Miedo al guardián de la marisma
El temor al mosquito que transmite la fiebre del Nilo dispara en Coria y Puebla las ventas de repelentes y hunde a los bares
El paseo fluvial de Coria, utilizado por deportistas, es una zona fantasma la mayor parte del día
"Díganlo ustedes, escríbanlo, que aquí ya no hay mosquitos, ¿han visto ustedes alguno? ¿les han picado? ¿verdad que no? Primero que ya han fumigado todo esto, pero es que además el mosquito tiene una temporada y suele estar en junio y julio, pero no en agosto. Hagan el favor de decirlo. Recalquen eso". En la cafetería El Puerto, muy cerca del embarcadero de Coria del Río, la presencia de dos periodistas interesados en tomar testimonios sobre la fiebre del Nilo genera una improvisada tertulia sobre insectos, marismas y enfermedades víricas.
Es cierto que no hay ningún mosquito a la vista, pero también lo es que son casi la una de la tarde y aprieta mucho el calor. El mosquito suele salir al caer el sol y a primera hora de la mañana. Tras la barra del bar, Paco Pavón (no confundir con aquel canterano del Real Madrid de mismo nombre que, antes de ser el de los galácticos, fue conocido como el de los Zidanes y Pavones) pide a los periodistas que no alarmen demasiado. En el pueblo hay miedo por las continuas noticias de prensa que aparecen sobre el tema.
No paran de ver en televisión imágenes de operarios fumigando las calles de su pueblo y recursos en bucle del Hospital Virgen del Rocío acompañados de titulares como que el número de hospitalizados ha vuelto a crecer. La muerte de dos personas, vecinos de Puebla del Río, en los últimos días ha sido el mazazo definitivo.
Por si fuera poco, un coche del Ayuntamiento recorre la localidad a todas horas con un mensaje por megafonía en el que se insiste machaconamente en la necesidad de usar repelentes contra insectos y bajar las mosquiteras para impedir que los mosquitos entren en las casas. En el interior del bar hay un señor que lleva una mascarilla amarilla con el escudo del Coria Club de Fútbol. Se llama Antonio García y fue durante cuarenta años el jardinero del Estadio Guadalquivir. "También fue entrenador", dice un hombre que está tomando una cerveza a su lado. "He sido de todo", admite García. "Hasta me llamó el Sevilla y le dije que no. Y si me hubiera llamado el Betis, lo mismo, ¿dónde iba a estar mejor que aquí?".
El jardinero da una clase magistral sobre el mosquito. Lo conoce bien después de tantos años. "Para acabar con ellos sólo hace falta una cosa: no regar el césped y cortarlo a ras de tierra, para que no pueda tener respaldo. Esta hierba, (dice, señalando la ribera del Guadalquivir, que cae a la espalda del bar) es la misma que la que hay en el estadio. No necesita tanta agua, se puede secar pero en cuanto llueve vuelve a ponerse verde y crecer. Aquí siempre ha habido mosquitos, pero precisamente este año no se han visto tantos".
El caso es que los que están, si no se han dejado ver, al menos sí que se han dejado sentir. Casi cuarenta personas, todas ellas vecinas de Coria y Puebla del Río, continúan hospitalizadas por meningoencefalitis vírica, la enfermedad conocida como la fiebre del Nilo, causada por la picadura del mosquito común. Dos de ellas, el dueño de la venta El Cruce en la Puebla y una mujer de 85 años, han muerto a causa de esta dolencia.
Para los bares, esta nueva alerta sanitaria ha sido la puntilla después de la pandemia del coronavirus. Uno de los establecimientos más conocidos de Coria es Los Claveles. "Estábamos remontando el tema del Covid. Hicimos un ERTE y ya nos habíamos incorporado todos al trabajo. Nos estaba yendo bien. Ahora hemos tenido que darles vacaciones a la mitad del personal porque llevamos dos semanas que aquí no se sienta nadie. Y esto estaba lleno siempre en estas fechas", explica el encargado, Miguel Ángel Peña Diéguez, señalando los veladores que están en la calle Martínez de León, la vía peatonal que lleva hasta el embarcadero. "Cocíamos cada noche entre 3 y 4 kilos de gambas. Ahora estamos ajustando para no tener que tirarlas, porque si las cueces y no las sirves ese día, ya no puedes aprovecharlas".
