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Muere Carlos Amigo, cardenal y arzobispo emérito de Sevilla, a los 87 años

El estado de salud del arzobispo emérito de Sevilla había empeorado tras la operación a la que fue sometido recientemente

Muere el arzobispo modernizador, el cardenal del Renacimiento

Las fechas claves del cardenal Amigo como arzobispo de Sevilla

El cardenal Carlos Amigo Vallejo fue arzobispo de Sevilla durante 27 años. / D. S.

Nació en Medina de Ríoseco (Valladolid) hace 87 años y se murió esta mañana en Guadalajara. Descansará para siempre en Sevilla, la ciudad de su vida, la sede de San Isidoro que ocupó durante casi treinta años. Una caída reciente sufrida en la Catedral de la Almudena de Madrid provocó una serie de ingresos hospitalarios e intervenciones quirúrgicas que terminaron por rendir a quien ha sido un ejemplo de energía, hiperactividad, entusiasmo y genio. Don Carlos era enérgico cuando entendía que era necesario. Sevilla volverá a despedir a un cardenal 35 años después. El último fue José María Bueno Monreal, que falleció el 20 de agosto de 1987.

Ha muerto el arzobispo que modernizó la diócesis, instauró la transparencia económica en la gestión del Arzobispado, vendió nada menos que el Palacio de San Telmo en una operación presentada como pacto de cesión institucional, todavía hoy de difícil calificación jurídica, y que hoy sigue siendo rentable. Apostó por la igualdad en el seno de las hermandades y cofradías no sin polémicas, resistencias y algún que otro debate de indudable interés jurídico-eclesiástico.

Carlos Amigo Vallejo gobernó la Iglesia de Sevilla durante casi treinta años. El último tramo lo hizo como cardenal, título que le llegó en 2003 y que recibió en la Plaza de San Pedro de manos de Juan Pablo II. Tuvo el honor de recibir dos veces al Papa (1982 y 1993), la primera por la beatificación de Sor Ángela y la segunda por la clausura del Congreso Eucarístico Internacional; se entendió con todos los gobiernos socialistas de la Junta de Andalucía, casó a una Infanta de España en la Catedral en 1995 y tuvo que presidir el funeral de Alberto y Ascen, asesinados por ETA en enero de 1998. Hasta dos veces participó en un cónclave. El primero del que salió elegido Ratzinger como Benedicto XVI y el segundo, cuando fue proclamado Bergoglio como el papa Francisco, amigo personal de Amigo desde los tiempos en que coincidían en Iberoamérica al ser el arzobispo de Sevilla miembro de comisiones vaticanas en América.

Octubre de 2003. Don Carlos recoge la birreta cardenalicia de manos de Juan Pablo II / Ruesga Bono

Por su forma de ser, su estilo personal, su oratoria y las iniciativas que emprendía, hubo quienes lo asimilaron a la figura de una cardenal del Renacimiento, entre ellos el entonces todopoderoso Miguel Castillejo, presidente de CajaSur, al que don Carlos hizo canónigo de honor de la Catedral de Sevilla.

Nada de lo que declaraba pasaba inadvertido. Era una referencia para asuntos de actualidad en toda España. Hasta sus últimos días ha estado mostrando esa hiperactividad que formaba parte de su forma de ser. Siempre acompañado por su secretario personal, el hermano Pablo. Su agenda estaba repleta de ceremonias religiosas, actos, conferencias, viajes a Roma... Hasta aquella caída en Madrid.

Como obispo de Tánger le tocó oficiar el funeral de Franco en Rabat, se llevaba especialmente bien con don Juan de Borbón y ya en Sevilla demostró una notable fluidez a la hora de relacionarse con los sucesivos gobiernos socialistas de la Junta de Andalucía, a la que vendió en 1989 el Palacio de San Telmo a cambio de grandes restauraciones, nuevas construcciones y mil millones de las antiguas pesetas. Es la mayor operación de enajenación de patrimonio eclesiástico de la historia reciente de la Iglesia católica en Europa.

Fue un proceso complejo que marcó el inicio de su pontificado en Sevilla, que generó un pequeño cisma en el clero local, que requirió de finos analistas jurídicos y que por su cuantía (27,2 millones de euros) necesitó de la aprobación del Vaticano. Pronto, muy pronto, Carlos Amigo Vallejo dio muestras de que en su etapa al frente de la Iglesia hispalense no estaba dispuesto a rehuir los problemas ni los grandes retos que lleva aparejados la vocación de gobierno.

