La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Sevilla fina en la caja de Sánchez-Dalp
Martínez Montañés está dentro y fuera del Salvador al mismo tiempo. Su estatua, en la plaza, da la bienvenida al visitante y lo invita a pasar a la iglesia, donde el Señor de Pasión explica el porqué de la estatua y la fama del escultor jiennense. Él es uno de los protagonistas de la Plaza del Salvador, punto clave para entender Sevilla.
La Semana Santa es el momento del encuentro entre el artista y su obra igual que cualquier tarde lo es para amigos y compañeros de trabajo que terminan su jornada en los dos bares que están bajo los soportales. La Plaza del Salvador es un termómetro diario de la ciudad, que cuando se acerca la cuaresma, brilla más que nunca. Los naranjos florecen y la rampla se coloca para que los cinco pasos se entreguen al gentío que cada años los espera.
Anteriormente a su protagonismo cofradiero, la Plaza del Salvador fue el cementerio de la mezquita de Ibn Adabbas, derribada en el siglo XVII para construir la portentosa iglesia colegial del Divino Salvador. También fue almacen de agua de los Caños de Carmona. Y en el siglo XIX, se acondiciona para presentar un aspecto parecido al actual.
La iglesia del Salvador, barroca con influencia manierista y obra de Leonardo de Figueroa, ocupa casi toda un lateral de la plaza y es el centro de atención para todo el que pasa por allí. Su fachada rojiza y sus escalones son una de las postales de Sevilla en la actualidad. Y, en su interior, cuenta con catorce valiosos retablos que justifican que sea uno de los monumentos más visitados de Sevilla. Tanto por los turistas como por los sevillanos.
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