Muere Manuel Ramón Alarcón, un sevillano en la más alta Magistratura
Pasó de la izquierda extraparlamentaria a encarnar los principios del Estado de Derecho. Bético, aficionado a los toros y a la centuria macarena, fue cónsul honorario de Croacia.
Ingresó en el hospital, aquejado de una dolencia cardiaca, el Miércoles Santo. El día que procesiona la Hermandad de las Siete Palabras con cuya túnica aparecía fotografiado su nieto Juanito en la casa de Manuel Ramón Alarcón Caracuel (Sevilla, 1945-2015). Siete palabras, como las que tenía el Frente por la Unidad de los Trabajadores con el que este abogado laboralista concurrió en 1977 a las primeras elecciones generales de la democracia.
Alarcón Caracuel murió a las cinco de la madrugada de ayer en la clínica del Sagrado Corazón. El 2 de septiembre habría cumplido 70 años. No le ha dado tiempo a celebrar un nuevo aniversario del acuerdo con el que americanos y japoneses sellaron en el acorazado Missouri el final de la Segunda Guerra Mundial. Ese mismo día nació Manuel Ramón Alarcón, el quinto hijo, único varón, de Manuel Alarcón y María Caracuel. El hermano pequeño de María Elodia, Rosarito, Emilia y María del Valle. Las cuatro estaban ayer en el tanatorio de la SE-30. Igual que sus mujeres sucesivas: Amparo, María Luisa y Margarita. Cuatro hermanas y tres esposas. Siete mujeres, como las siete palabras del niño nazareno y de la candidatura de la izquierda extraparlamentaria. Muchas mujeres, como en una película de Cukor o de Almodóvar, como la ciudad de Fellini.
Desde febrero de 2010 era magistrado del Tribunal Supremo, donde ocupó en la Sala de lo Social la plaza de Antonio Martín Valverde, que le había dirigido la tesis doctoral sobre El derecho de asociación obrera en España (1839-1900). Sevillano de la calle Carlos Cañal -antigua calle Catalanes-, esa circunstancia le llevó en sus primeros años a salir de nazareno en la Soledad de San Buenaventura. Otra paradoja de un niño criado en un ambiente republicano que salía en una cofradía cuya vara llevaba el jefe local del Movimiento. Dejó esas veleidades, pero no su disfrute de la Semana Santa, incondicional de Hidalgo cuando tocaba el tambor en la centuria macarena.
Se ha muerto con el Betis en Primera y con la derrota electoral de la derecha. Doble satisfacción que recuerda el canto a la eutanasia del gringo viejo de Carlos Fuentes imaginándose ante un pelotón de fusilamiento de los yanquis. Pero este catedrático de Derecho del Trabajo que aprovechó un arresto militar en el Soria 9 para leer a Althusser, "un ladrillo", diría, pertenecía a una izquierda nada sectaria. "He conocido a mucho hijo de puta en la izquierda y a gente encantadora en la derecha", decía en entrevista con el autor de estas líneas días antes de tomar posesión como magistrado del Supremo. "Y viceversa. No soy una persona unidimensional, que diría Marcuse. Me gustaba hablar de toros con mi suegro y hablo del Betis con mi consuegro. Los dos somos béticos antiloperistas".
En la revista del Betis le pidieron una colaboración que tituló Primos y cuñados. Se ha separado dos veces de sus mujeres, ninguna de sus cuñados. Antonio Ruiz, uno de ellos, era amigo de Alarcón de la infancia, vecinos de Carlos Cañal, alumnos de los Maristas. "Él nació el 2 de septiembre, yo el 4", decía ayer desolado. Con Amparo Rubiales tuvo dos hijos, Ramón y Clara, la madre de Juanito el nazareno, nieto de Manuel Ramón Alarcón y de Juan Salas Tornero; con María Luisa otros dos: Luis, que ha tenido que adelantar su viaje desde Chile para ocupar su nuevo destino laboral en España, y Fernando. En la actualidad estaba casado con Margarita de Aipzuru, que acudió al tanatorio en compañía de su madre, la galerista Juana de Aizpuru, y departía con Miguel Rodríguez Piñero, ex presidente del Tribunal Constitucional que fue profesor y amigo del magistrado fallecido.
Deja cuatro nietos: Ramón, Juan, Carlos y Elena. Los dos primeros comparten tres abuelos de la misma promoción de Derecho: Manuel Ramón Alarcón, Amparo Rubiales y Gloria Rubio, la esposa de Salas Tornero. "Tenemos la orla en casa", dice Juan Salas Rubio, yerno de Alarcón Caracuel. Era muy aficionado a los toros. El lunes del alumbrado lo operaron y le dijeron que el miércoles igual le daban el alta, con lo que barruntó la posibilidad de ver el jueves de Feria la corrida de Victorino. Un presagio médico que nunca llegó a confirmarse.
Los últimos cinco años, por su relación con el Tribunal Supremo, vivía en Madrid. Fue el magistrado que llevó el caso del Expediente de Regulación de Empleo de Coca-Cola que obligó a la empresa a readmitir a los trabajadores de la embotelladora. Durante siete años residió en Barcelona, donde fue decano de la Universidad Pompeu Fabra. Fueron los años de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, que como aficionado al deporte disfrutó como pudo. "En su casa lo veía todo, el Tour, el Giro, la ACB, la natación, el tenis, los partidos de fútbol", dice uno de sus yernos.
Retiró los crucifijos de las aulas de Derecho cuando fue decano en Sevilla, arropado por una sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Como militante de Acción Comunista (AC), fue socio en aquellas elecciones de 1977 de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR)y la Organización de Izquierda Comunista (OIC), no cuajó la alianza preelectoral con el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista). Gauchismo sevillano de un profesional del Derecho que abrió su bufete de abogado laboralista en 1976, coetáneo de los de José Julio Ruiz, Aurora León, Tomás Iglesias y el de la calle Capitán Vigueras que llegó a alguno de sus integrantes al palacio de la Moncloa. El candidato de la FUT llegó al internacionalismo de forma pintoresca: un amigo de la ex Yugoslavia al que conoció en el mayo francés le propuso ser cónsul honorario en Sevilla. El día que se estrenó en el cargo, Croacia le ganó a España en Sevilla en el Europeo de Baloncesto de 2007.
Su amigo César de la Cerda recordaba ayer la pasión con la que Manuel Ramón Alarcón vivía sus pasiones. No siendo pelotero fino, fue el alma del Carambolo, un equipo interclasista de fútbol del que formaban parte profesores como Chaves o Borbolla "y gente del lumpen". "No va a pasar a mejor vida, como mucho igual, porque ha sido un bon vivant que ha disfrutado muchísimo", decía uno de sus amigos.
Tuvo que declarar en una ocasión ante el Tribunal de Orden Público. Con Amparo Rubiales se casó en 1971, cuando ella simultaneaba la clandestinidad con el trabajo como actriz de Esperpento. Se separaron diez años después, días antes del 23-F. En las horas de incertidumbre, Alarcón fue a recoger a su ex esposa y los hijos, todavía pequeños, a la casa que habían compartido en Santa Clara, las viviendas construidas para los americanos de la base de Morón que pasaron a ser, en sus palabras, "el barrio de los progres". Dejaron a los niños con el abuelo y pasaron la noche de los transistores y el Rey por la tele en un piso que Alarcón acababa de alquilar en la calle Zaragoza, cada uno con su nueva pareja. El repeluco al tejerazo desencadenó una escena con la comicidad de Sé infiel y no mires con quién pasada por la alta fidelidad que da siempre la profunda lealtad.
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