La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Más allá de la voz de la Laura Gallego
testimonios
Cuando Antonio Gallego llegó al Hospital Virgen del Rocío tenía "un hilito de vida". Pero se agarró fuerte a él y a la esperanzadora terapia de la que le habían hablado en Pozoblanco antes de su traslado. "Bendita la hora que caí en sus manos. No tengo palabras de agradecimiento por cómo me trataron a mí, por salvarme la vida, pero también por el trato familiar con el que acogieron a mi señora. Yo estaba mal y me ayudaron a seguir viviendo, pero ella también necesitaba ayuda y allí se la supieron dar", relata emocionado.
Antonio, de 65 años, fue intervenido en 2020 en el Hospital Valle de los Pedroches, en Pozoblanco, por un cáncer de colon. La cirugía requirió una colostomía, que es una abertura en el vientre y que se realiza durante cirugías de esta naturaleza, cuya retirada, aproximadamente a los 14 meses de la operación, se complicó y derivó en una herida en el abdomen que casi le cuesta la vida. "La herida se quedó abierta y se desmadró todo", relata.
Fue tras esa intervención cuando, a consecuencia de un golpe de tos, Antonio notó que "algo se había roto por dentro". Pasó el día y ya por la noche rompió en un episodio de vómitos por el que acabó de urgencia en quirófano. "Estuve bastante fastidiado, pasé por la UCI y estuve a punto de no contarlo. Me abrieron y vieron que el intestino tenía varias fisuras y así quedó la herida abierta. En esa situación es cuando le contaron a mi mujer que en el Virgen del Rocío existía una unidad que podía tratar mi caso y, la verdad, es que les debo la vida", detalla Antonio.
Ya en la unidad de referencia de Abdomen Catastrófico en el Virgen del Rocío comenzó el camino hasta su total recuperación. Allí cayó en manos del equipo detrás del método Astarté, con los cirujanos Virginia Durán y Felipe Pareja, a la cabeza. "No tengo palabras para referirme a ellos. Parece mentira como lo pasé que hoy no tenga ninguna secuela", apostilla. Cuando Antonio llegó al Virgen del Rocío la herida que presentaba en su vientre tenía un tamaño de 13 centímetros de alto por 11 de ancho. Gracias al uso de prótesis personalizadas, consiguió reducirla casi a la mitad.
"Empezaron con unas curas diarias y, cuando lo controlaron, empezaron a hacerme las prótesis para que pudiera ir cerrándose poco a poco. Dije sí a todo lo que me propusieron porque sabía que en sus manos estaba a salvo", cuenta. "Fue todo tan bien que me tenían que hacer prótesis nuevas cada dos días porque la herida empezó a cicatrizar muy rápido. La doctora Durán estaba sorprendida porque la media estaba en cuatro días", sostiene. "Tengo claro que gracias a eso estoy aquí. Hoy no tengo ninguna secuela, pero sí muchas ganad de vivir. No podré nunca olvidarme de lo que hicieron por mí", recalca.
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