A Paco García Tortosa, filólogo, traductor, amigo. In memoriam
Obituario
Antonio Maíllo recuerda en este artículo las "ventanas" que abrió al alumnado el catedrático, un "filólogo de convicción y pasión", traductor de Joyce y divulgador entusiasta de Shakespeare
El pasado fin de semana se nos fue Francisco García Tortosa, quien fuera el primer Catedrático de Literatura inglesa y norteamericana de la Universidad de Sevilla, y la vida, esa que es "aquello que sucede mientras estás haciendo planes", ha decidido que haya abrazado el silencio coincidiendo con un vuelco en la mía.
Paco, como lo llamábamos los amigos, ha formado parte de una brillante generación de catedráticos que aterrizaron en la Sevilla de los 70 con la mente abierta al mundo, la pasión por el saber, y la conciencia y conexión con el mundo que les rodeaba: estudiante de Salamanca, y procedente ya como profesor de la de Santiago, inauguró los estudios de literatura inglesa, dio una nueva perspectiva a la enseñanza del inglés, y abrió las puertas al mundo de Shakespeare como uno de sus mejores comentaristas.
Filólogo de convicción y de pasión, entregado al estudio como un monje del medievo, entre artículos y conferencias entregó su tiempo a la traducción, junto con María Luisa Venegas, del Ulises, de James Joyce, a la que dedicó más de un lustro en una edición que, en mi opinión, actualizó las habidas y no ha sido superada. La historia de Leopold Bloom en un día, el 16 de junio de 1904, abrió una ventana al público de habla española a través de esta traducción.
Como solía comentar Mercedes de Pablos en la celebración del Bloomsday cada 16 de junio, que en Sevilla adquirió una relevancia notable en años, "gracias a Francisco García Tortosa los hispanohablantes podemos leer el Ulises, que no es de Joyce, sino de Paco". ¡Qué placer era escucharlo leyendo el Ulises como si lo balbuceara el mismísimo Joyce!
Pero Paco abrió más ventanas, a su alumnado y a quienes éramos estudiantes de la facultad de Filología de otras especialidades. En los años 80, García Tortosa ejerció de decano y con un talante abierto que despertaba amplias simpatías: asequible e innovador, su mandato fue un soplo de aire fresco en una Universidad que se negaba a avanzar al ritmo de la sociedad. Ya no estaba afiliado al PCE, pero en él quedaba un poso rebelde y elegante de hombre resistente al control del poder.
Y en ese contexto surgió una amistad, la de un joven con hambre de saber y descubrir, y un adulto asentado en cierto descreimiento político pero leal, muy leal, a lo que había sentido hasta entonces. De las relaciones entre el delegado de alumnos de la Facultad y su decano fue surgiendo esa chispa de simpatía que se produce cuando, aun desde los roles tan diferentes, o quizá gracias a ellos, nos íbamos descubriendo mutuas semejanzas: Paco, orgulloso de su origen familiar de la huerta murciana, siempre percibió la sutil exclusión de la burguesía sevillana hacia los elementos ajenos, por muy catedráticos prestigiosos de Universidad que fueran.
La similitud de origen social y el orgullo de clase nos unió: abierto y flexible, era un gran pacificador de conflictos y percibíamos en él ese aire de profesor anglosajón con aversión a cualquier autoritarismo castizo.
La amistad, posiblemente el acto de elección más libre que tiene el ser humano, hizo lo demás, nos unió para siempre, y permitió compartir los momentos importantes de cada uno, desde los más gozosos hasta los más difíciles.
Así, incluso entre las nieblas de su memoria en los últimos tiempos saltaba la chispa carismática y exultante de su inteligencia.
Seguro que estaría orgulloso del paso que he dado como Coordinador Federal de IU, como lo estuvo -el redactor de este periódico, Paco Correal, fue testigo- cuando fui nombrado Coordinador andaluz de IUCA en 2013, un 16 de junio, un Bloomsday.
Este lunes lo despedimos su familia y sus colegas de la Universidad de Sevilla, esa que se queda huérfana de un hombre sabio, generoso y a la que dio prestigio por el mundo anglosajón. Y también a Andalucía, este territorio al que llegó un caluroso verano de 1973 y en el que decidió dejar su legado intelectual, familiar y de amistad.
Paco escribió, entre sus innumerables artículos, uno de especial título: "Palabra y silencio: el silencio en Esperando a Godot", sobre la conocida obra de Samuel Beckett. Palabra y silencio: la primera le acompañó en vida y a ella dedicó sus desvelos; la segunda le acompaña ahora en su descanso. Que la tierra de Murcia a la que vuelve le sea leve.
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