Narcotráfico en el Guadalquivir
La dificultad de vigilar el río, con sus cientos de canales, su difícil acceso y sus grandes extensiones de marismas, hace de él una de las principales vías de entrada de hachís en Europa
Isla Mayor. Dos de la madrugada de una noche cualquiera del año. Una lancha remonta a toda velocidad el Guadalquivir hasta detenerse a la altura de uno de los varios embarcaderos utilizados por los pescadores de angulas de la zona. La lancha atraca en el embarcadero. En la orilla aguardan unos cuantos jóvenes preparados para sacar los fardos que transporta la barca y llevarlos a unos todoterrenos aparcados a unos metros. En menos de media hora no queda ni rastro de la droga, de la lancha ni de los porteadores.
El Guadalquivir se ha convertido en los últimos años en una de las vías de entrada de droga más activas de toda Europa. A principios de esta década, el incremento de la vigilancia del Estrecho tras las oleadas de pateras obligó a los narcotraficantes a buscar rutas alternativas para introducir en España el hachís procedente del norte de África. En el Guadalquivir encontraron el camino ideal.
Por su propia orografía, el río es casi imposible de vigilar. Desde Sanlúcar de Barrameda a Sevilla hay aproximadamente cien kilómetros. En esta distancia hay varios brazos de río, cientos de canales protegidos por juncos y cañaverales y grandes extensiones de marismas y arrozales que hacen inútil cualquier intento de vigilancia. Un patrullero de la Guardia Civil con los focos encendidos puede ser visto de noche desde varios kilómetros y los caminos que llevan al río son fácilmente vigilables por los narcotraficantes.
Pese a ello, el instituto armado ha incrementado considerablemente la cantidad de droga intervenida en los últimos años. Según las últimas estadísticas conocidas, entre enero y septiembre de 2008 el instituto armado requisó en el Guadalquivir 72.000 kilos de hachís, cuando en todo el año anterior había decomisado 56.000. Esto ha llevado al Ministerio del Interior a tomar una decisión similar a la que emprendió para luchar contra la inmigración ilegal: colocar una estación sensora del Sistema Integrado de Vigilancia Exterior (SIVE) en Sanlúcar para detectar e identificar así a todos los barcos que entren.
Mientras este proyecto se pone en marcha, son las patrullas de los puestos de Isla Mayor, Lebrija o Puebla del Río quienes tienen que hacer frente en solitario y con escasos medios a casi doscientos kilómetros de costa. Los expertos consultados por este periódico consideran que la Guardia Civil aprehende aproximadamente un 10% de la droga que entra, si bien se trata de meras estimaciones ante la imposibilidad de fundamentar esta creencia. Quizás una lancha que patrullara de noche el río ayudaría más, pero de momento este servicio no está operativo.
Muchos de los desembarcos se producen en Isla Mayor. Los narcotraficantes utilizan los embarcaderos de los anguleros para alijar porque no están en río abierto, sino en pequeños brazos que se meten en la tierra. Esto garantiza que la lancha que transporta el hachís no pueda ser vista desde el río. Pero las principales ventajas las da la propia configuración del terreno.
Para llegar a los embarcaderos desde el pueblo hay sólo un camino, que luego se va bifurcando y dividiendo en múltiples rutas, todas ellas sin asfaltar. Colocando una persona de confianza en un pequeño bar situado a las afueras de Isla Mayor, las bandas de narcotraficantes juegan siempre sobre seguro. Si el informante ve pasar a una patrulla de la Guardia Civil hace una llamada con su teléfono móvil. En esos casos los delincuentes suelen optar por arrojar la droga al río antes que arriesgarse a ser sorprendidospor los guardias. La patrulla, por mucho que conozca la zona y por muy rápido que vaya, no puede llegar al embarcadero más cercano en menos de diez minutos, tiempo más que suficiente para que no quede ni rastro del hachís. De hecho, de los miles de kilos de droga intervenidos por la Guardia Civil a lo largo de la historia, ni uno solo se ha aprehendido en el momento del desembarco.
Hay veces que los alijos se producen en el Brazo de la Torre, un trecho de río que nace en Doñana y llega hasta el municipio arrocero por su vertiente suroccidental. En ese caso el informante estará situado en el Puente de los Vaqueros, una pequeña pasarela en la carretera que conecta Isla Mayor y Villamanrique. Desde aquí empieza un camino de más de veinte kilómetros que lleva hasta el final del brazo. Si el informante avisa con tiempo, el margen de maniobra de los delincuentes es todavía mayor. Con tan sólo dos personas, una apostada en el inicio de la ruta al río y otra en el Puente de los Vaqueros, y con dos teléfonos móviles, una banda de narcotraficantes puede controlar los movimientos de la Guardia Civil a lo largo de una franja importante de la ribera del Guadalquivir.
Los elevados ingresos del negocio de la droga juegan siempre en favor de los narcotraficantes. A los vecinos y trabajadores de las fincas próximas al río se les suele ofrecer 50 euros de premio cada vez que llamen a un número avisando de que han visto pasar a la Guardia Civil. Son los colaboradores, no son parte de la banda pero sí conocen a algunos de los miembros y se sacan un dinero extra por ello.
Los informantes sí son integrantes de la banda. Cobran 600 euros por cada noche de guardia y ni siquiera tienen que pasarse la noche entera a la intemperie. Sólo están obligados a estar en el punto indicado -el bar o el puente- desde un rato antes del alijo hasta que éste termina. Como mucho pueden pasar hora y media o dos horas de vigilancia. Es el trabajo más limpio. Si una patrulla los identifica, estar en plena noche a pie parado en medio del campo no constituye actividad ilícita alguna y probar su relación con la banda es realmente difícil.
Los porteadores son el siguiente escalón. Cobran entre 2.000 y 3.000 euros por servicio y, pese a que entran en contacto con la droga, son los menos expuestos a una posible detención. Muchos de los miembros de la Banda del Pimiento, un grupo de atracadores que tenía atemorizado al pueblo con continuos atracos y extorsiones, se han reciclado y han pasado a ser porteadores. Este trabajo les reporta más beneficios económicos y menos posibilidades de ser detenidos. Quien sí se juega su libertad es el piloto de la lancha que trae la droga de Marruecos. Éste viene a cobrar entre 10.000 y 15.000 euros por viaje. Una cantidad irrisoria si se tiene en cuenta que transporta más de tres toneladas y cada kilo de hachís supera los 4.000 euros en el mercado negro.
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