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Móvil en el colegio: Un campo inabarcable

Educación

La comunidad educativa se divide entre quienes defienden la prohibición y los que abogan por inculcar el uso pedagógico

Su utilización queda actualmente al arbitrio de los centros educativos

Diego J. Geniz

17 de septiembre 2018 - 06:04

“Como ponerle puertas al campo”. Se trata de la expresión con la que responde el director del Colegio San Francisco de Paula, Luis Rey Goñi, cuando se le pregunta por la intención del Gobierno central de prohibir -mediante ley- el uso del teléfono móvil en los centros educativos. El anuncio, realizado la semana pasada por la ministra Isabel Celaá, ha avivado el ya viejo debate sobre la aplicación de las nuevas tecnologías en el sistema de enseñanza. La comunidad escolar se divide entre quienes defienden el veto a este dispositivo y los que abogan por que se emplee como herramienta didáctica. En Andalucía no existe una normativa especifica sobre los teléfonos de última generación, un ámbito que compete a la autonomía de los colegios e institutos públicos.

Desde hace años, los docentes, además de pedir silencio constantemente en el aula, han de enfrentarse a otro obstáculo para el buen desarrollo de las clases y evitar la distracción de los alumnos: el teléfono móvil. El uso descontrolado que hacen muchos menores de él ha provocado bastantes quebraderos de cabeza a los equipos directivos de los centros de enseñanza, muchos de los cuales llevan años esperando que las administraciones públicas legislen al respecto. Hasta ahora, en Andalucía, quedaba en manos de los colegios e institutos la decisión sobre su uso. Los reglamentos orgánicos de cada centro (ROC) establecen su empleo o prohibición, de ahí que la presencia de este dispositivo en el aula sea tan dispar en la comunidad autónoma.

Dos alumnas miran el móvil durante una clase. / D. S.

Dentro de los centros públicos se encuentra el caso del IES Itaca, en Tomares. Este instituto abrió sus puertas en 2010. Desde que se puso en marcha prescindió de libros de texto. Hizo una clara apuesta por las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC). El papel y la pizarra fueron sustituidos por ordenadores, tablets y móviles. El equipo directivo quería formar alumnos acorde con la sociedad digital del siglo XXI. En un reciente reportaje, su directora, Carmen Lázaro, explicaba a este periódico que el buen uso de las TIC “sólo se logra utilizándolas”, de ahí que los profesores encarguen en numerosas ocasiones a sus alumnos trabajos que han de desarrollar en las redes sociales.

Esta apuesta por la tecnología y, especialmente, por el buen uso que ha de hacerse de ella es una raya en el agua. Casi todos los centros optan por la prohibición. En caso de permitir el uso del teléfono móvil, rara vez se opta por un empleo pedagógico. Dicha situación evidencia las dos posturas que, según los especialistas, se adoptan cuando llega el momento de abordar al avance tecnológico. Por un lado se encuentran los entornos competitivos, es decir, aquellos agentes que emplean las TIC para formar a los jóvenes y que éstos tengan mayor posibilidad de éxito en el mundo que les espera fuera del aula; y por otro, los entornos conservadores, que conciben las tecnologías como un peligro que debe evitarse mediante la prohibición. Un informe realizado por la periodista y profesora de la Universidad Loyola Andalucía, Paula Herrero Diz, refleja que casi la mayoría de los centros andaluces se incluyen en el segundo grupo. En ellos se incide más en los riesgos de las herramientas digitales que en su beneficio académico.

Fuera de los colegios de titularidad pública, la mayoría de los centros tienen implantado un reglamento específico sobre el uso del teléfono móvil. En el caso del Buen Pastor, su directora, Isabel Egea, lamenta la carencia de una “tesis común” en España sobre el empleo de dicho dispositivo, que ha supuesto un cambio “radical” en la realidad que se vive en las aulas. Esta alteración provocó que el año pasado el plan de funcionamiento con el que cuenta este centro concertado estableciera un protocolo al respecto. El colegio optó por “endurecer” las medidas sobre su empleo. De este modo, cuando un docente “sorprende” a un alumno usando el móvil se le retira inmediatamente y se le expulsa un día. En caso de que el menor, además, esté usando el teléfono para grabar imágenes o hacer fotografías del colegio en las que aparezcan sus compañeros, la expulsión durará dos días, al entenderse que está vulnerando el derecho de otros estudiantes.

Egea parte de la premisa de que el móvil puede tener un buen uso pedagógico en el aula, pero para ello hace falta “mucha cultura”, que ha de empezar a fomentarse en el ámbito doméstico de los alumnos. De ahí que el Buen Pastor opte directamente por su veto, pues para controlar el acceso a los contenidos “haría falta contratar personal dedicado exclusivamente a esta labor”. La directora de este centro concertado considera que la etapa más crítica en el manejo de los móviles se registra en Secundaria, pues a partir del Bachillerato los alumnos sí hacen un empleo de mayor utilidad, relacionado con las enseñanzas que les son impartidas. “En esta etapa preuniversitaria los estudiantes están por voluntad propia, a diferencia de la ESO, de ahí que tengan mayor responsabilidad cuando usan sus teléfonos”, refiere Egea, quien añade que el colegio mantiene reuniones con los padres para asesorarles sobre las TIC y hacerles especial hincapié en que un menor puede prescindir del móvil hasta tercero de Secundaria (14 años) pues hasta entonces no tiene madurez suficiente para hacer un uso adecuado del dispositivo.

