El Nobel llegó antes que el cónsul

Los peruanos de Sevilla reciben entusiasmados el galardón a Mario Vargas Llosa y les coge en pleno relevo consular

Ángela Fernández y Luis Pablo Salamanca, en primera fila, brindan junto a Humberto Urteaga y otros peruanos.
Ángela Fernández y Luis Pablo Salamanca, en primera fila, brindan junto a Humberto Urteaga y otros peruanos.
Francisco Correal

10 de octubre 2010 - 05:03

Ángela Fernández (Lima, 1973) eligió un buen año para abrir en el barrio de la Judería la Bodeguita La Vasija, especialidad en cocina peruana. Tres meses después de su apertura, le dan el Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa, al mismo escritor al que Ángela vio en la Fundación Tres Culturas compartiendo escenario con la actriz Aitana Sánchez-Gijón. El Nobel coincide con el relevo consular de Perú en Sevilla. Se acaba de jubilar Humberto Urteaga y están a la espera de que llegue Óscar Barrenechea, el nuevo responsable de los asuntos de Perú para los en torno a doce mil peruanos residentes en Andalucía. En ese intervalo, asume las funciones de cónsul Luis Blanco Salamanca Castro, cónsul general adscrito.

El cónsul en funciones de Perú en Sevilla nació en 1967 en Barcelona, donde su padre, diplomático de carrera, hacía las veces de cónsul. Ese año Mario Vargas Llosa conseguía el premio Rómulo Gallegos con La casa verde. Salamanca se enteró de la noticia del Nobel en una reunión preparando actividades culturales relacionadas con el Inca Garcilaso, el poeta peruano que murió en Montilla. "A Vargas Llosa lo conocí en Panamá, donde mi padre era embajador. Lo invitó a dar una conferencia. Más adelante, estando yo de segundo de la embajada de Honduras, los escritores hondureños le dieron un homenaje". Vivió en Helsinki cuando su padre fue embajador en Finlandia "y me sorprendió la cantidad de libros de Vargas Llosa traducidos al finlandés".

Peruano de Barcelona casado con una limeña. Entre los compatriotas del escritor que celebran en la Bodeguita La Vasija su galardón literario, este Mundial de las Letras, se da esa convivencia de lo peruano y lo español que está en la biografía del escritor premiado. "El Nobel es un premio al idioma", dice Humberto Urteaga, que se ha jubilado en Sevilla, con su novia sevillana, después de una larga y alambicada carrera diplomática. "Ni los peruanos podemos decir este premio es mío, ni España tampoco".

Carlos León-Prado era un marino de la Armada peruana que fue enviado a España en 1978. En el club de los marinos de Madrid conoció a Gema, hija de marinos, gaditana, que se convirtió en su mujer. "A mí nunca me ha llamado la atención Vargas Llosa", dice Gema, "estoy leyendo a Pérez-Reverte. No te voy a decir lo que dijo una vez Sofía Mazagatos cuando coincidió en un acto con Vargas Llosa, que seguía toda su obra, pero no le había leído nada".

Juan Carlos Piñero es de Sevilla y Claudia López de Lima. Sevillano y limeña, como Juan Belmonte y la mujer que se trajo de su campaña americana. Se conocieron en un hotel de Miami y viven en Sevilla. Los méritos de Vargas Llosa son el tema central del aperitivo. Ángela, con la inestimable ayuda de Martín Rosales, cocinero peruano de Barranco, ofrece las especialidades: el cebiche, el ají gallina (el chile peruano), el lomo saltado, regado con un exquisito pisco sauer y su fórmula infalible: tres de pisco, dos de limón, uno de azúcar.

El consulado de Perú comparte edificio con el Consejo Superior de Investigaciones Científicas en el pabellón de 1929. Humberto Urteaga, el cónsul saliente, no estaba en Sevilla la última vez que vino Vargas Llosa. "Me cogió en San Francisco, en el nacimiento de un nieto". El escritor vino a la inauguración de un busto en recuerdo del Guillermo Lohman, el americanista peruano que todos los años cruzaba el charco para salir de nazareno con la Amargura. Urteaga no olvida su primer encuentro con Vargas Llosa. "Yo estaba destinado en Washington. Allí se presentó la adaptación cinematográfica de 'Pantaleón y las visitadoras' de la que Mario también era productor. La dictadura militar del Perú prohibió la película, al estreno acudieron mil quinientas personas, de ellas mil eran peruanos". El cónsul saliente le comentó a Vargas Llosa las tres cosas que les unían: los dos vecinos del barrio limeño de Miraflores, los dos alumnos del colegio militar Leoncio Prado, que Vargas Llosa evoca en su novela La ciudad y los perros (premio Biblioteca Breve) y una confidencia del cónsul. "En Conversación en la Catedral, Zavalita escucha en la radio de un taxi un vals criollo y yo le pregunté a Vargas Llosa: ¿por qué la música peruana es tan melancólica?"

El cónsul que dice adiós a su carrera en Sevilla puede contar que sobrevivió a un terremoto en San Francisco (17 de octubre de 1989), al ataque de la embajada de Japón en Lima por parte del Movimiento Tupac Amaru y a 81 días de bombardeo en la ciudad de Belgrado. Muchos infiernos sublimados con buenos recuerdos, como los dos destinos intermitentes en Jamaica. "No quería ir ningún embajador. No me extraña. El que me precedió y mi sucesor se encontraron con huracanes. Yo me libré". Un personaje de novela.

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