Pretextos para estudiar el color
Una muestra reivindica la exploración cromática de Anglada-Camarasa, un nombre clave en el arte catalán
La repercusión que alcanzó en España y en el extranjero la obra de Hermenegildo Hermen Anglada-Camarasa (Barcelona, 1871 - Puerto de Pollensa, Baleares, 1959) fue tal que intelectuales de la talla de Galdós, Azorín, Baroja, Valle-Inclán, Unamuno u Ortega y Gasset suscribieron una petición formal para que la producción del creador protagonizara una muestra en Madrid. El Caixafórum reivindica estos meses, hasta el 20 de agosto, a este maestro, uno de los nombres clave del posimpresionismo, que trascendió los límites de la estampa folclórica o el paisaje para desplegar un poderoso cromatismo. Sus obras, como apunta el comisario de la muestra Francesc Fontbona, no son sino "pretextos para tratar el color como si de una sinfonía se tratara".
Anglada-Camarasa. 1871-1959 sigue la trayectoria de este autor formado en París en su juventud y que encontró en la naturaleza de Mallorca, donde se instaló siguiendo la recomendación de Antoni Gaudí, la particular Arcadia que plasmaría en sus lienzos. El catalán, pese a los cambios que registraría el arte de su tiempo, sabría mantenerse fiel a su estilo. "Como otros grandes pintores internacionales de su tiempo -Klimt, Sickert, Bonnard, Vuillard...-, en lugar de emprender los caminos rompedores de la vanguardia incipiente, prefirió desarrollar y profundizar en sus propios hallazgos cromáticos y visuales", argumenta Fontbona.
Reflejo de esta impronta personal son óleos como La Sibila (1913), una enigmática silueta femenina de asombrosa modernidad,o Novia valenciana (1911), prueba de la delicadeza con la que Anglada-Camarasa se enfrentaba al retrato de escenas costumbristas. En otros trabajos, como Cabezas y figuras, el artista no se detiene a perfilar al detalle los personajes, sino que prefiere apostar por las manchas de color para conformar la escena, una licencia que irritaba a algunos críticos, que, como señala Fontbona, "le reprochaban que no conocía la técnica porque en sus cuadros se diluían sus formas". Para rebatir este argumento, Anglada-Camarasa solía exhibir sus dibujos más académicos, en los que plasmaba con minuciosidad los cuerpos.
Entre las 94 obras que conforman el catálogo de esta muestra sobresalen piezas como El ídolo (1910), una pintura que generó controversia porque "se vio como un ataque a la virilidad de la Fiesta, algo que acabaría reconociendo porque para el cuadro había utilizado un modelo femenino", cuenta el comisario, o la monumental Adelina del Carril de Güiraldes (1920-1922), un retrato de su amiga, la esposa del escritor Ricardo Güiraldes, "que seguramente por su tamaño el matrimonio no se llevaría a Argentina".
Además, entre las distintas facetas de un creador que más allá de su aparente folclorismo investigó con pasión para reforzar la expresividad de su universo -llegó a encargar una barca con suelo de cristal para observar los fondos del mar balear- se reúne en Sevilla la mayor colección de litografías del autor. Una técnica con la que Anglada-Camarasa había experimentado gracias a su contacto con el galés Albert de Belleroche, pero de la que se conservaban pocas muestras conocidas, un patrimonio que se incrementó recientemente con los fondos aportados por los herederos de Belleroche. Otra cara más de un creador al que admiraron Picasso, Kandinsky y Diaguilev, que fue el artista catalán con mayor proyección de su tiempo y al que ahora Caixafórum dedica su atención en una muestra que recuerda su grandeza.
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