En el Buen Pastor se expulsa al alumno un día si se le sorprende usando el móvil en clase

En el San Francisco de Paula la postura sobre este asunto cambia por completo. Está permitido en clase, siempre bajo la supervisión del docente o de la persona adulta que en ese momento se encuentra al mando de la clase o del espacio físico donde se desarrolla una actividad. Luis Rey Goñi, el director de este colegio privado, califica de “muy peligrosa” la intención de “convertir los centros educativos en islas apartadas de lo que para los niños es habitual en su entorno cotidiano”. En palabras de este profesional de la enseñanza, “se trata de aprender a dirigir su uso”. “No es lo mismo saber utilizar una herramienta nueva que negar su existencia”, añade el director del San Francisco de Paula, para quien esta actitud supone “un retroceso de 20 años”. “Es como si intentáramos impedir que un niño viaje en avión porque se puede caer, eso es negar la utilidad de un avance tecnológico”, añade.

Para Rey Goñi este tipo de planteamiento deja entrever “una sociedad profundamente hipócrita”. “Prohibimos que los menores consuman alcohol, cuando son los padres los primeros que beben delante de ellos. Lo mismo ocurre con los teléfonos móviles. Si las familias no quieren que los menores los utilicen o se hagan adictos a ellos, pues que no se los compren, porque a su edad no resultan necesarios”, aclara. En el San Francisco de Paula es el docente el responsable de decidir “cómo y cuándo” se emplea esta TIC, de la que reconoce que no siempre se hace un uso adecuado en el aula, “como es habitual en tantos otros ámbitos de la vida del menor”. Para el director de uno de los centros educativos de mayor prestigio, la intención del Gobierno central se traduce en una “mala costumbre” que se ha generalizado en la sociedad y la política española: “Queremos regular de una manera cuando nos comportamos de otra bien distinta”.

¿Y qué dicen los expertos sobre el uso del móvil? Manuel Antonio Fernández, especialista en Neurología Pediátrica, señaló al principio de curso a Diario de Sevilla que este tipo de TIC se caracteriza por generar tres tipos de respuestas en el sistema nervioso de los niños: gratificante, inmediata y repetitiva. La reacción provoca que los menores se vuelvan “tecnológicamente insaciables”, sin poder pensar en otra cosa que no sean las aplicaciones de juego o el whatsapp. Según este especialista, dicha adicción cambia la estructura y el funcionamiento cerebral del alumno.

Uno de los mayores riesgos a los que se enfrentan las familias y los docentes cuando se genera un uso desmesurado del móvil es que los niños y adolescentes obtienen una respuesta inmediata a su voluntad “sin necesidad de esfuerzo”. “La impaciencia y la impulsividad son propios de los menores porque su mecanismo de autorregulación inmaduro les dificulta un correcto control sobre sí mismos. La tolerancia a la espera se desarrolla con la edad”, refiere Fernández. Esta facilidad de hallazgo llega a crear “un cerebro que se aísla” y que genera una gran dependencia. La situación desemboca en una enorme falta de atención, lo que afecta directamente al aprendizaje y la capacidad de estudio.

Varios adolescentes usan el móvil en el patio de un instituto. / D. S.

El especialista recomienda que, con independencia de las pautas que se establezcan en los centros educativos, los padres han de propiciar la desconexión tecnológica de sus hijos. “No se trata de relegar el papel de la electrónica a un segundo plano, sino de dosificarla. El objetivo último es que los niños aprendan a gestionarla y darle un uso correcto”, detalla.

Este consejo resulta esencial durante las horas de estudio. “Es el momento del lápiz y el papel”, incide el neurólogo, quien advierte que las llamadas, mensajes o las redes sociales producen una bajada de rendimiento durante el tiempo en el que el menor se prepara los exámenes. “Tenerlos al alcance da lugar a que, a la más mínima señal de cansancio o aburrimiento, se intente contactar con amigos y compañeros. Ése es el camino contrario a la concentración”, destaca.

Claro que para que los alumnos hagan un uso responsable del móvil los primeros en dar ejemplo han de ser los padres. En muchas ocasiones se les compra este tipo de teléfono como distracción, un error que contribuye al aislamiento del menor. “Deben buscarse actividades que contribuya a interactuar con el entorno inmediato”, abunda el experto, quien asemeja los efectos de placer de este dispositivo con los de las drogas: “Dan una gratificación inmediata”.

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