El cardenal con la superiora de las Hermanas de la Cruz / Antonio Pizarro

De hecho, aquellos mil millones de pesetas obtenidos por la venta del viejo palacio (que la Iglesia recibió de acuerdo con el testamento de la Infanta María Luisa de Orleans) fueron destinados a un fondo de inversión en función de la parábola de los talentos, según defendió públicamente monseñor Amigo, pues las rentas se dedicaron al fomento de las vocaciones de acuerdo con los fines sociales de la fundación creada al efecto. Cuando le criticaban su facilidad para alcanzar acuerdos con los gobiernos socialistas de la administración autonómica, tenía una respuesta clara: “Es que no los he conocido de otro partido desde que estoy aquí”. Y recordaba su trato también fluido con Soledad Becerril, alcaldesa de 1995 a 1999, y Javier Arenas, ministro de Aznar en varias etapas.

La valiente homilía

Logró que la Catedral se autofinanciara gracias al turismo, al mismo tiempo que apostó siempre por potenciar la labor de Cáritas. Uno de sus grandes hitos fue la inolvidable homilía en la Catedral con motivo de los funerales de cuerpo presente de Alberto Jiménez Becerril y Ascensión García, asesinados por ETA en enero de 1998. Sus palabras fueron reconocidas en toda España en unos tiempos donde no eran pocas las arremetidas que recibía la Iglesia vasca por sus mensajes ambiguos. Aquel frío 31 de enero, en una ceremonia religiosa retransmitida en directo por las televisiones y con el Gobierno de la nación en el primer banco, el prelado hispalense exigió la unidad de todos los partidos y se dirigió a los etarras: “Desde nuestra fe cristiana podemos perdonar y hasta deseamos poder quereros como hermanos. Pero vosotros, los que tanto dolor y mal nos habéis causado, no nos podéis pedir que renunciemos a la justicia y a buscar sin descanso, y por todos los medios legítimos, la paz que tanto deseamos”.

Contaba con innumerables premios y distinciones, entre las que destacan las de ser Hijo Predilecto de Andalucía (2000), Hijo Predilecto de Sevilla (2007) e Hijo Adoptivo de la Provincia (2011). El 21 de octubre de 2003 recibió de manos del papa Juan Pablo II el título de cardenal, una distinción honorífica que tardó quizás demasiados años en llegarle si se tiene en cuenta que era el titular de una diócesis –la de Sevilla– tradicional e históricamente ligada a la púrpura.

El día que el Nuncio de Su Santidad en España le comunicó por teléfono su nombramiento, monseñor Amigo se encontraba en uno de sus lugares preferidos: en la cárcel y junto a los presos. La pastoral penitenciaria fue siempre una de sus vocaciones como arzobispo.

Muy sonadas fueron tanto su afición por coronar vírgenes como las polémicas provocadas por sus decisiones en el gobierno de las hermandades, ya fuera por los llamamientos a contribuir al sostenimiento económico de la diócesis o por sus normas para promover la igualdad de derechos y obligaciones entre hombres y mujeres. Hoy puede afirmarse que la mujer está plenamente equiparada al hombre en el seno de las cofradías gracias al impulso decidido de este arzobispo que acabó recibiendo el afecto del nunca fácil mundo de las cofradías, las asociaciones de la Iglesia que combinan siempre sus anhelos de autonomía respecto del poder eclesiástico con su afición por estar cerca del pastor.

Genio y figura. Pastor y gobernante. Franciscano y cardenal. Llegó de Tánger muy jovencito el año de los mundiales de fútbol en España. Se fue oficialmente de Sevilla el mediodía del 25 de noviembre de 2009. Sin hacer ruido. Detuvo el coche tras dejar Écija atrás y salir del término de la diócesis de Sevilla para llamar por teléfono a un amigo: “Ya hemos salido de Sevilla”. Y se afincó en Madrid.

Gobernó con una marcada personalidad, con golpes de autoridad en función de las circunstancias, sin necesidad de obispos auxiliares y con un carácter marcadamente hiperactivo y vitalista. Habló y se reunió con todos: políticos de izquierda y de derechas, empresarios y trabajadores, cofrades, colectivos de gays y lesbianas, artistas, presos... Y sus palabras siempre tuvieron eco. “Lo peor sería que lo que dijera el arzobispo importara un comino”. Sevilla siempre recordará su enorme silueta. Y a su lado, la de su inseparable Pablo Noguera, el fiel y leal secretario.

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