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Muere Suárez, nace el mito

El fallecimiento del primer presidente de la democracia tras dos días de serena agonía despierta un reconocimiento sin fisuras a su figura

Muere Suárez, nace el mito
R. Pareja

24 de marzo 2014 - 05:03

No por esperada resultaba menos dolorosa e impactante la noticia que irrumpía ayer en los teletipos y en los telediarios vespertinos a las 15.03: Adolfo Suárez ha muerto. Nace el mito.

Mejor dicho, crece. Porque el hombre que sacó a España de las tinieblas de la dictadura hace ya muchos años que se había instalado en el santoral de la opinión pública y publicada a resultas de una enfermedad neurodegenerativa que combinada con una afección respiratoria se le ha llevado a la tumba a los 81 años. "Ha fallecido por EPOC (enfermedad pulmonar crónica obstructiva) agudizado en el contexto de la enfermedad de alzhéimer", informaba poco después la médico internista que atendía en los últimos tiempos a esa figura inclasificable y posiblemente irrepetible que torció los renglones del franquismo rápido y además con buena letra para escribir las páginas de una Transición que asombró al mundo haciendo borrón y cuenta nueva en dos años de otros cuarenta de dictadura.

Fermín Urbiola, el portavoz de la familia, que le rodeaba resignada y serena en su lecho de muerte en la clínica Cemtro de Madrid desde el pasado viernes, daba la mala nueva minutos después a la nube de periodistas que montaba guardia a las puertas del hospital. "Vengo a comunicaros, por expreso deseo de la familia, que Adolfo Suárez González ha fallecido. Muchas gracias por todo vuestro cariño de parte de la familia".

La consternación se hizo entonces dueña y señora de la mayor parte de los españoles, de bien nacidos es ser agradecidos, aunque hay uno a la que la noticia le dio de lleno en el corazón, porque además de ser su amigo, fue su compañero de esa fatigosa travesía en primera línea del fuego cruzado de imponderables que tuvieron que sortear para llevar a buen puerto la titánica empresa: el rey Juan Carlos.

Se conocieron a comienzos de 1969, cuando ese arrojado joven abulense licenciado en Derecho trepaba por las estructuras del franquismo . Suárez ya era gobernador civil de Segovia y la sintonía fue tal que al poco tiempo el entonces Príncipe le promocionó como director general de RTVE, según reveló el entonces vicepresidente del Gobierno Luis Carrero Blanco. El Monarca y le vio por última vez en julio de 2008, cuando fue a visitarlo en su domicilio de la urbanización madrileña de la Florida para entregarle el Collar de la orden del Toisón de Oro, la más alta distinción que concede la Casa Real. Pero la enfermedad ya estaba muy avanzada y la memoria varada. "¿Quién eres tú?", le preguntó Suárez. "Un amigo que te quiere mucho", le respondió con cariño verdadero ajeno a las frases protocolarias que caracterizan en rigor los discursos y mensajes del Jefe del Estado, que recompensó sus esfuerzos y habilidades para procurar el advenimiento de las libertades con el título de duque . Un cariño que era mutuo, como dejó Suárez constancia en una entrevista en TVE en 1995 en la que reconocía que también quería mucho a don Juan Carlos, que se la jugó, dijo, al depositar en él su confianza en los albores de la democracia. "Estar a mi lado era casi un acto de heroísmo", proclamó Suárez.

Ayer, poco después del fallecimiento, la web de la Casa Real difundía un vídeo en que el don Juan Carlos (delante de una imagen de ese último encuentro con su viejo amigo, en la que se les ve de espaldas paseando mientras le envolvía en un abrazo) mostraba su "pena y consternación" al tiempo que animaba a seguir su ejemplo de moderación en aras del consenso que tanta falta hacía antes y ahora. "Mi gratitud hacia el duque de Suárez es, por todo ello, honda y permanente, y mi dolor hoy es grande", señalaba el Rey en su duelo, remarcando que "el dolor no es obstáculo para recordar y valorar uno de los capítulos más brillantes de la Historia de España: la Transición protagonizada por el pueblo español". "Guía y pauta -añadió el Rey- de su comportamiento fue la lealtad con la corona, la defensa de la democracia y el Estado de Derecho", así como "la unidad y la diversidad de España". Lo dicho, se nos va el adalid de un consenso que hacía tanta falta antes como ahora, ¿verdad don Artur Mas?

