Muñoz y PabónUn canónigo del pueblo
novedad editorial
El sacerdote Carlos Ros narra en un libro la vida del cura de Hinojos que gozó de gran popularidad en Sevilla
"Mereced ser queridos en vida y llorados en muerte. El pueblo hará lo demás". Con estas frases concluía el escrito publicado por el canónigo Juan Francisco Muñoz y Pabón en El Correo de Andalucía . El artículo defendía el funeral celebrado en la Catedral por Joselito El Gallo el 21 de mayo de 1920, hace exactamente 98 años, y le hizo merecedor de la pluma de oro que porta en su fajín la Macarena. La ceremonia había dado mucho que hablar. Y que criticar. Las honras fúnebres estaban reservadas en el templo metropolitano para reyes, arzobispos, la alta curia eclesiástica y la aristocracia, pero no para un torero, por mucho que la muerte del Gallo hubiera llenado las calles de Sevilla días antes. Fue uno de los momentos más polémicos en la vida de este canónigo nacido en Hinojos (Huelva) y que a muy temprana edad llegó a la capital andaluza para ingresar en el seminario. Un cura que pronto se haría popular por sus brillantes predicaciones -en un año batió récords con 162 sermones en numerosas hermandades- y que cosechó gran fama por sus novelas y cuentos. A ello se unió su implicación en diversos hitos de la religiosidad popular, como la coronación de la Virgen de los Reyes y la del Rocío (de la que fue su principal promotor) o del cambio de imagen titular en las Cigarreras.
Todos estos episodios en la vida del cura de Hinojos quedan recogidos en el libro del sacerdote Carlos Ros titulado Juan Francisco Muñoz y Pabón, chispeante canónigo novelista. Fiel a su estilo, Ros recopila numerosos escritos de la época, tanto de artículos publicados en los periódicos como de cartas enviadas por amigos del canónigo, entre los que se encuentran el cronista sevillano Luis Montoto (y el hijo de éste, Santiago), el escritor Juan Valera o el doctor Thebussem. Tales nombres dan una idea del círculo intelectual en el que se movía este sacerdote de pueblo que ganó la canonjía en unas duras oposiciones en las que demostró sus grandes cualidades para la oratoria. Unas pruebas que el propio Muñoz y Pabón, años más tarde, definió como "lo más inhumano que han inventado los hombres".
La idea de recopilar en un libro la vida de este canónigo surgió el año pasado, cuando se cumplió siglo y medio del nacimiento de Muñoz y Pabón. Carlos Ros fue invitado por la Hermandad Matriz de Almonte a impartir una conferencia en la que hablaba de la vida de este sacerdote nacido en la comarca del Condado de Huelva, a la que pertenece El Rocío, con cuya romería siempre estuvo muy vinculado. Después de varios años recopilando textos sobre uno de los personajes más carismáticos de la Sevilla de principios del siglo XX, sólo tardó un trimestre en escribir el libro, publicado por una editorial de autor, como ya ocurriera con el anterior, en el que narraba la figura del polémico cardenal Segura.
El libro, además de glosar la vida de Muñoz y Pabón, supone también un recorrido por la Sevilla de los finales de la centuria decimonónica y de las primeras décadas del siglo anterior. Un reflejo de la sociedad que había pasado del antiguo al nuevo régimen, en la que aún resonaban los ecos de las luchas entre carlistas y liberales. Una descripción, también, de la diferencia de clases. De familias muy acomodadas y de otras a las que difícilmente llegaba el pan. De la gente de ciudad y de la de campo. El propio canónigo, en sus 27 novelas y cuentos, retrata esta realidad a la que no permanece ajeno. "Es un prolífico escritor, de gran calidad literaria. Se incluye dentro del costumbrismo realista, que no sólo describe lo que ve, sino que también lo denuncia", explica el autor del libro, quien considera que su maestro literario directo fue el cántabro José María de Pereda, novelista que también cultivó este tipo de realismo en la región norteña. "Sus relatos siempre se desarrollan en un ámbito rural, a los que pone distintos nombres, aunque todos son el mismo: Hinojos", refiere Ros.
