Puente aéreo entre Barcelona y Cantillana
calle rioja
Una imagen de la Asunción y otra de la Pastora. Las dos patronas de Cantillana acompañaron el féretro de Ocaña, José Pérez Ocaña (1947-1983), de cuyo fallecimiento se cumplen hoy cuarenta años. La fotógrafa Colita lo conoció en mayo de 1977 cuando el artista sevillano asistía a una exposición de la pintora Marta Girona en Barcelona. Le hizo maravillosas fotos de estudio con su inseparable Camilo, natural de Moguer. Una pareja con quienes era frecuente ver por las Ramblas a Nazario, sevillano de Castilleja del Campo. Tres charnegos andaluces que llevaron la vanguardia a la cosmopolita Barcelona de los Novísimos y del realismo mágico.
Al regresar a su casa de Barcelona, Isabel Steva Hernández (Barcelona, 1940), Colita en el crédito de sus fotografías, descolgó el teléfono y se encontró un mensaje de Ocaña: “¡Niña, vente pa’l pueblo que estamos de fiestas!”. Y después del mensaje le cantaba una copla. Lo cuenta la fotógrafa en el libro-catálogo que donó al Centro de Interpretación Ocaña de Cantillana.
Siempre volvía a las fiestas de su pueblo desde Barcelona. Ese agosto de 1983 se había disfrazado de sol y el papel con el que se caracterizó de rey-astro salió ardiendo. En el mismo libro, José María Rondón narra el emotivo testimonio de la fotógrafa Marta Sentís. “Desde su cama del hospital sevillano me llamó a Nueva York: ‘Nena, ¡lo que te has perdido! Tenías que haber estado con tu máquina para retratarme todo envuelto en llamas… la Ocaña… ¡divina!”.
En sus memorias (La vida cotidiana del dibujante underground), su amigo Nazario lo retrata con el primer disfraz que le conoció en Barcelona, acompañado de Camilo “frente al Café de la Ópera, vestido con un roquete blanco de monaguillo con unas alas de plumas blancas y una corona de flores en la frente”.
Con el fotógrafo Rafa Debén, fuimos a entrevistarlo a Cantillana aquel último verano y pudimos comprobar el enorme cariño que le tenían sus paisanos a tan eminente embajador. Fue un verano negro para la cultura andaluza. A finales de julio moría Estrellita Castro. En los primeros días de septiembre se iba Antonio Mairena y menos de un mes después de la muerte de Ocaña, en un accidente de tráfico por tierras burgalesas, moría Jesús de la Rosa, el cantante de Triana.
Una placa en la entrada de la Casa de las Sirenas recuerda al Ocaña que pregonó el Carnaval de Sevilla de 1979. Rondón recuerda una visita anterior, un paseo por la calle Sierpes en el verano de 1978. “Al llegar a la altura del Círculo Mercantil se dirigió a unos turistas, preguntándoles si conocían lo typical spanish. Ante la respuesta negativa de ellos, cogió un gran abanico y, ante el regocijo del público concentrado, cantó el famoso cuplé El Relicario”. Se remite a la crónica que publicó en ABC Benito Fernández.
La impronta de Ocaña no deja de crecer cuatro décadas después de su muerte. Ya en vida protagonizó una película de Ventura Pons, Ocaña, retrato intermitente, cineasta que acudió al entierro en Cantillana y comentó que si hubiera tenido lugar en Barcelona habría paralizado la ciudad; ha sido objeto de una tesis doctoral (Ocaña, artista y mito contracultural, de José Naranjo Ferrari); del referido catálogo con fotos de Colita y Pablo Juliá y textos de ambos y de Juan María Rodríguez y José María Rondón; y hasta de una exposición, Ocaña, 1973-1983: acciones, actuaciones, activismo, de la que fue comisario Pedro G. Romero. Precisamente en 1973, inició de esta década vanguardista, ganó el Tour de Francia otro Ocaña, Luis de nombre, un conquense de cuna reubicado en Francia con un triste crepúsculo de sus días.
