compuesto por ocho personas. Eran pastunes, la etnia mayoritaria en Afganistán y a la que pertenecen la mayoría de los talibanes. Obviamente, los que se encargaban de proteger la Embajada no profesaban la ideología talibán, y luego se encargarían de demostrarlo defendiendo el edificio cuando sufrió el asalto, el 11 de diciembre de 2015. Varios de ellos murieron, en un atentado en el que fallecieron diez personas, entre ellos dos policías españoles.
"Con esa gente, yo me iría a cualquier guerra del mundo. Son muy bregados, muy echados para adelante y muy duros. Hacían siete días seguidos con turnos infernales a cincuenta grados. Y vivían en lugares recónditos. Trabajaban siete días y se iban dos a su casa. Venían del Panshir, eran descendientes del León del Panshir (Ahmed Massud, jefe de la Alianza del Norte, asesinado días antes del 11-S y principal enemigo de los talibanes). Todos eran de allí, muy guerreros. Como guerreros, son los números uno. Y eran muy leales".
Eso sí, el trato denigrante a la mujer no era exclusivo de los talibanes. "Las mujeres tenían que estar en casa y sus hijas tapadas por completo. Ese pensamiento lo tiene hasta el más light en Afganistán, sea talibán o no. Evidentemente, en menor medida si no lo es". Otro militar lo confirma. "Con nosotros trabajaba la población local, pues en la base entraban fontaneros, albañiles, carpinteros... Siempre acompañados por alguno de nosotros, pero entraban. Y les llamaban mucho la atención las mujeres de uniforme. Alguno con el que tuve más confianza me llegó a decir que eran muy guapas, pero que lo estarían más con un velo".
El policía cuenta varias anécdotas que explica bien la opresión de la mujer en el país. "He visto a un policía apalear a una mujer en mitad de la calle. Y no pude hacer nada. Y he visto a dos afganos liarse a tiros por una discusión tonta sobre la mujer de uno de ellos. En la Embajada había una mujer que nos cocinaba y nos limpiaba. Era encantadora. Un día vino llorando que no podía seguir trabajando para nosotros. Vivía en un pueblo (se hacía cada día unas tres horas en autobús para llegar a la Embajada) en el que había mucha presencia talibán y la habían amenazado a ella y a su familia si seguía colaborando con los españoles. Y no volvió", relata el agente.
Antes había estado en Irak y habían matado a una mujer que trabajó para la Embajada, por lo que no estaba dispuesto a repetir esa experiencia ni a arriesgar la vida de la trabajadora. "Contratamos a un hombre, a un hazara, que por cierto estaba muy satisfecho cuando el Parlamento afgano aprobó una ley que permitía a los chíies dejar sin comida a sus mujeres si éstas rehusaban mantener relaciones sexuales con ellos. Yo no me lo podía creer, que un parlamento con Hamid Karzai a la cabeza, un hombre que había venido a hacer reformas, aprobara esa ley. Pregunté si era verdad o no. Y el hazara me preguntaba qué hacíamos nosotros si nuestras mujeres no querían mantener sexo".
También comprobó la corrupción de la Policía afgana. En el perímetro de la Embajada había unos sacos de gran tamaño, llenos de arena y piedras, a los que llamaban Texas y que servían para amortiguar el efecto de una posible bomba. Un día llegó un alto cargo de la Policía afgana, "con el pecho lleno de medallas, siete u ocho policías más y una grúa", dispuesto a llevarse los Texas porque invadían la calzada. "Yo incluso discutí con él, pero que se los llevaba. Al final lo solucionó un traductor, que le dio cien euros, y el tipo se fue dejando allí los Texas".
Afganistán deja, además, una cicatriz marcada a fuego entre los militares sevillanos. El 16 de agosto de 2005, un helicóptero Cougar del Batallón de Helicópteros de Maniobra (Bhelma) IV, con sede en el Copero, se estrellaba en las montañas a unos 20 kilómetros al sur de Herat. Fallecieron 17 militares españoles, cuatro de ellos sevillanos. Eran el capitán David Guitar Fernández, el brigada Juan Morales Parra y los artilleros José Manuel Moreno Enríquez y Pedro Fajardo Cabeza. El capitán y los soldados eran naturales de Alcalá de Guadaíra, mientras que el brigada había nacido en Ronda pero residía en Mairena del Aljarafe. Unos años más tarde, 2010, resultaría herido un soldado de Martín de la Jara, en una emboscada en la que murió otro militar español. Sus compañeros hoy contemplan con pena, rabia e impotencia la retirada del país.