Según sus hagiógrafos, Suárez expuso al Rey "en unas cuartillas" la hoja de ruta hacia la democracia, aunque para la mayoría, a cada uno lo suyo, el verdadero cerebro fue su mentor, Torcuato Fernández Miranda. En todo caso, impulsó con coraje y determinación la Transición dando muchas puntadas sin estar sobrado de hilo. Después de recibir la confianza del Rey -"por fin, replicó sobrado a la oferta del Monarca para formar Gobierno en el periodo predemocrático- Suárez se convirtió en profesional del encaje de bolillos y ordena una amnistía de los presos políticos, disuelve el Movimiento Nacional que le había amamantado, legaliza el Partido Comunista y, esto es lo más singular de su obra, maniobra con tino para dar la vuelta a una tortilla con muchos huevos, los suyos y los podridos, como quien no quiere la cosa.

Porque su proyecto de convocar elecciones para volver a formar por sufragio universal un Parlamento democrático, inédito desde el 36, necesitaba la aquiescencia de dos tercios de las Cortes. Franquistas, no se olvide. Se trataba de la ley de Reforma Política, cuyo futuro pendía de la Alianza Popular que había fundado Manuel Fraga, pues el heterogéneo grupo aglutinaba a 200 procuradores y sin su venia se hubiera ido todo al traste. El 18 de noviembre de 1976 se obró uno de los milagros de la Transición y la normativa que permitiría a los ciudadanos soltarse las cadenas y elegir un Congreso y un Senado prosperaba, recibiendo el ulterior refrendo del pueblo.

Ambicioso, joven, inexperto y sin demasiada preparación, armado mayormente de carisma, arrojo, encanto y determinación, más de uno empezaba a quedarse estupefacto contemplando cómo aquel falangista que llegó a secretario general del Movimiento empezaba a cambiar la chaqueta para ponerse democrático. Una cuadratura del círculo a la que dio un aldabonazo con la legalización del Partido Comunista el Sábado Santo el 9 de abril de 1977, Sábado Santo para más señas e inri. Prueba de fuego superada a dos meses de las primeras elecciones generales libres.

Precisamente el entonces secretario general del PCE, el también ya fallecido Santiago Carrillo, a la sazón fumador tan empedernido como él, aseguraba lo que muchos pensaban: que el alzhéimer que ha tumbado a Suárez se engendró entre las bambalinas de sus desvelos por el cáncer que se llevó primero a su esposa, Amparo Illana, y luego a su hija Marian.

Unas elecciones generales, las de 1977, a las que se presentó con la Unión de Centro Democrático, un cajón de desastre que devino años después en eso, en desastre. Una megacoalición sin más hilo conductor que el del espacio del centro que se definía, según rezaba su documento fundacional como "partido democrático, interclasista, reformista y nacional". Ganó con mayoría suficiente para gobernar, triunfo que revalidó dos años después, cuando empezaba a acusar el desgaste y cuando muchos le acusaban intramuros del partido de endiosarse y ensimismarse, aquejado por eso que llaman síndrome de La Moncloa, esa sensación de soledad y poderío del que ninguno de sus inquilinos se libra.

Son años convulsos, en los que la democracia se va a asentando entre el ruido de sables de los cuarteles -muy, muy cabreados por la legalización de los comunistas- y el de las bombas de ETA y los Grapo, un zumbido de conspiraciones que fueron laminando el invento de Suárez, que acabó vilipendiado por algunos hasta el exceso, como Alfonso Guerra, que le calificaba de "tahúr del Mississipi". Pero el tiempo cura casi todo y el ex vicepresidente socialista, que ha mantenido la relación con él y con su familia cuando se retiró de la vida pública por su enfermedad, decía que "era bastante impresionante, un hombre con aquella capacidad de poder y de seducción, un choque bastante fuerte". En sus horas bajas, en plena incomprensión, hasta su robusta relación el Rey zozobra. Y dimite en enero de 1981, un mes antes de la astracanada de Tejero y sus secuaces. Ese día, el 23-F, asistía a la investidura de su sucesor, Leopoldo Calvo Sotelo, y fue de los pocos que no se arrugó ante el chantaje. Manuel Hernández de León, fotógrafo de Efe y testigo presencial del intento de golpe de Estado, recuerda que "mantuvo una valentía fuera de lo normal" ante unas ráfagas de disparos que le dejaron solo en un desierto de escaños vacíos con los diputados cuerpo a tierra.

Por eso ayer, todos se sumaban sin distinción de ideologías al panegírico a ese hombre que encantaba hasta a las serpientes y que se ha ido de este mundo "sereno" y rodeado por los suyos. Suárez ya no reconocía a nadie, pero todos le reconocen. Por eso, por esa Transición que pilotó como el mejor, qué mejor lugar para rendirle homenaje de cuerpo presente que el Congreso de los Diputados, donde se hoy se instalará la capilla ardiente, que promete colas kilométricas para despedirse de cuerpo presente de un hombre que podía prometer y prometía y al que tantos se la tenían jurada.

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