Sueños esféricos
Juan Antonio Solís
Nadie en el mundo más afortunado que Víctor Orta
El cortijo de Gambogaz, que adquirió Queipo de Llano en 1937, se valoró exactamente en 1.590.000 pesetas, de las cuales el general no pagó ni la mitad. Y probablemente nada. Éste es un dato que hasta ahora no era público, como tampoco lo era la existencia de una hipoteca de 750.000 pesetas que Queipo nunca canceló.
La escritura de compraventa de Gambogaz se firmó el 24 de diciembre de 1937, en la notaría sevillana de Fulgencio Echaíde Aguinaga, el vasquista notario de cabecera de Queipo. Ésta es la historia de lo que ocurrió en aquella notaría y de lo que hicieron los hombres que estuvieron allí.
Ante el notario estaba Vicente Barba Farrugia, que además de director del Banco de España en Sevilla, era un hombre de la confianza de los militares sublevados, con los que más tarde hizo carrera. Comparecía en representación de los intereses de su banco, que tenía pendiente la resolución de una hipoteca. Para comprar Gambogaz, un año antes, el empresario gaditano, Manuel Camacho, había pedido un préstamo hipotecario de 750.000 pesetas garantizándolo con una finca de su mujer llamada Tres Pozos, en Morón de la Frontera.
En la escritura de compraventa, el notario dice que Queipo no se subrogó a la hipoteca, sino que entregó al representante del banco las 750.000 pesetas y que éste le dio una carta de pago "reconociendo que la entidad acreedora queda totalmente pagada". Pero no se aporta ningún documento, ni la carta de pago, ni cheques, pagarés o cualquier otro documento bancario. Ni siquiera se hizo el apunte contable en la cuentas del banco y por supuesto no existe una escritura de cancelación de esa hipoteca. En los archivos del Banco de España el expediente todavía hoy permanece abierto y el crédito hipotecario no esta pagado. En la contabilidad del banco no aparece el pago de esa hipoteca.
Firmaron como testigos de la escritura dos acreditados verdugos: Francisco Bohórquez, el auditor de guerra nombrado por Queipo y Joaquín Benjumea, el presidente de la Diputación de Sevilla nombrado por Queipo.
Queipo, como comprador, también estaba en la notaría. La escritura describe el origen del dinero supuestamente aportado por el general y especifica que procedía de una suscripción que tuvo lugar en Andalucía, para agradecerle su "actuación gloriosa en el Alzamiento y por su comportamiento heroico en la salvación de España del peligro marxista". Y del dinero no se habla mucho más. El notario pasa como por ascuas sobre este asunto, está más interesado en describir las virtudes del general. Queipo, aquel día, fue propietario de Gambogaz sólo durante unos minutos. Inmediatamente le transfirió el cortijo a la Fundación Agraria que constituyó sobre la marcha. El notario adulador anotó en la escritura la explicación: "Porque prefiere elegantemente ser jalón de la historia a cabeza de linaje y protector de los pobres antes que uno más entre los ricos". En realidad, en la notaría sevillana, se estaba iniciando la operación de camuflaje de un fraude que estamos desenmarañando ahora.
Esa fundación, cuyo nombre completo era Fundación Benéfico Social Agraria Gonzalo Queipo de Llano, tenía el objetivo de ayudar a los campesinos más necesitados, construir casas, parcelar tierras, hacer cooperativas, etcétera. Aunque, por supuesto, no cumplió ninguno de sus objetivos escriturados. Por el contrario, utilizó abundante mano de obra esclava extraída de los variados campos de concentración establecidos en Sevilla. A los seis años, la fundación transmitió a nombre de su fundador el cortijo y Queipo pasó a ser uno de los grandes terratenientes de Sevilla, pocos años antes de ser ennoblecido con el título de marqués.
¿Pero qué razón tenía Queipo para realizar una operación tan enrevesada? Es decir, comprar un cortijo, constituir una fundación, donar el cortijo a la fundación para que al final la fundación le revirtiese la propiedad del cortijo a él mismo?
Paul Preston, en su último libro, Arquitectos del terror, sostiene que fue una estafa muy bien montada para justificar su rápido enriquecimiento.
