Lola Flores por Dios y no la de Nabokov

Calle Rioja

Factoría. En este Greenwich Village sevillano de la Alameda, dos agentes culturales, Pepe Serrallé y Javier Fito, coincidían en la taberna Lola por Dios (antiguo Aguilar)

Un hombre pasa delante del cartel de la taberna Lola por Dios, en la Alameda de Hércules. / Antonio Pizarro

AQUÍ tenemos ministro de Cultura, consejera de Cultura, delegación provincial de Cultura, delegada territorial de Cultura y hasta un concejal de Cultura que va a ser el próximo alcalde de Sevilla. Pero, con absoluto respeto a todas estas instituciones, la cultura es otra cosa. La cultura oficial es visible, prosopopéyica y tendente a la retórica. La cultura de verdad suele ser espontánea, a veces subterránea y la oficial e institucional, que hace las veces de mantis religiosa, trata de apoderarse de ella con la treta de los documentales de La 2.

Esta crónica va de Cultura con mayúsculas. Dos servidores públicos con una intachable hoja de servicios compartían una cerveza con aperitivo, en compañía de algunos colaboradores, en el bar Lola por Dios, en la Alameda esquina con la calle Relator. Un retrato de la Faraona preside la entrada al local, que durante años, desde 1971, fue el bar Aguilar, fundado por taberneros de Manzanilla, que guardaba con celo el secreto de la sangre encebollada y donde atendían dos Antonios cuñados, uno de ellos conocido como el niño de la Riada porque nació el mismo día de noviembre de 1961 en el que se desbocó el arroyo Tamarguillo. Un clásico que ya es historia.

José Daniel Serrallé (Sevilla, 1959) y Javier Fito (Sevilla, 1965) compartían risas y se intercambiaban agendas culturales en una de las mesas de Lola por Dios. Representan la cultura sin ombliguismos, una vanguardia sin cánones ni etiquetas. Llegaron a estos quehaceres uno, Serrallé, desde la poesía; otro, Fito, desde la pintura. Con su protagonismo en la Sevilla de los ochenta que reaparece en la novela de Benito Delgado (Dulce Venganza). Han estado en muchas de las iniciativas que desmienten el cliché que de Sevilla funciona en los mentideros matritenses o en la España periférica que va de Pedralbes al Guggenheim.

Serrallé, poeta fino, dirige la Casa de los Poetas y las Letras de Sevilla, que el jueves cerró en el Espacio Santa Clara, calle Becas, a los pies de la torre de Don Fadrique, su ciclo Luces de diciembre con un recital colectivo de poesía navideña a cargo de Inmaculada Lergo, José Antonio Guerrero Reyna y Braulio Ortiz Poole, redactor de este periódico. Serrallé dirigió revistas como El Siglo que viene o Renacimiento y participó en los proyectos editoriales de El Mágico Íntimo o Metropolisian. Con 25 años publicó su libro de poemas Salón de embajadores y reunió su antología poética en el libro Un sol inocente. El final de las luces de diciembre coincidía con el aniversario del nacimiento de Rafael Alberti (1902-1999), que en Cal y Canto, junto a sus homenajes a Góngora y al portero húngaro Platko, oso rubio de Hungría, escribía: “Nueva York está en Cádiz o en El Puerto. / Sevilla está en París, Islandia o Persia”.

Javier Fito es técnico superior de gestión cultural. Acoge todo lo que se sale de la norma y la convención, incansable entre la Casa de las Sirenas y el Antiquarium de las setas. Viajó tres veces a la India y tres veces ha hecho el camino de Santiago. Recorrió el Mediterráneo de Pirenne y de Serrat. Dirigió el festival de teatro del castillo de Niebla y formó parte del Aula de Literatura y Pensamiento María Zambrano y de la revista Claros del Bosque. Entrevistó en su casa madrileña a la pensadora veleña que volvió del exilio. En Marrakech, Fito coincidió con Juan Goytisolo. Antonio Muñoz, Gandhi, Cristo y Marx mediante (son los tres credos de Javier Fito) será el octavo alcalde con el que trabaje.

La casualidad de un descanso del guerrero propició este encuentro entre Fito y Serrallé, una pareja asimétrica en la altura y en el atuendo, unidos sin embargo por el oído finísimo a lo que suena a creativo, a personal, a transgresor, a una cultura que se escapa de los moldes de la copistería, de las trochas una y mil veces trilladas por la cultura institucional.

Lola por Dios. La Faraona, que estudió baile en la Academia de Realito, en el otro extremo de la Alameda, está de moda. Cuando se aproxima el centenario de Lola Flores (1923-1995), el próximo martes 21 de diciembre, Marina Bernal presenta en el Teatro Cajasol su libro Lola, el brillo de sus ojos, con abundante material gráfico y prólogos de Jesús Quintero, Rosa Villacastín, Juan y Medio y Charo Reina.

Hay además una aparición insólita de Lola Flores en un libro reciente. Se titula Nomenclatura de calles, plazas y zonas ajardinadas. Polígono de San Pablo. Barrio C. Un trabajo, como los precedentes de este barrio, de Francisco José López González de los Ríos. Una antigua vecina del barrio, Carmen Montiel, que regenta una academia de baile, le facilitó al autor una fotografía que vale un potosí. El 19 de marzo de 1971 se disputó en el estadio Ramón Sánchez-Pizjuán un partido de fútbol femenino entre Las Folklóricas y las Finolis. El objetivo, recaudar fondos para la adquisición de terrenos en los que se abrió la calle Ada. En las Folklóricas, aparecen Lola y Carmen Flores, Marujita Díaz, María Jiménez, Gracia Montes y Gloria Mohedano, hermana de Rocío Jurado. Ganaron las Folklóricas con tres goles de Carmen Flores. Por algo fue la esposa de Isidro, futbolista del Betis, Real Madrid y Sabadell, y que llegó a regentar el restaurante Maracaná en la plaza del Museo.

Fito y Serrallé ya fueron clientes del bar Aguilar. En el corazón de esta Alameda, Greenwich Village donde cada año se organizan los festivales del Títere y del Cine Europeo. La Casa de los Poetas de Santa Clara es un espacio heterogéneo en el que este año se recordó a Joselito, a Berlanga y a Rafael Valencia. Un ágora plural, como los artistas que aglutina Javier Fito. Un Jack Lang artesano y casero de Sirenas sin Ulises. Lola por Dios. Que no la de Nabokov.

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