Muñoz y Pabón vivió el desastre del 98. La pérdida de las últimas colonias, la aparición de los nacionalismos (al que se refiere como "regionalismos") y la crisis de la identidad española. "¡El regionalismo que separa y amputa es el pernicioso para la comunidad!", asevera en uno de los escritos publicados aquel fatídico año, en el que afirma, en relación a la unidad española, que "el que reniegue de su familia y se avergüence de su casa y apellido, está juzgado". En esta defensa de lo español, escribió un Himno a la Bandera cuyos primeros versos decían así:
¡Gloria a ti, Pabellón de Castilla,
pincelada de sangre y de sol!
¡Quien no doble ante ti la rodilla
no merece llamarse español!
Convivió con cinco arzobispos: Joaquín Lluch y Garriga, fray Ceferino González, Benito Sanz y Forés, Marcelo Spínola y Enrique Almaraz. De todos ellos, con el que entabló más estrecha amistad fue con el beato Spínola, fundador de El Correo de Andalucía y quien desde un principio le animó a desarrollar sus habilidades literarias. "A seguir escribiendo. Ni se contente sólo con ser aficionado. Hágase profesional. Teólogos y canonistas, patrólogos y exégetas tenemos muchos. Filósofos y naturalistas tampoco nos faltan. De literatos es de lo que andamos escasillos", refirió el purpurado. Muñoz y Pabón fue un articulista destacado en el rotativo fundado por el cardenal Spínola y también en El Debate, con cuyo director, Ángel Herrera Oria, le unía una gran confianza.
Precisamente un artículo, publicado el 25 de mayo de 1918 y titulado La pelota está en el tejado, fue la mecha que prendió la ilusión para que un año después el arzobispo de Sevilla (aún Huelva no tenía provincia eclesiástica), Enrique Almaraz, coronase canónicamente a la Virgen del Rocío. En el libro, no obstante, se cita también al cura de Niebla, Cristóbal Jurado, como el verdadero artífice de esta idea, aunque se deja claro que sin la difusión dada por Muñoz y Pabón difícilmente la iniciativa hubiera llegado a buen puerto. Quedan para siempre en la memoria colectiva sus célebres sevillanas a la Blanca Paloma: "La Virgen del Rocío no es obra humana...".
El nombre del canónigo de Hinojos permanece también vinculado a varias cofradías de Sevilla. Entre ellas se encuentra la del Valle, ya que su Dolorosa -tras el incendio parcial sufrido en el Santo Ángel en 1909- fue restaurada en su casa de la calle Abades, una labor que corrió a cargo de José Ordóñez bajo la supervisión de Joaquín Bilbao, gran amigo de Muñoz y Pabón. Queda también para los anales cofradieros el cambio de la imagen del Señor atado a la Columna de las Cigarreras, ocurrido en 1916. Narra el libro que la corporación del Jueves Santo rendía culto a una imagen de Cristo cedida en depósito por el arzobispo Sanz y Forés en 1892, una obra atribuida a Pedro Roldán y que fue cambiada por otra de "gran monumentalidad" tallada por Joaquín Bilbao. La imagen roldanesca acabó en Hinojos, localidad natal de Muñoz y Pabón, donde aún se encuentra. Un cambio que para muchos expertos escondía cierto interés del canónigo por que la parroquia de su pueblo contara con esta talla de indudable valor artístico.
Muñoz y Pabón muere el 30 de diciembre de 1920 en su casa de la calle Abades, donde lo recuerda una placa colocada por la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, de la que fue miembro. Fumador empedernido -su amistad con el director de la Fábrica de Tabacos incluía numerosas cajetillas de regalo-, le había afectado a los pulmones, hasta el punto de provocarle un cáncer. Falleció bastante joven, a los 54 años. La ciudad le dedicó una calle, la que une la iglesia de San Nicolás de Bari con la Alfalfa. Pasados los años, como dice Carlos Ros, su figura ha sido olvidada, especialmente, por las generaciones más jóvenes de sevillanos. "Hay quien al saber del libro me preguntó si se trataba de un cantaor flamenco", refiere el sacerdote. No está mal leer estas páginas para conocer la figura de un cura que marcó época. El canónigo del pueblo.
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