"Te duele, te frustra, te decepciona que no hayan sido capaces de aguantar el envite"
Por Sagrario Ortega (EFE)
Decepción, tristeza, frustración. Es lo que siente el teniente coronel de la Guardia Civil Ramón Clemente después de ese paso atrás que ha dado Afganistán, después de que todo lo que se había avanzado se haya desmoronado tan rápidamente. Tenían preparación y medios suficientes para aguantar el envite, asegura.
"Te duele, te frustra, te decepciona que no hayan sido capaces de aguantar el envite", dice a Efe este mando del instituto armado que en 2013, y durante seis meses, formó parte del contingente español que asesoraba policial y militarmente a las fuerzas de seguridad y al Ejército afganos.
Clemente no deja de preguntarse cómo en tan poco tiempo la insurgencia, los talibán, han conseguido hacerse con todo. Porque el otro Afganistán, el que dejaron en 2013, tenía "instrucción, armamento y adiestramiento para poder haber aguantado sin problema".
¿Qué ha pasado? Es difícil dar una única respuesta pero el teniente coronel resume así una de ellas: "Hay un arma poderosísima, que es la moral y la voluntad de vencer"; "si no hay alguien que te anime, te lidere o te convenza de que puedes hacerlo, puedes hundirte".
Ramón Clemente formó parte de los 17 guardias civiles que entre mayo y octubre de 2013 recalaron en la base avanzada operativa de Qala i Naw. Fueron los últimos en esa zona, donde había un contingente militar español muy importante con dos misiones: asesoramiento militar (por parte del Ejército) y asesoramiento policial (por parte de la Guardia Civil).
Cuando él y sus compañeros llegaron, la Policía afgana, que venía siendo asesorada desde hacía años, ya no necesitaba una continua mentorización. Todavía iban de la mano de los guardias civiles, pero, según relata el teniente coronel, eran ya capaces de coordinar y conducir sus propias operaciones policiales.
"Salvando las distancias del país que era, el nivel de instrucción de la Policía afgana era aceptable", recalca. E insiste en que tanto militares como guardias civiles fueron allí con "la ilusión y el convencimiento de que lo que aportáramos contribuía a que algo cambiara en la sociedad, de que seríamos capaces de que algo fructificase en ese país".
"Muchos afganos -reconoce este mando- no querían que estuviéramos allí, pero otros muchos confiaban en que su país pudiera avanzar y mejorar. Esta es realmente la gente que te da pena. Y que al final todo eso se haya derrumbado tan rápidamente, que es otra de las cosas que de alguna manera te sorprende".
A este guardia le preocupa el gran paso atrás que supone el avance talibán. Porque no le cabe la menor duda de que se va a volver a la aplicación "estricta" de la sharía, la ley islámica. Con tristeza, relata a Efe dos episodios que vivió y que pueden servir de ejemplo para ilustrar ese retroceso que se avecina.
En su estancia en la base, el contingente se encargó del proyecto de construcción de un módulo para las mujeres en la cárcel de Qala i Naw dado el lamentable estado del existente. Cuando fueron a comprobar el resultado de la obra, a Clemente le llamó la atención que una menor estuviera recluida.
Preguntó y le respondieron que había cometido un delito: no quiso casarse con el hombre con el que la prometieron. Solo habían pasado tres días y Clemente acudió a un pueblo aislado, regido aún por sus normas ancestrales, por el anciano sabio que impone su ley. También allí una menor se había escapado para huir de un matrimonio no consentido, pero fue descubierta. Su padre acudió al anciano para pedir consejo y este solo le dio uno: lapidarla.
Ante la desesperación del padre, el anciano le dio otra solución. Si no quería que su hija sufriera, podía pegarle un tiro en la cabeza. Y eso hizo. Los españoles del contingente acudieron a ese lugar para explicar a la población que ya había leyes en Afganistán, que eso ya no se podía hacer.
Mejor la cárcel que la lapidación. Aun respetando sus creencias y tradiciones, algo se había avanzado, porque muchos "querían un Afganistán mejor". "No iba a ser un país al uso de Occidente, pero algo mejor sí. Y lo conseguimos. Durante el tiempo que estuvimos allí fueron muchas las mejoras", enfatiza el teniente coronel. Ahora, con los talibán en el poder, "el paso atrás será aún mayor".
No quiere este agente terminar la entrevista sin tener un recuerdo para el centenar de españoles que han muerto en Afganistán, entre ellos tres guardias civiles. "Hemos derramado sangre. Es lo más sagrado que uno puede entregar, la vida, y allí se entregó".
Pero todos los que estuvieron en las misiones por Afganistán mantuvieron siempre la ilusión por cooperar con ese país. E hicieron buenos amigos. Como aquel comandante de la Policía afgana que les daba seguridad en la base y que le decía a Clemente: "Duerman tranquilos, estoy en el perímetro y no dejaré que les hagan nada"
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