El Rastro de la Historia
Una ruta por la Sevilla de Cayetano de Acosta, "el último gran barroco"
Sevilla/Madre María de la Purísima ya tiene colas para venerarla. La devoción por la que fuera madre general de las Hermanas de la Cruz durante 22 años no para de crecer. Desde que comenzara el proceso para su beatificación -que tuvo lugar el 18 de septiembre del año pasado en el Estadio de la Cartuja- el número de personas que acuden al convento que esta orden tiene en la ciudad hispalense ha ido en aumento. Ejemplo claro de este creciente fervor son las imágenes que se pudieron contemplar en este cenobio ayer, festividad de una beata que nació madrileña y murió sevillana.
Veinte minutos de espera. Éste fue el tiempo que tardaron muchos devotos en la sede que esta orden tiene en la calle Santa Ángela de la Cruz. Colas que alcanzaban el zaguán del convento y gente de todas las edades. Niños, jóvenes, maduros y ancianos. Trasiego de personas desde primera hora de la mañana para visitar el dormitorio de María Isabel Salvat Romero, aquella joven de familia acomodada que llegó de la capital de España atraída por la figura de Madre Angelita.
Un recorrido que atravesaba el primer patio del convento y que discurría por una escalera hasta el primer piso, donde se encuentra la que fuera habitación de la beata. Minutos de espera que se mitigaban con la entrega de varios artículos relacionados con Madre María de la Purísima: un calendario con su rostro, un tríptico con el resumen de su vida, un boletín y un vídeo sobre la beata, cuyo único precio era la "voluntad".
Al final del trayecto, un dormitorio de contados metros cuadrados, adonde a mediodía llegaban los olores de guisos cercanos. Varias vitrinas y una tarima de madera sobre el suelo. Tablas que sirvieron de cama a Madre María de la Purísima y que fueron su lecho de muerte. Una lápida lo recuerda. Los devotos no dejaban de pasar sobre ella todos los objetos que trajeron de casa y los que adquieron en el convento. Entre ellos, un matrimonio de Villanueva del Ariscal que, tras permanecer en silencio durante la media hora de espera, besaron la madera que servía de almohada a la que fuera madre general. "Ella sabe bien por lo que le pedimos", decía estos devotos a los que la humilde tarima les servía de tabla de para su esperanza.
No pasaban desapercibidos los objetos personales de María de la Purísima, sus labores de bordado, las fotos de su juventud antes de ingresar en la orden o el flagelo con el que realizaba la penitencia. Una vida de santidad resumida en un habitáculo de cal. Entre los comentarios de los que acudían a esta instancia no faltó el de la próxima rotulación de un enclave con el nombre de la nueva beata delante de la Casa de los Artistas, frente a San Juan de la Palma. Será ese otro día grande para las Hermanas de la Cruz, para las que siempre hay colas de admiración.
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