A Cantillana llegaron, al conocerse la noticia de la muerte de Ocaña, telegramas de Rafael Alberti, Antonio Burgos y Carlos Cano. La movida madrileña de los ochenta, la de Tierno Galván, Ceesepe y Ouka Lele, la descentralizó Ocaña en dos direcciones: Barcelona y Cantillana. Hace cuatro décadas estaban en pleno apogeo, como en la actualidad, Alaska y Sabina. Don Quijote de la Marcha, titulaba quien firma estas líneas el concierto que Miguel Ríos dio ese verano del 83 en el estadio Sánchez Pizjuán, con Leño y Luz Casal de teloneros, cuatro décadas antes de volver al estadio de la Cartuja. La generación del 27 perdía a dos nombres fundamentales: a finales de julio, Luis Buñuel, el cineasta de ese grupo de poetas, y a finales de agosto, José Bergamín, uno de los integrantes de la icónica foto del Ateneo en diciembre de 1927. Un verano marcado por las inundaciones en el País Vasco y las ocupaciones de fincas: en alguna, como una hacienda de Martín de la Jara, con el cura Diamantino a la cabeza. Medea y Antígona llegaban al Festival de Itálica; Chus Cantero y Carlos Colón tomaban las riendas del Festival de Cine de Sevilla.
Fue el año de la expropiación de Rumasa y del 12-1 de España a Malta, con cuatro goles de Poli Rincón, que ese año fue pichichi. Felipe González llevaba nueve meses en la presidencia del Gobierno. El rey Juan Carlos presidía en Palma de Mallorca el primer Consejo de Ministros con un Gobierno socialista. En el verano de la muerte de Ocaña la política era muy diferente a la actual. “Felipe buscará la colaboración de Fraga para salir de la crisis”, se leía en un titular de Diario 16 Andalucía. El reportero Carlos Taboada localizaba al presidente del Gobierno en sus vacaciones familiares en un pueblecito de Soria. Y titulaba: “Felipe: no al indulto para los golpistas”. El 23-F había tenido lugar dos años y medio antes y el periodista matizaba que la propuesta de indultarlos procedía del ex presidente de la Generalitat, Josep Tarradellas.
Un verano para morir (Mairena, Estrellita Castro, Ocaña, Jesús de la Rosa, Buñuel, Bergamín…) y un año para matar. En 1983, ETA cometió 41 asesinatos, prácticamente uno a la semana, en una nefasta rutina necrológica.
El legado de Ocaña sigue creciendo. La primera exposición la celebró en una galería de Tarragona del 4 al 17 de octubre de 1975, todavía estando en vida Franco. Un periódico vespertino de Barcelona, El Noticiero Universal, publicó el 19 de diciembre de 1975 la primera referencia a Ocaña, cuando la gente se vio sorprendida en plena calle por un joven disfrazado de ángel. Al día siguiente, el Diario de Barcelona completaba la información con la actuación de la Guardia Urbana para disolver esa espontánea provocación artística. Un icono de la Barcelona más moderna que lo mismo se paseaba por las Ramblas que aparecía en el Café de la Ópera cantando Ojos Verdes o María de la O. Y que se fue vestido de sol con la luna por pedestal, devoto de la Asunción y de la Pastora.
Colita lo fotografió en su estudio solo y con Camilo; con abanico y con peineta; con peina y mantón; con toda esa simbología entre kitsch y mariana que apareció en el velatorio celebrado en el bar de su familia. Ese año ganó el Tour de Francia un ciclista francés con gafas, Laurent Fignon. Ortiz Nuevo era delegado de Cultura del Ayuntamiento y se recorrió Andalucía entera con los hermanos Cazalla y con Atín Aya. La Velá de Triana rechazó el cartel de Paco Cortijo. Y la prensa del corazón se volcó con la boda de Lolita.
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