En la puerta del bar que da a la avenida de Andalucía, hay una joven que vende camarones. Es Natalia Palacios Cordero. También le está afectando esta nueva crisis. "Lo estoy pasando fatal", admite. "Es que la gente no sale de casa". Son más de la una y dice que lleva en su puesto desde las siete de la mañana. Y le queda bastante género por vender. Aún así, no pierde la sonrisa, que se le intuye debajo de una mascarilla cuyas gomillas se enredan con unos auriculares.
Al embarcadero siguen llegando vehículos para cruzar el río en la barcaza. La persona que lleva la barca es Francisco Javier Poyete. "Mosquitos ha habido siempre, a nosotros no nos está afectando mucho, el número de coches que transportamos es el mismo, aunque sí es cierto que hay cierto miedo entre la gente", dice, y se dispone a guiar un tractor para que acceda a la embarcación.
Cuando uno sale del embarcadero, se topa de frente con la venta El Mellizo. Varias personas toman un aperitivo mirando al río en los veladores de este negocio. Son los pocos que se ven en esta parte del pueblo, en el que el paseo fluvial, que es utilizado a menudo para hacer deporte, está vacío estos días. No hay nadie corriendo ni paseando en bici por una zona que invita a ello. El camarero corta rápido. "Yo no quiero entrevistas".
El efecto de la fiebre del Nilo es distinto según qué comercio. Los bares se resienten. Las farmacias venden repelentes de insectos como si Coria no fuese un bello pueblo ribereño del Guadalquivir, sino una aldea situada en mitad de la selva de Camboya. "En dos días hemos vendido siete veces mas repelentes que en toda una temporada. Sobre todo por las tardes, que en agosto son muy tranquilas, era lo único que vendíamos", cuenta Julia Olivera, de la farmacia que lleva su apellido por nombre, en la calle Cervantes.
"Sólo una tarde se agotó el producto y no había en los almacenes de Sevilla, pero al ser una alerta muy concentrada sólo en Coria y Puebla, nos los trajeron de otras provincias. No hemos tenido problemas de desabastecimiento". En una de las estanterías, a la altura de los ojos, sigue habiendo botes de Relec y Goibi, las dos marcas con las que trabaja la farmacia.
Junto al Ayuntamiento, la charla de dos mujeres es interrumpida por los periodistas. Una de ellas es Cecilia Pastor, abogada que dirige una correduría de seguros, y la otra es Ana Berrocal, vendedora de cupones de la ONCE. Para esta última, la escasa afluencia de público en las calles le está suponiendo una merma en la venta. Ambas conocen a al menos dos casos, uno de ellos el de un niño de cuatro años y otro un adolescente de 14. No es algo que sólo hayan visto por televisión, por tanto, y eso quizás infunda más respeto aún entre la población local.
"Es que es raro, porque aquí siempre ha habido mosquitos, pero no se sabe por qué han coincidido tantos casos de esta enfermedad en tan poco tiempo. A la persona que yo conozco le ha dado positivo el análisis ahora, varios días después de que le picara el mosquito, y ya no han podido encontrarle la picadura", explica Cecilia Pastor. La cuponera tiene una teoría: "Puede ser que los mosquitos infectados los trayera un barco, por aquí pasan barcos que proceden de todo el mundo". "Sí, es posible, pero no debería haber más casos entonces, porque la vida del mosquito es muy limitada, no va más allá de un día", responde la abogada.
A la tertulia se une un policía local de paisano, que explica que hay cierto pánico en la población. Las tareas de fumigación siguen marchando a buen ritmo, pero la gente se lo está pensando antes de salir de casa. "Sí, sí, pero cerca tenemos los arrozales...". Uno de estos vecinos apunta que la laguna de la Dehesa de Abajo, en Puebla del Río, ha sido vaciada, extremo que confirmarán poco después los reporteros. Los flamencos que allí residían se han marchado a la Cañada de los Pájaros, visita obligada de todos los colegios de Sevilla desde los tiempos de la EGB.
En la entrada de la Dehesa de Abajo, precisamente, hay un monumento al mosquito. Es una gran estructura metálica que representa a un enorme insecto en el momento en que clava su aguijón. Junto a él, un monolito dice lo siguiente: "El guardián de la marisma. Mosquito (anopheles maculipennis). La marisma tuvo como guardián un cancerbero con mil millones de cabezas". Es una frase de José Antonio Valverde en 1956. Podría decirse que es el guardián entre el arroz y no entre el centeno. De cereales va el asunto. Aunque parece que esta vez se ha excedido en su defensa. Dos muertos y 38 hospitalizados es su balance.
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