Todo Moisés tiene su Mar Rojo

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Tributo. El dorsal de leyenda a Francisco, que jugó el final de la Eurocopa de 1984, evoca un tiempo antes de que la obligación laminara el fútbol de barrio y de pueblo

Carlota, mujer de Manolo Cardo, Francisco, Manolo Cardo y Pintinho.
Carlota, mujer de Manolo Cardo, Francisco, Manolo Cardo y Pintinho. / Antonio Pizarro
Francisco Correal

03 de junio 2022 - 22:01

A la derecha, se veía impoluto, verde floresta el césped del estadio Ramón Sánchez Pizjuán. Pero en aquella sala abarrotada de gente era prácticamente imposible marcar un gol. Yo estaba entre dos colegas y amigos, Ismael Medina y José Manuel García, periodista y novelista, pero tenía por delante a cuatro defensas que eran una línea Maginot, a saber, Manolo Jiménez, valladar de Arahal; Diego Rodríguez, el tinerfeño que cruzó la frontera balompédica de la ciudad; Rafa Paz, el de la Puebla de don Fadrique como decían los cronistas; y Prieto, aquel albaceteño al que todavía barbilampiño hizo debutar el profesor Vicente Cantatore, que se adelantó a estos tiempos de aplicaciones con su teoría de la desaplicación.

Cuatro defensas de postín de un Sevilla ochentero, coetáneo de la movida, y a su lado un portero extraordinario, Fernando Peralta, que se salió a tiempo del Seminario. La única forma de conseguir un gol era a través de la memoria. Le rendían tributo a Francisco López Alfaro. Francisco en las crónicas, como el cantante valenciano y el Papa argentino. Bergoglio conoce el equipo de Francisco y no por Borges, el único argentino al que no le gustaba el fútbol, sino por el Cristo de los futbolistas que Bertoni y Scotta llevaron al entonces arzobispo de Buenos Aires (ese cancerbero no dejó el Seminario) con las manos divinas de Luis Álvarez Duarte.

Francisco debutó con el Sevilla cuando acababa de cumplir los 19 años. Todo ocurrió el 8 de diciembre de 1981. Día de la Inmaculada. Primer aniversario del asesinato de John Lennon. El Sevilla perdió en Nervión contra el Hércules de Alicante, derrota que lo colocó en puestos de descenso y precipitó el cese de Miguel Muñoz Mozún, el entrenador con más Copas de Europa… hasta que llegó Ancelotti. El bautismo de Francisco en la élite se produjo gracias a una entente geográfica entre Osuna, su patria chica, escenario de Juego se Tronos; Coria del Río, la cuna de Manolo Cardo, el técnico que lo tenía en el filial y se atrevió a llevarlo al primer equipo; y Río de Janeiro, donde vino al mundo del fútbol y la sonrisa Carlos Alberto Gomes Montero, nombre de Pintinho. Este brasileño que fue olímpico con Dirceu y Falcao en los Juegos de Múnich 1972 permitió con sus cuatro goles en La Romareda que el debut de Francisco se clavara en el recuerdo del sevillismo en particular y de todo buen aficionado en general. El gol del honor del Zaragoza lo marcó Jorge Valdano.

Era la temporada 81-82 que desembocaría en el Mundial de España, el primero de Maradona. Cuatro defensas y cuatro periodistas en la celebración: José Antonio Sánchez Araujo, Tomás Guasch, testigo de la etapa españolista del ursaonense, Joaquín Durán, que volvió al estadio donde en 1972 retransmitió su primer partido, un Sevilla-San Andrés que suena a salida de los Panaderos, y Guillermo Sánchez, que contó una de las historias más bonitas del futbolista.

El periodista que ha novelado la primera vuelta al Mundo acompañó a Manolo Cardo en el taxi que lo trajo desde Alicante a Sevilla para hacerse cargo del primer equipo y debutar en Zaragoza. Ese mismo año de 1981, unos meses antes, el 23 de febrero otro sevillano, el abogado Eugenio Alés, que había sido diputado de la UCD y tiene una plaza con su nombre en Chapina, llegó a Valencia para representar a un cliente en un juicio. Bajó del avión, subió al taxi y sobre fondo de música militar oyó por la radio el bando de Milans del Bosch. Le dijo al taxista que diera la vuelta y viajara hasta Sevilla. Dos viajes en taxi por distintos motivos. Dos formas de debutar. Y de homenajear al taxista de Primera Plana, la película de Billy Wilder: "La noche es joven. Huele a jazmines. El taxímetro corre".

Francisco jugó la final de la Eurocopa de 1984, el año de Orwell, y fue mundialista en México 1986, el de la mano de Dios y la fiebre de Moctezuma. En memoria de esa etapa vino hasta Sevilla Míchel, que entrenó al equipo de Nervión. Unos meses más joven que Francisco, que como réplica a la quinta del Buitre tenía la suya propia. Algún periodista de entonces la bautizó como la quinta del Moi. Apócope de Moisés, el brasileño sevillano de las Candelarias, sentado entre el público. Con Francisco, dos joyas del equipo de Rochelambert. Fútbol de barrio, fútbol de pueblo, eso que lamina la globalización. Todo Moisés tiene su Mar Rojo.

Francisco tiene una puerta en el estadio de Cornellá con su nombre. Y un dorsal de leyenda entregado en el tercer aniversario de la muerte de José Antonio Reyes, virtuoso de Utrera. Cuando el fútbol era como el Pueblo Lejano de Romero Murube y no un best seller con millones de lectores y sin una pizca de alma. ¿Quién mete un gol con esos cuatro defensas? Pintinho marcó cuatro en el debut de Francisco. Como Levandowski al Madrid con el Borussia Dortmund.

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