Además la opulencia de Gambogaz, contradecía la leyenda del general pobre sin ambiciones personales, dedicado a ayudar a los más necesitados. Para hacerse con ese cortijo y justificar el origen del dinero Queipo tuvo que inventarse una colecta y crear una fundación social, antes de pasar la finca a su nombre.
Era tal el interés de Queipo por mantener la imagen de general pobre y benefactor, que en la propia escritura de compraventa de Gambogaz su notario explica que "Queipo carece de capital propio" y anota que Manuel Camacho (el vendedor) impresionado por la generosidad que demostró Queipo al transmitir el cortijo a la fundación, decidió espontáneamente donar él mismo otras 150.000 pesetas a esa institución.
Queipo no fue el cerebro de esta operación, ni tenía los conocimientos jurídicos suficientes para llevarla a cabo. El hombre al que se le ocurrió la idea se llamaba Miguel Aramburu, teniente coronel retirado, amigo de Queipo desde que coincidieron de cadetes en la academia de Caballería de Valladolid... y sobre todo era banquero. Era uno de los tres propietarios del Banco Aramburu Hermanos de Cádiz, formó parte del Consejo provincial del Banco de España y tenía información privilegiada de Gambogaz y del patrimonio de Camacho.
Antonio Bahamonde, el jefe de propaganda de Queipo, dice en sus memorias (Un año con Queipo) que Aramburu fue el oficial encargado de organizar la colecta para recaudar dinero para Queipo, " y así asegurar al general una holgada posición económica para después de la guerra".
Aramburu era el tercer hombre presente en la notaría y aunque parezca una burla, estaba allí, con un poder, en representación de Manuel Camacho, que no quiso o no pudo estar presente en la ceremonia en la que le iban a esquilmar el cortijo. Camacho murió en los años ochenta diciendo que "Gambogaz se lo expropiaron y que él no recibió un duro por el cortijo", según su familia.
En Sevilla existe una leyenda que ha llegado hasta hoy y que sostiene que a los funcionarios del Ayuntamiento y la Diputación les detrajeron "un duro" de sus nóminas para contribuir a la colecta a favor de Queipo. No hay ni rastro de esta detracción en los archivos de estas instituciones, aunque existe algún testimonio oral.
En cualquier caso las pocas huellas que hay indican que la colecta existió. Se ejecutó entre el domingo 11 y el domingo 18 del mes de julio del 37 y se desarrolló mediante la venta de unos emblemas que se podían colgar de la camisa y que tenían dos precios: 3 y 5 pesetas. La cuestión es averiguar cuando dinero se recaudó. Queipo dijo que se había recaudado la asombrosa suma de 2.147.291 pesetas, cifra que le cuadraba perfectamente para justificar la compra de Gambogaz y su propio enriquecimiento. Paul Preston, en la obra citada, sostiene que la cantidad recaudada apenas llegó a las 100.000 pesetas y que toda la operación fue un gigantesco montaje propagandístico.
Arroja mucha luz comparar la recaudación a favor de Queipo en Andalucía con la que se hizo en Galicia a favor de Franco para adquirir el pazo de Meirás. La Junta de Recaudación gallega, constituida por todas las instituciones, bancos, empresas, cámaras de comercio, etcétera, al cabo del año había recaudado 600.000 pesetas y tuvo que pedir un crédito a la banca de medio millón de pesetas.
En Andalucía no hubo junta de recaudación, sino grupos de falangistas que instalaron mesas en el centro de algunas ciudades y pidieron dinero a los transeúntes durante ocho días. Sin duda, el resultado de esa colecta no daba para comprar un cortijo, pero cumplía la función de embrollar el origen del dinero del general. Era su coartada.
Es verdad que Queipo antes de llegar a Sevilla no era un hombre adinerado. 2.350 pesetas al mes era un buen sueldo en la época, pero muy insuficiente para los grandes negocios. Para ponerlo en perspectiva, el precio de Gambogaz equivalía al sueldo de un general durante 52 años. Él no tenía capital. Lo hizo después del golpe de Estado, mientras gobernó Andalucía a sangre y fuego. Ni Queipo pudo ni pueden sus descendientes justificar el origen del dinero con el que el general adquirió el cortijo.
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