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Taberna El Traga: Pícaros y artistas en mano a mano

lo que el tiempo se llevó

He aquí un templo en el que se daba cita la cara y la cruz de una Sevilla desaparecida. Artistas de fama mundial, pícaros de indudable cartel localista, aristócratas, nuevos ricos, arriados, prostitutas de lujo, toreros de postín, flamencos, un conjunto de personajes que formaban un aguafuerte único

Interior del establecimiento
Luis Carlos Peris

30 de julio 2017 - 02:33

Una noche, Omar Shariff sacaba de allí en brazos a Peter O'Toole manifiestamente perjudicado. Rodaban Lawrence de Arabia y el gran actor británico había dado buena cuenta de su diaria botella de whisky. Varias noches más se repetiría la escena no más Vicente había traído el taxi que iba a llevarlos al hotel Alfonso XIII. Hubo una vez en que hubieron de llamar a un albañil para desmontar la taza del váter, pues a la duquesa de Kent se le había caído un aderezo de platino. Eran sucedidos que sólo podían ocurrir en El Traga.

¿Y qué era El Traga? Pues una taberna situada en la calle Jimios, muy cerca del sastre de toreros Manfredi, que tomaba de nombre el apodo con el que se conocía a su dueño, un personaje irrepetible que atendía por Vicente Rodríguez Carmona y que se daba una maña especial para que en su establecimiento se viviese un sempiterno mano a mano entre artistas y pícaros, entre hetairas de alto nivel y lo más granado de la aristocracia sevillana.

Lo abrió Vicente en enero de 1957 y enseguida se le unió Eduardo, su hermano. Vicente y Eduardo se complementaban a la perfección y cuántas veces el segundo hizo de freno de su hermano mayor. Vicente, al que habían apodado Tragatapas por razones que no necesitan explicación, era temperamental y escandaloso, mientras que Eduardo era fino, de humor inglés, se confesaba enamorado platónicamente de la duquesa de Kent y habitualmente al borde de la depresión.

La taberna era un templo lleno de fotografías en las que lo mismo podía verse a la entonces princesa Sofía como a Charlton Heston, Pastora Imperio, Luis Miguel Dominguín, Roger Moore, Soraya, Mel Ferrer, Audrey Hepburn, Carmen Sevilla o Marujita Díaz en abrazo cariñoso con Vicente, Lola Flores y una foto presidiendo la zona principal en la que se ve a Juan Belmonte sentado entre Diego Puerta y Curro Romero. Y a Vicente se le saltaban las lágrimas recordando que esa foto en pleno invierno se hizo la última vez que el Pasmo de Triana fue a verlo. No más empezar la inminente primavera, sonó un disparo en Gómez Cardeña, revolotearon los pájaros de la campiña utrerana y ahí acabó el gran revolucionario del toreo.

Junto a las fotos, dos cabezas de toros muertos a estoque por dos de los grandes amigos del Traga, Antonio Ordóñez y Manolo Vázquez. Una tarde de domingo de julio de 1967, Antonio había toreado en Jerez y se llevó en su Volvo a Juan Guardiola, Pepe Huesa, Vicente y Pepe Senra a su finca de Medina. El coche cayó por el puente de San Pedro y se mató Senra, un hostelero de moda en la calle Bécquer.

Aquello sumió a Vicente en una profunda postración, pero la vida seguía y no faltaba ocasión para que Paco Toronjo nos pusiese los vellos punto en uno de sus inigualables fandangos de Alosno. Pero para emoción, la que sus amigos sentíamos cuando Pepe Rivera, un excelente pintor que bebía de la fuente de Baldomero Romero Ressendi se arrancaba con un fandango del Gloria.

El Traga tuvo también su brazo alargado y llegaba hasta el Prado de San Sebastián cuando los días de Feria. Puso la caseta asociado con Rafael Vega de los Reyes Gitanillo de Triana. Allí lo mismo te encontrabas con Manolo Caracol a gusto que con Chocolate, Naranjito de Triana o el de la Calzá.

La década de los sesenta fue la más brillante de ese templo, Vicente falleció el 4 de diciembre de 1982 y Eduardo se quedó al mando de la nave hasta su cierre en junio de 1995. Casi dos años después, 21 de febrero de 1997, moría Eduardo y con él una historia irrepetible que duró treintaiocho años en una Sevilla de la que apenas queda algo. Uno de sus grandes clientes, José Antonio Garmendia, le escribió un libro, pero allí pasaban cosas para vivirlas, no para leerlas. Jesús Rosendo, sobrino nieto de Vicente, ha montado otro Traga en calle Águilas en recuerdo de lo irrepetible, pero ésa es otra historia.

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